COLECTIVO EURONOMADE

1. Finalmente llegó la guerra. Pensábamos que la pandemia era un punto de no retorno, que la aceleración de un conjunto de procesos que llevan tiempo en marcha – el vínculo cada vez más estrecho entre digitalización y financiarización de la economía, por poner sólo un ejemplo- había llevado a un realineamiento abrupto y a una sincronización violenta de las formas de explotación y dominación que conforman el capitalismo global. Pero la pandemia, incluso antes de que terminara, estuvo ligada a la guerra. Es una guerra que se libra en Europa, pero que está en juego mucho más allá de las fronteras de lo que todavía se llama el “viejo continente”. Deslizamientos tectónicos de orden y desorden mundial, también en este caso desde hace algún tiempo, están cayendo con violencia en primer lugar sobre Europa Central y del Este, escenario de algunas de las tragedias más terribles durante la Segunda Guerra Mundial.

2. La guerra en curso es una guerra de agresión. No podemos mirar con indiferencia los bombardeos de las ciudades ucranianas, la huida masiva de la población civil, el temor y el terror de quienes se refugian en sótanos y subterráneos. Estamos en contra de los planes neoimperiales de Putin, junto a las mujeres y hombres que lo desafían todos los días en las calles de las ciudades rusas, activistas feministas y LGBTQI, trabajadores y trabajadoras que se rebelan contra la miseria impuesta por una economía capitalista construida sobre las rentas y la promoción de oligarquías selectas. Rechazamos la mistificación de una “civilización” rusa por su naturaleza patriarcal y hostil a la libertad y la igualdad, cimentada en los coloridos amuletos de la Iglesia Ortodoxa y en una inflexible ética guerrera. Digamos más: realmente no queremos tener nada que ver con la “civilización” y los “valores” como fundamento de la política y de la pertenencia, tanto si se proyectan esos atributos en grandes espacios imperiales o a escala de la nación. Estamos en contra de todo nacionalismo, porque conocemos el rastro de sangre que ha dejado en la historia y porque sabemos que el nacionalismo por definición no solo tiene una vinculación muy estrecha con las jerarquías raciales y con el orden patriarcal, sino que tiende a cerrar los espacios de lucha de oprimidos y explotados.

3. Sin embargo, sabemos también que el tiempo de la guerra es el tiempo de los nacionalismos. En un mundo en adelante totalmente multipolar, el nacionalismo puede extenderse mucho más allá de la línea divisoria alrededor de la cual lucha en Ucrania, tanto hacia el oeste como hacia el este. La dinámica de la guerra civil, conforme al modelo sirio, puede, por ejemplo, extenderse hacia los Balcanes, hacia el Cáucaso y hacia Asia Central. En cualquier caso, lo que realmente cuenta hoy son los grandes espacios continentales, como EE. UU. y China: y son espacios en los que, aunque de diferentes formas, la lucha por afirmar una forma de cooperación más madura e igualitaria nunca ha cesado. La guerra puede convertir esta lucha en una retórica nacionalista, mientras que el riesgo de tensiones y choques militares entre polos que están lejos de definir algo así como un “orden mundial” es evidentemente muy alto. Por eso hoy la lucha por la paz es una prioridad para cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, que luche por la igualdad y la libertad. Y este horizonte global, que califica y ciertamente no elude la intensidad específica de los conflictos, debe caracterizar la acción política en todas las escalas, incluso en la más local. Cabe decir lo siguiente: en la guerra de Ucrania, hoy está en cuestión la forma que cobrará la arquitectura de las potencias globales en las próximas décadas. Y cuanto más seamos capaces de desertar de la guerra, más se desarmará esa arquitectura, es decir, se abrirá a movimientos y luchas, a los deseos y demandas de los oprimidos y explotados. El momento de luchar en este terreno es ahora.

4. Si el momento es ahora, el espacio para los que vivimos en esta parte del mundo sólo puede ser el de Europa. Al menos desde principios de la década de 1990, grandes movimientos sociales han ocupado materialmente el espacio europeo: movimientos por la libertad de circulación y la libertad de comunicación, por la renta básica y por la paz. Por supuesto, esos movimientos en Europa han impugnado radicalmente sus políticas: lucharon contra la actitud europea frente a las devastadoras guerras yugoslavas, contra la inmensa violencia del régimen que controla las “fronteras exteriores”, contra la austeridad -y podríamos continuar. Pero en lo que nos toca, siempre hemos rechazado cualquier nostalgia por el estado nación, afirmando que el espacio europeo debe practicarse como un espacio esencial para la lucha. Hoy sólo podemos reiterar esto, en el momento de una guerra que es también una guerra europea. Y, sin embargo, no podemos dejar de ver cómo la guerra se va imponiendo como principio constitutivo dentro de la propia Unión Europea. El rearme, que se perfila como tendencia mundial, se convierte en el criterio en torno al cual se reorganizan los presupuestos nacionales y de la UE. Las “virtualidades” que de alguna manera contenía el plan Next Generation EU (en el sentido de una potencial redefinición de los sistemas de bienestar) dan paso al clásico “keynesianismo de guerra”. El “Green New Deal”, que parecía haber pasado a formar parte de la agenda del propio capital europeo, parece ya olvidado ante el imperativo de la soberanía energética basada en los combustibles fósiles y la energía nuclear. Finalmente: impulsado por la guerra, se acelera el proyecto de defensa común europeo, con miras a la subordinación operativa y política a la OTAN. Desde este punto de vista, la ampliación hacia el este iniciada a finales de la década de 1990 encuentra su punto culminante en el silenciamiento de los conflictos que se habían abierto en torno a la cuestión del Estado de derecho con los países del grupo de Visegrado y en particular con Polonia. Y por desgracia estamos seguras de una cosa: la acogida de los refugiados ucranianos no cambiará nada, al menos en lo que respecto a los planes de las clases dominantes respecto a las políticas criminales europeas contra quienes huyen de otras guerras, del otro lado del Mediterráneo o de la “ruta de los Balcanes”.

5. Si el momento es ahora y el espacio es el europeo, se hacen necesarios algunos elementos provisionales de análisis de las sociedades europeas. La guerra ha golpeado a sociedades que no es exagerado calificar de atónitas y agotadas tras dos años de pandemia. Ciertamente, no es posible resumir en unas pocas líneas los desarrollos y tendencias que han afectado a sociedades profundamente heterogéneas. Sin embargo, ciertamente se puede decir que Europa ha salido de la crisis de la pandemia empobrecida y exhausta en las estructuras fundamentales de la “cohesión social”. Se han acelerado aún más los procesos de erosión de garantías y protecciones sociales, así como la precariedad laboral. Son procesos que no sólo han afectado a figuras específicas de la fuerza de trabajo, sino también al trabajo dependiente y explotado en su conjunto, incluyendo grandes cantidades de trabajo de fábrica. En sectores que se han visto particularmente estresados ​​por la pandemia -por ejemplo, la logística y el trabajo agrícola- ha habido formas de autoorganización y lucha que son particularmente significativas también para el futuro cercano. Lo cierto, en todo caso, es que sin un levantamiento general de las fuerzas del trabajo no será posible en Europa una lucha eficaz contra la guerra y la reanudación de un proyecto político de transformación de lo existente. Tres grandes movimientos, además, han cruzado el espacio europeo en los últimos años, actuando a una escala mucho más amplia: el movimiento de migrantes, el movimiento feminista y el movimiento contra el cambio climático. Estos movimientos, de diferentes maneras, cuestionan y superan el terreno del trabajo, permitiéndonos captar sus transformaciones más profundas e innovadoras y bosquejando nuevos campos de lucha. Son la condición básica para que pensemos, aquí y ahora, una política europea de libertad e igualdad.

6. Así, pues, ¿qué hacer? Repetimos esta pregunta en un tiempo sombrío, mientras pesan sobre nosotros las imágenes insoportables de la guerra. De una guerra que lo cambia todo. Ya no es posible repetir las palabras de estos años, ni siquiera las que hemos repetido. La lucha contra la guerra, para desactivar sus lógicas en el plano material y en el “imaginario”, nos obliga a situarnos en un mundo -y en lo que a nosotros respecta en un espacio europeo- radicalmente cambiado. Movimientos y partidos, experiencias artísticas y plataformas mediáticas, sindicatos y asociaciones: lo primero que tenemos que hacer es encontrarnos. Y luego lanzar, todos juntos, una gran campaña para hacer de Europa un espacio de prohibición de la guerra, es decir, un espacio en el que la propia mecánica de las fuerzas sociales, las luchas y los movimientos que definen su constitución actúen contra la posibilidad misma de la guerra, principalmente rechazando el rearme y actuando como una fuerza global de mantenimiento de la paz. Somos muy conscientes de que esta no es la tendencia actual. Es una razón adicional para empezar a organizarnos. Insistimos: el momento es ahora, el espacio es Europa. Construyamos juntas, en una dimensión inmediatamente transnacional, el comité promotor de una gran asamblea europea. Un nuevo espacio común es necesario y posible.

(Traducción de Raúl Sánchez Cedillo por El Salto Diario)

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