di CESAR ALTAMIRA.

01/01/2013

“Las pérdidas son cuantiosas” dice un comunicado de la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa): “en 40 de las ciudades afectadas, hubo 292 comercios saqueados con pérdidas estimadas en 26,5 millones de pesos” (unos seis millones de dólares al cambio oficial). “Pero la cantidad de comercios afectados superaría los 500 cuando se agregan locales comerciales que, si bien no fueron saqueados, quedaron expuestos a roturas de vidrios y otro tipo de daños significativos”, añadió. Tal es el saldo de dos días de asaltos a supermercados y pequeños comercios de comestibles, en especial los supermercados chinos. Dos días de una furia impensable en ciudades del pais. Desde Bariloche hasta la provincia del Chaco, pasando por Rosario y Gobernador Gálvez de la Provincia de Santa Fé; Neuquén y Viedma (ciudades del sur del país); la ciudad de Campana distante unos 70 km de la Capital Federal e importantes ciudades del conurbano bonaerense, San Fernando, Tigre, La Matanza, Jose C. Paz, San Martín, Malvinas, La Plata etc. Agitados días pre navideños fuera de agenda para cualquier analista político, la oposición y, más aún, para el gobierno. Éste, ante la contingencia respondió con desatino: desde responsabilizar a los dirigentes de la CGT opositora, el camionero Moyano, la CTA, igualmente opositora, Micheli, así como al gastronómico Barrionuevo, ex-menemista, quienes habían realizado una concentración días antes en la Plaza de Mayo tras reclamos por demandas incumplidas; hasta buscar en los narcotraficantes que proliferan en las barriadas pobres de las ciudades a los autores y principales instigadores materiales. Cualquier opositor fue tildado de responsable: “No hay que ser ingenuos, hay sectores que están intentando generar caos y zozobra en la Argentina, con el objetivo de frenar la paz social”, declaró el Jefe de Gabinete Abal Medina agregando que “el conjunto de los argentinos” saben que“son hechos aislados, organizados y estructurados, que no se llevaban comida, sino LCDs”, las palmas de los desatinos.El viernes por la noche haciendo zapping con el televisor era posible leer en los cinco canales pro gobierno, algunos oficiales y otros recientemente adquiridos por amigos del poder (más allá de la cacareada “democratización de la palabra” que conlleva la ley de medios):“Robos y saqueos organizados”.(resaltado nuestro)

¿Dónde rastrear esta explosión de los pobres? ¿Cómo dar cuenta del estallido luego de casi 10 años de un fuerte crecimiento económico que disminuyó la pobreza y la desocupación acompañado por planes sociales que buscaron mitigar la precariedad laboral y la ausencia de trabajo? ¿Acaso las políticas de inclusión social con sus planes no eran consideradas exitosas, ya por el gobierno, ya por la propia oposición, quien solo las cuestionaba debido a su carácter de supuesto clientelar? ¿Acaso alguien podía proyectar que un estallido de este tipo era posible en el verano del 2012, cuando toda la sociedad se preparaba para las fiestas? Es la previsibilidad la que estalla, mientras la contingencia se adueña, cuando no, una vez más, del horizonte político.

Hoy es manifiesto que un malestar profundo se gestaba entre los sectores más marginales. No fueron pocos los referentes de las organizaciones sociales, aquellos que van y vienen todos los días chapoteando la miseria y la pobreza extrema en el conurbano, que habían advertido que los bolsones de comida, que integran algunos de los planes sociales se habían reducido en los últimos meses en cantidad y en calidad, al tiempo que las demandas de sus beneficiarios aumentaban al ritmo de una inflación que en el último año alcanzó al 25 %. Ante un déficit fiscal en aumento, el gobierno no sólo trasladó durante el año a las provincias el ajuste social, sino que, paralelamente, comenzó a administrar los planes sociales en cuenta gotas favoreciendo a los intendentes “amigos” y relegando a los no kirchneristas. Basta observar que los principales saqueos no se produjeron en los lugares más vulnerables como Florencio Varela, Quilmes o Berazategui en el sur bonaerense, sino en la zona norte del Gran Buenos Aires, relativamente más “rica” que éstos otros. Los comedores populares, que algunas de esas organizaciones sostienen, habían tenido que limitar su actividad a tres días a la semana, ante la disminución de los bolsones de comida.”Hay bronca, una bronca que el año pasado a estas alturas no se manifestaba” dicen estos referentes. Un año antes se afirmaba que “el Gobierno algo está haciendo”; “en estos días la situación ha cambiado considerablemente”. Los datos son elocuentes: los planes sociales se congelaron, salvo los ligados al Plan Argentina Trabaja que lograron un aumento que los llevó a 1.750 pesos. La canasta básica alimentaria, aquella necesaria para no ser considerado pobre, está calculada aproximadamente a 3900 pesos. Todo una manifestación de las carencias estructurales, más aún, cuando quienes perciben los planes no disponen de aguinaldo y vacaciones. Sumas todas que no alcanzan el calificativo de salario. Aunque, debemos agregar, no se trata solamente de revelar que los planes sociales son insuficientes, o que han perdido valor, y que ya no sirven como contención de los excluidos. Hay una nueva pobreza asalariada que ha vuelto a los barrios precarios porque no puede sostener los standards que alcanzaron con el empleo formal. Aunque ahora los bajos salarios precarizados compiten con las ganancias del que merca (deal) en el barrio. Se calcula que la pobreza alcanza hacia fin de 2012 al 24 % de la población.

Llamó la atención que quienes participaron muy decididamente en la rebelión fueran jóvenes adolescentes, muchos de ellos, los de 18 a 20 años, tenían solo cinco años cuando el inicio del kirchnerismo. Los saqueos son el espejo de la desintegración, de la explosión de los más jóvenes y pobres sin futuro, de su resentimiento y frustración; de la dificultad para sostener la mesa familiar en la estructura de la sociedad; del odio a la policía y a los “cobanis”. Se trata de una juventud que carece de oportunidades de empleo, atravesada por la droga y cuya indigencia y exclusión ha crecido casi sin límites en esta década. Sin duda que a este resultado se llegó luego de un largo proceso que comenzó durante el menemato, en la última década del siglo pasado, y que se ha mantenido a contrapelo del proclamado “modelo de inclusión social”. El kirchnerismo no es responsable de su surgimiento pero sí de su permanencia y crecimiento. Juventud que testimonia la pérdida de lectura crítica y la postración ante el poder de los intelectuales kirchneristas nucleados en Carta Abierta, ausentes por lo demás en estos días, amparados casi hasta el hastío en aquella repetitiva declamación de que “queda mucho por hacer” o en aquella otra “hemos avanzado y sabemos que no es todo, pero debemos mantener el rumbo asentado en este modelo de inclusión social, mientras se muestran incapaces de generar una lectura diferente.

Lo que ha funcionado en estos días a nivel del discurso del poder, llámese gobierno, medios u oposición ha sido el rechazo a otorgar todo valor político a lo sucedido, más allá de las exculpaciones del gobierno. Como la sublevación no comparte ni habla el lenguaje de la representación política, entonces, o bien carece de habla y se aparece como incapaz de expresión política, o bien es estigmatizada como cruel y violenta a la que se debe responder mejorando los dispositivos de seguridad.

Se trata de un análisis que a menudo condena a quienes habitan las barriadas tras una naturalización de su “improductividad”. O bien se asocia dicha esterilidad a la vagancia natural, a la fácil elección, responsable, no sólo de la fractura social del desempleo y de la degradación de las condiciones de existencia, sino, y lo que es más brutal, interiorizada como una patología que se manifiesta bajo la forma de violencia destructiva a la que hay que temer. Se trata de una ineficacia productiva que en estos días funciona como un poderoso mecanismo de control sobre estas poblaciones, diferente al mecanismo de disciplinamiento, propio de épocas fordistas, cuando las barriadas conformaban el reservorio de la fuerza de trabajo para las ciudades vecinas. En épocas postfordistas la demanda de mano de obra no calificada ha disminuido de manera drástica. El tránsito al postfordismo podría haber sido utilizado como ocasión para transformación de la barriada. El cierre de las fábricas no puede ser interpretado como el fin del trabajo. En realidad lo que ha cambiado es la naturaleza del trabajo que tiene hoy exigencias diferentes. La modalidad de trabajo que se expande es la del cuidado personal, cuidado de niños y de ancianos, así como aquella relacionada a la de los cajeros y repositores de supermercados, de distribuidores de los fast food, de servicios de vigilancia nocturna, incluso a la de los propios trabajadores intermitentes del espectáculo en la vía pública. Y el tránsito de una modalidad de trabajo a otra en estos espacios urbanos podría haberse integrado al nuevo tipo de empleo, a las nuevas condiciones de valorización, a condición que se les hubiera otorgado saberes y formación. Es en este punto donde se observa la ausencia del estado y de las políticas públicas tendientes a la formación, enseñanza y a la recalificación de la fuerza de trabajo para adaptarla a los nuevos tiempos.

Los análisis oficiales y de la oposición, incluso los de las propias organizaciones sociales llamadas de izquierda nos reenvían a un tipo de trabajo ya superado (fordista) mientras proliferan a nivel social los nuevos trabajos de tipo comunicativo, afectivo, relacional, cooperativo y en red. En las barriadas el desempleo de los jóvenes alcanza tasas que bordean el 30% mientras que el empleo aparece como regalo del pasado del que gozaban sus padres. Sin ninguna mención a las nuevas modalidades de trabajo se condena a los jóvenes de antemano por encontrarse incapacitados para desarrollar una tarea que hoy ya no existe.

Hay cerca de 900.000 jóvenes, entre 18 y 25 años, llamados los “ni ni”: es decir que ni trabajan ni estudian, casi un 20 % de la población juvenil de los hogares de menores ingresos. Personas que en la vida diaria no son tomadas en cuenta ni por los medios, ni por la llamada “opinión pública”, que salieron de sus “villas” o barrios e irrumpieron en “lo público”. Todos conocían de su existencia; también están en las estadísticas y los políticos hablan de sus necesidades. Pero otra percepción se produce cuando se asumen como sujetos e irrumpen en “la política”, saliendo de cualquier posible control clientelar expresándose en acontecimientos colectivos y públicos. Son aquellos jóvenes que, cansados de buscar trabajo o de ser sometidos a trabajos indignos, ocupan las esquinas de las barriadas, tomando alcohol o consumiendo paco, aquella droga de la más baja estofa que termina quemándoles la vida. Jóvenes que necesitan del consumo de las zapatillas y de los celulares para poder presentarse en sociedad. Jóvenes que encuentran su futuro en una maternidad temprana. Las estadísticas revelan que el 30 % de las madres son menores de edad y buscan en Los Planes de Ayuda Familiar o en los 340 pesos mensuales de la Asignación Universal por Hijo la dignidad perdida.

Esta rebelión de los “ni ni” condiciona y molesta a los poderes reales, sobre todo porque aparece a la luz lo que permanecía oculto y nos recuerda a todos la “miseria”, la opresión y la indigencia; al semejante que padece y sufre. Frente a la incitación al consumo por los avisos con liquidaciones navideñas del 30% que bombardeaban las cabezas de muchos desamparados, atrapados por el clima de la época, se llevaron las mercaderías con rebajas del 100%.Resulta cuando menos curioso que un gobierno que ha identificado el bienestar social con una fiesta de consumo quede ciego ante esta lógica.

Pero la rebelión manifiesta también la potencia de su accionar de vida, su capacidad y poder de movilización y de expresión Revela lo que puede un cuerpo cuando se superan determinados límites. La capacidad para sobrepasar el control del poder que intenta colarse tras los planes sociales. Indicativa también de la construcción de un poder común capaz de extenderse geográficamente sin previa organización, escapando al espacio político. Capaz igualmente de utilizar métodos comunes, que les posibilita, al menos, el poder reemplazar, aunque de manera efímera, aquella vida de la ñata contra el vidrio. Esto es, el poder acceder a los objetos de consumo que, de manera casi indecente, proliferan en los escaparates de fin de año. Es igualmente reveladora de la voluntad de los ni ni de hacer valer su propia existencia como vida social y política, como bios y no como zoe, es decir como simple animalidad, fenómeno que se produce cuando el bios se encuentra frente a problemas que hacen a la propia superviviencia, como el derecho a la alimentación. Lo que se ha manifestado en la rebelión es la voluntad indelegable de tomar la propia palabra, voluntad de devenir sujeto, sin mediaciones de su propia historia, y no solo objeto del discurso y de prácticas de otros. Nos encontramos frente a una potencia de subjetivación a partir de una dimensión del común, ligado al propio territorio y a las condiciones materiales, políticas y sociales de existencia que este último proyecta, que ha permitido por primera vez comprender que se trata de un sujeto colectivo nuevo, agenciamiento de singularidades tras la invención de un nosotros producido por un contexto de lucha.

En las barriadas hay déficit de vivienda, de transporte, de agua potable. Si los pueblos indígenas andinos acuñaron la categoría del Buen vivir, las barriadas del conurbano y de las grandes metrópolis argentinas son testigos del Mal vivir. Es decir del hacinamiento en la vivienda que potencia y posibilita todo tipo de relación incestuosa; de la existencia de trabajos absolutamente precarios tanto salarialmente, como por sus condiciones de trabajo. A esta situación se agrega el déficit de un transporte que reproduce el hacinamiento como espejo de la vivienda. Basta recordar el accidente ferroviario de la Estación Once en febrero de este año y su secuela de muertos para calificar al transporte de estas zonas.

Las metáforas tienen un efecto tranquilizador. La expresión “marginalidad”, o la misma idea de “conurbano”, crea la ilusión de que estas redes operan en un exterior social y geográfico. Sin embargo, están integradas al “centro”, a las metrópolis con conexiones muy visibles. Son quienes venden los nuevos servicios urbanos, los limpia vidrios de las esquinas de las grandes ciudades, quienes aún siguen cartoneando, llevando, y contribuyendo a la limpieza de las grandes urbes, el packing de los electrodomésticos y TV de 40 pulgadas. Son quienes brindan su servicio para un mejor estacionamiento vehicular en las calles de los grandes centros urbanos.

Si el 19-20D en el 2001 fue la culminación de un ciclo de luchas que terminó con la década neoliberal iniciada por el gobierno peronista de Menem, las últimas explosiones sociales han transparentado las limitaciones y el fracaso de una política que, con rasgos neokeynesianos, impulsara otro gobierno peronista en estos últimos diez años. La ilusoria apuesta kirchnerista a la recuperación de políticas del pasado pre-globalización, como la sustitución de importaciones y el impulso al consumo, éste último emulando la lógica virtuosa del fordismo, ya no alcanzan los resultados esperados. En tiempos de capitalismo cognitivo la producción ha trascendido las fronteras fabriles, el trabajo se ha vuelto más inmaterial, comunicativo, producido en red, social, lingüístico y afectivo. Sólo a partir de reconocer esa nueva productividad social asentada en este nuevo tipo de trabajo en las barriadas será posible una remuneración que permita ciudadanizar a los ni ni y reconocerles calidad de sujeto político en esta sociedad.

Download this article as an e-book