Un giudizio sull’implementazione dell’accordo di pace fra FARC e governo – con una proposta antagonista.
Por VICTOR MANIEL MONCAYO C
Estamos atravesando este largo eclipse determinado por el proceso electoral en curso, que nos ha sumergido en esa engañosa tramoya democrático-representativa. A ella no podemos resistir, y bien sabemos que no basta con negarla ni rechazarla, sino apenas encararla con una táctica defensiva.[1] Como parte de ella, bueno es aprovechar este momento recordatorio de la suscripción del Acuerdo de Paz en el Teatro Colon el 24 de noviembre de 2016, para avanzar en algunas proposiciones que he calificado atrevidamente como tesis o hipótesis.
1.El reconocimiento de la nueva época o fase del capitalismo
Entendemos que el necesario punto de partida de esta reflexión es la muy reiterada idea de que, más allá de los debates circunstanciales que nos plantea el escenario político y que alimentan nuestras cotidianas consideraciones, lo central es tener siempre como horizonte de toda discusión la naturaleza capitalista específica de las sociedades de nuestro tiempo y, en particular, su forma neoliberal que ha asumido en los últimos decenios. Sobre sus rasgos ya se ha avanzado mucho por quienes nos situamos en la perspectiva de ruptura radical con ese orden social existente. Superarlo, salir de él, es el norte ambicionado, que definitivamente no se logra aceptando las dimensiones categóricas de su realidad. Este es un reto de dimensiones mayúsculas, que no transita sólo por las decisiones voluntarias de quienes están sometidos a él, sino que está unido de manera indisociable a la dinámica y a la fortaleza de las prácticas anticapitalistas.[2]
2. la identificación de la nueva realidad del conflicto
De manera reiterada hemos buscado presentar cómo el conflicto esencial que encierra el orden capitalista, se presenta en sus diferentes fases históricas de diferente manera. En concreto, en la circunstancia histórica por la cual atravesamos, el conflicto, la contradicción esencial que lo caracteriza, está signada por novedosas modalidades de extracción y apropiación del valor que exigen una búsqueda urgente del nuevo sujeto revolucionario, cuyas innovadoras manifestaciones han irrumpido en muchas latitudes, sobre todo a partir del develamiento provocado por la pandemia, aunque se trata, sin duda, de una realidad diferente no creada por ese acontecimiento biológico.[3]
3. El Acuerdo de Paz con las FARC-EP está limitado en lo esencial a negociar la expresión violenta del conflicto con una de las organizaciones subversivas alzadas en armas.
El conflicto propio de la sociedad capitalista, existente en Colombia, explica sus múltiples formas de expresión, incluida la modalidad armada representada desde la segunda mitad del siglo XX por las FARC-EP, organización con la cual se llegó, luego de un tortuoso y complejo proceso de negociación, al Acuerdo de Paz que ahora estamos evocando.
En palabras muy claras, más allá de lo que avanzan muchos discursos descriptivos y pretendidamente explicativos, la perspectiva a partir de la cual se construyó el Acuerdo estaba centrada en la definición de las condiciones básicas para lograr una dejación de armas, que en el fondo era la principal y hasta única razón que animaba a los voceros circunstanciales del Estado y que, de alguna manera, era recogida y reproducida por los actores del sistema político sin distinción alguna, por los agentes de la organización económica, por los medios de comunicación y, en general, por los integrantes del conglomerado social. Aun cuando se mencionara y se advirtiera que la eliminación de la confrontación armada no significaba la terminación del conflicto que supone la vigencia del orden capitalista, lo central residía en como acallar o silenciar las armas.[4]
4. Sin embargo, el Acuerdo de Paz no sólo fue concebido para lograr el cese al fuego y la dejación de armas, sino que, simultáneamente, al reconocer que el conflicto inherente al orden social subsistiría, pretendió definir y establecer nuevas condiciones para la continuidad de ese conflicto bajo condiciones no violentas.
En otros términos, siendo lo esencial la dejación de armas, se definieron también de manera relativamente secundaria, las condiciones bajo las cuales debía producirse la reincorporación tanto económico-social como política de los integrantes de la organización guerrillera suscriptora del Acuerdo; las reglas para apreciar sus conductas conforme a un sistema especializado de justicia que reconociera su carácter político, y que englobara a todos quienes de uno u otro lado hubiesen estado comprometidos en la circunstancia bélica, sin que se desarticulara la organización y el funcionamiento del Estado; la modificación de los aspectos restrictivos y excluyentes más ostensibles del sistema de participación política; la atención de las necesidades más urgentes de la población en las áreas más desatendidas por parte del Estado; la regulación de mínimas soluciones de equidad y justicia para la situación agraria; y las políticas y mecanismos para responder a los efectos producidos por la economía de los narcóticos, especialmente para redimir a las poblaciones vulnerables a ella sometidas. Son en lo esencial los puntos básicos del Acuerdo de Paz, que a lo largo de este quinquenio han venido siendo apreciados desde el punto de vista del avance alcanzado en términos de implementación.[5]
La disociación entre el objetivo principal (la dejación de armas) y las condiciones económico-sociales y políticas para lograrlo, tuvo como consecuencia inevitable que, una vez alcanzado lo primero, los condicionamientos fueran perdiendo progresivamente importancia. Se advierte así la presentación de una gran deficiencia en lo acordado: que no se hubieran subordinado de manera precisa los términos de la dejación de armas a la concreción de las medidas y cambios económico-sociales y políticos, igualmente esenciales. Por ello, lo que se ha venido denominando el proceso de implementación de la paz, no sólo ha sido parcial, sino que se ha desfigurado, hasta el punto que sus componentes están en grave peligro de ser desatendidos, suprimidos o sustituidos en contravía de lo acordado. A este respecto no son necesarios muchos análisis. Todos los informes y balances[6] así lo corroboran, y son muy pocas las voces que aún se atreven a insistir en su significación, sobre todo en la coyuntura de sustentación del funcionamiento del nuevo gobierno Duque.
En efecto, desde antes de la suscripción del Acuerdo y con posterioridad a él, se empezaron a concebir los medios para que concluyera la forma armada del conflicto, y se construyeran los medios y condiciones para que otras modalidades no armadas de subversión pudieran tener expresión. Así lo aceptaron las FARC-EP e igualmente el Estado a través de sus autoridades legitimadas para ello, comprometiéndose a avanzar en lo que se ha venido denominando el proceso de implementación, que no es nada distinto que la construcción de nuevas realidades sociales, económicas y políticas, como elementos básicos de que esa subversión, sin satanizarla ni estigmatizarla, pudiera asegurar su continuidad, no sólo en los escenarios de la representación política sino en todos los que ofrezca la sociedad sin la utilización de las armas. La subversión como alternativa de confrontación no armada del orden existente necesitaba condiciones para su expresión, que el Acuerdo concibió y que se referían no sólo a la organización que deponía las armas, sino a los sectores afectados por las relaciones injustas e inequitativas, a sus organizaciones y a sus resistencias.[7]
5. Las condiciones del fin del conflicto armado con la organización suscriptora no se han dado.
Que es lo que ha ocurrido en ese proceso de implementación del Acuerdo? Como lo evidencia la tozuda realidad, y lo registran y analizan todos los informes hasta el momento producidos, la etapa del post-acuerdo ha transitado por una coyuntura crítica insoslayable, cuyos principales signos podemos enunciar como sigue:
*La implementación normativa está prácticamente detenida.
*La incorporación económico-social no avanza.
*Algunas decisiones de la Corte Constitucional han desnaturalizado el contenido originario de la Jurisdicción Especial de Paz [8]
*El Gobierno Santos al final de su mandato evidenció toda su debilidad y se volvió inexistente en la práctica, sin ninguna capacidad real de decisión política, con todo lo que ello supuso para el impulso inicial del proceso de implementación.
*Los procesos electorales del primer semestre de 2018, con muy contadas excepciones, ignoraron y desdeñaron el proceso de paz y, lo que es más grave, anunciaron que debía sufrir modificaciones sustanciales cuando no su destrucción parcial o total.
*En esos mismos procesos brilló por su ausencia toda referencia a las condiciones estructurales del orden social vigente, como causa determinante de las situaciones de injusticia, desigualdad e inequidad.
*Han continuado en forma creciente las circunstancias de represión y eliminación violenta de las comunidades, de sus dirigentes sociales, y de los ex-integrantes de las Farc-Ep y sus familias.
*Las bandas criminales sucesoras del paramilitarismo, no sólo no han sido controladas o disminuidas, sino que se han acrecentado.
*Los programas y proyectos de sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito han evidenciado ineficacia e ineficiencia, o se han suspendido o detenido, en perjuicio de las comunidades vulnerables a ellos vinculados, y han sido reemplazados por planes de erradicación forzosa, que contemplan una próxima acción de fumigación con glifosato, con todo lo que esto significa desde el punto de vista sanitario y ambiental.
*El entorpecimiento y des-configuración del funcionamiento de la Justicia Especial de Paz, JEP, cada vez más centrada en las responsabilidades individuales dejando de lado u oscureciendo la responsabilidad sistémica.[9]
*El amordazamiento del nuevo partido político y de sus integrantes, colocados en una especie de apartheid por los demás partidos, incluidos los que se reclaman del centro o de la izquierda, por las prácticas administrativas y políticas del Estado, y por el entramado de voces en los medios de opinión.
*Las agresiones y amenazas contra ex-integrantes de las FARC-EP, que determinaron la imposibilidad de que algunos de sus principales dirigentes asumieran su función en el Congreso.
*Las imposibles condiciones para la continuación del diálogo de paz con el ELN, anunciados por el presidente sucesor del gobierno Santos y, lo que es más grave,
*Una especie de confabulación de las organizaciones empresariales y de sus dirigentes, contra la perspectiva que representan el nuevo partido y otras expresiones políticas, en términos de confrontación no armada del orden social vigente.
6.El conflicto esencial del orden capitalista subsiste bajo otras formas
Si observamos retrospectivamente el conflicto propio del orden capitalista que explica el origen y la continuidad de las FARC-EP (y de otras organizaciones como el ELN), es muy diferente del que caracteriza el orden social contemporáneo. Podría decirse que la realidad conflictiva que vivió esa organización subversiva armada en sus comienzos y durante buena parte de su existencia, hoy en día se encuentra totalmente transformada; por ello sus integrantes y sus adherentes expuestos ahora a su “reincorporación” tienen ante sí un conflicto que de alguna manera no han conocido y que cada vez los sorprende. Quedan aún elementos del viejo conflicto del orden capitalista, pero subordinados y dominados por los que definen la nueva realidad conflictiva, en otros escenarios y con actores redefinidos. Es un mundo nuevo no sólo para los firmantes del Acuerdo de Paz, sino para el conjunto heterogéneo de los explotados/dominados de hoy, descubiertos en tiempos recientes, sobre todo por la desnudez provocada por la pandemia.[10]
7.Existen nuevas condiciones sistémicas del conflicto
La renovación del conflicto en la fase actual del capitalismo, ha provocado en una sociedad como la colombiana, una variación de las condiciones sistémicas del mismo que podrían describirse así:
a)Como lo evidencia el balance actual después de los últimos procesos electorales y del gobierno Duque próximo a concluir, el conjunto de la clase política se ha desarticulado, sin ninguna definición ideológica ni programática, compelida a optar simplemente por configurar una nueva coalición gubernamental, cuyas perspectivas de acción parlamentaria han sido ambiguas e inciertas, pero que sigue medrando para aprovecharse de la burocracia estatal y de los recursos públicos, aunque proclame que su comportamiento se aparta del clientelismo y la corrupción.
b)De otra parte, en medio de ese panorama, la organización que suscribió el Acuerdo poco o nada ha hecho para plantear alguna resistencia e, indudablemente, no ha contado tampoco con aliados en los escenarios políticos para contener esa tendencia casi irreversible. Sólo le resta su capacidad demostrativa del incumplimiento en todos los órdenes, y la posibilidad de acudir a las vías formales de reclamación que el propio sistema ofrece, siempre limitadas o ineficaces, cuando no viciadas.[11]
c)Todas esas condiciones han conducido a una grave situación que se puede describir, analizar y denunciar, pero que bien parece no tiene solución inmediata. Como tal es una realidad insuperable, que los más recientes acontecimientos consolidan. Es en este sentido que puede afirmarse, sin dudas ni vacilaciones que, como resultado de lo hasta ahora ocurrido en la etapa del pos-acuerdo, el sistema ha incorporado en su beneficio lo acontecido, para que su organización y funcionamiento salgan cada vez más fortalecidos.
d) Obran en esa dirección muchos factores coadyuvantes que es bueno traer a colación. En primerísimo lugar, aun cuando sea difícil plantearlo y explicarlo, la solidez sistémica está sustentada en las características mismas de la subjetividad propia del orden capitalista, entronizada a lo largo de los largos siglos de su vigencia. No somos simples sujetos de carne y hueso que tratamos de existir socialmente, que autónomamente tenemos opiniones y criterios sobre lo que sucede y sobre nosotros mismos, sino realidades subjetivas que como parte misma de ellas, compartimos, creamos y reproducimos las formas o valores que definen el orden capitalista. La naturaleza de esa subjetividad contribuye de manera permanente, sin que exista propiamente una decisión o una opción voluntaria, al mantenimiento de la organización que paradójicamente nos domina. No somos, pues, entes que por propia decisión y voluntad actuamos como protagonistas decisorios de nuestros actos, sino unidades antropológicas sometidas, es decir, sujetas a una cierta forma de organización societaria, a cuya existencia y reproducción contribuimos, así sea de manera imperceptible y no consciente.
e) Sobre la subjetividad así entendida está edificado el orden capitalista que, sin embargo, nos atrevemos a comprender, a combatir, y a sustituir, en medio del aprisionamiento que ella implica. Es por ello que tenemos que tener el valor de sustraernos de esa condición, así sea de manera súbita y momentánea, para percatarnos que la llamada opinión de sujetos que se afirman libres y soberanos, generalmente sustentan el orden establecido, y que no podemos acariciar la esperanza de que, como fruto de esa expresión y de la confluencia del querer de las subjetividades, pueda producirse un cambio histórico. Esta consideración es el fundamento crítico de la llamada expresión electoral o más simplemente del consenso de los asociados, que sustenta y defiende el sistema imperante, mejor que los gobernantes, los partidos y los dirigentes.[12]
f) Ahora bien; en un colectivo societario como el nuestro el conjunto de esas subjetividades atraviesa distintos momentos históricos, obviamente moldeado por las transformaciones que van ocurriendo, aunque sin perder ese vínculo sistémico de pertenencia. En ese sentido, es ilustrativo apreciar como el colectivo social contemporáneo, no sólo no conoce la genealogía de nuestra violencia subversiva, sino que ha salido transformado luego de varias generaciones, y está expuesto a una realidad radicalmente diferente. En su imaginario no existe la rebelión, ni mucho menos su legitimidad que en la historia ha dado sus frutos. Lo ocurrido en Colombia a propósito de la insurgencia guerrillera es ignorado, o simplemente se estima ser una anomalía delincuencial que debe combatirse y eliminarse, como hoy lo proclaman con toda la fuerza el Estado, todas las agrupaciones políticas, la mayoría de la población y, en general, los medios de comunicación, que actúan sobre la base del terreno abonado de esa subjetividad que alimenta el mantenimiento del sistema.
g) En ese espacio, así entendido, ya son estériles las reclamaciones sobre el proceso de implementación, que cada vez chocan con mayores obstáculos. Lo predominante, se dice, son las víctimas, y de lo que se trata es que se aplique cualquier fórmula de justicia, aun aceptando a regañadientes la transicional. Se espera sólo que desaparezca para siempre la idea de que es legítima la subversión, aunque sea sin armas, y que el único camino ofrecido sea el sometimiento a las reglas, condiciones y temas de debate que el sistema permite y alimenta a diario. En otras palabras, que no hay cabida para una acción política subversiva de otro carácter, que retome la controversia sobre la causalidad sistémica de nuestras desdichas y que aspire a la superación del orden capitalista.
e)La invitación que se formula es a discutir los problemas que afronta el orden vigente en su devenir contradictorio, pero nunca para intentar su superación sustitutiva. Lo único admisible es considerar el comportamiento viciado de las prácticas políticas y sociales, como viene ocurriendo con el rechazo a la corrupción en todas la esferas, como si se tratara de una de las causas reales de las condiciones de inequidad e injusticia, alimentando la esperanza equivocada de que derrotada la corrupción podrán resolverse los problemas que aquejan a los integrantes del conjunto social, y desviando, por lo tanto, el debate sobre la confrontación del orden capitalista. A ello están concurriendo todos los partidos y organizaciones, incluida la agrupación sucesora de la guerrilla que ha pactado la terminación de la confrontación bélica.
f) Igualmente, todos han sido llamados a discutir sobre la engañosa idea de que puede existir una política redistributiva, mediante nuevas reformas tributarias y fiscales, inclusive con la ilusoria hipótesis de que, bajo las actuales condiciones del capitalismo, es posible regresar a la creación de empleo estable, o con la prédica del apoyo a los emprendimientos novedosos ligados a la cadena de los mecanismos contemporáneos de extorsión. Todo se reduce a la discusión sobre como limitar o corregir el carácter regresivo de ciertos impuestos, o disminuir los márgenes de imposición a las empresas, con la engañosa consideración que esa decisión elevará la productividad y la competitividad en beneficio de la generación de empleo. O, lo que es más grave, a analizar la viabilidad de un supuesta elevación del mínimo salarial, mediante mecanismos que desvíen el alza hacia los conglomerados financieros especializados en la captación de los aportes pensionales o de cesantías.
g) Lo mismo puede decirse en relación con otros campos temáticos como la apertura a prácticas lesivas del medio ambiente y, en especial, del recurso hídrico, para profundizar y ampliar la exploración y explotación de hidrocarburos; la utilización de los bienes baldíos por la gran empresa agroindustrial; la reanudación de los procedimientos de erradicación forzosa de los cultivos de uso ilícito, incluso con ingredientes contaminantes, sin tener en cuenta la suerte de las poblaciones vulnerables que esperaban la continuidad de la ruta de la sustitución voluntaria con el apoyo estatal; la reorganización de la educación superior y del sistema de ciencia y tecnología en beneficio de los intereses inmediatos y mezquinos del sector privado; o el desconocimiento de las garantías constitucionales ya reconocidas para los usuarios de sustancias estupefacientes o sicotrópicas.
10.La alternativa estratégica contra el orden establecido no ha sido ni puede ser vencida.
Ante dicha situación, la alternativa estratégica de confrontar y sustituir el orden capitalista se enfrenta a condiciones difíciles, que suscitan la desesperanza. La apertura que habrían podido significar los términos del Acuerdo de Paz, sobre la cual, sin embargo, se puede seguir insistiendo en múltiples espacios, se ha desdibujado y exige replanteamientos radicales que, por el momento, no se avizoran. Existe un escenario de perplejidad que alimenta la impotencia para la acción en la dirección que habría podido ser posible.
Pero, es lo cierto que la perspectiva antagonista no ha concluido ni va concluir. Desde el medio intelectual en el cual nos movemos, sentimos, más allá de la desesperanza, la impaciencia. Necesariamente nos vemos asaltados por la perspectiva voluntarista, en buena hora descalificada como pequeño burguesa. Como bellamente lo describe Brecht[13] estamos en medio de un camino cuyo origen y destino no nos gustan. Por el momento pareciera que nada viejo ni nuevo podemos decir. Sin embargo, la vitalidad histórica tiene que enseñarnos como continuar la senda por el momento interrumpida. No nos puede aplastar ni detener el pesimismo.
Como en otras épocas del capitalismo, la resistencia a sus formas de dominación le es consustancial, pues el conflicto subsiste, aunque asuma diferentes modalidades. Habiéndose llegado a un alto grado de subsunción real de la sociedad por el capital, las resistencias no cesan, sino que tienen otras expresiones, en todas las modalidades y momentos de la vida, y ya no sólo en los límites estrechos de las instalaciones fabriles, como viene sucediendo en las sociedades de nuestro tiempo y, en especial, en América Latina y en nuestra Colombia.
Desde el punto de vista propiamente antagónico, lo que es central es que esas resistencias tomen el camino del éxodo para evitar repetir los senderos especulares atados al paradigma del poder. Se trata, en efecto, de un recorrido que va de la identidad y la diferencia con el fin de afirmar una separación creativa, para luego alcanzar una nueva figura ontológica, unas nuevas subjetividades, que se traduzcan finalmente en otra estructura de vida y de existencia.[14] No es, pues, una simple fuga, sino poder salir de lo existente hacia una realidad diferente. Como tal es un proceso conflictivo, que en lo posible no debe ser violento, precisamente para no reeditar el carácter del poder capitalista que se abandona, aun cuando eventualmente pueda requerir una fuerza defensiva de lo nuevo.
Desde otra perspectiva, es preciso señalar también que la resistencia-antagonismo es inseparable de una necesaria superación de la interpretación unívoca del poder que ha logrado construir la modernidad, conforme a la cual el poder siempre es trascedente y soberano, como puede advertirse en las corrientes teóricas más diversas.[15] Esa interpretación nos coloca frente al poder con una sola alternativa posible: se acepta el poder o se reniega totalmente de él, sin que exista posibilidad de otro camino, obligándonos a permanecer en el mismo paradigma. La cuestión es clara, incluso en el Lenin de El Estado y la Revolución, pues a la trascendencia del Estado se opone como simetría inversa su desaparición, de tal manera que la liberación queda inmersa en la relación dialéctica con el poder El llamado, por lo tanto, es a abandonar el paradigma del poder creado por la modernidad, para moverse en un escenario diferente, en el cual prevalezcan sobre el poder las razones de la asociación política y de la dinámica democrática.
En ese éxodo, habrá transiciones o etapas intermedias, en las cuales no son descartables las reformas, no como soluciones sino como medios para abrir nuevas contradicciones y ahondarlas, de manera que aporten al proceso de ruptura; que permitan dar saltos hacia adelante, siempre con un norte no capitalista, de negación del Estado y de construcción de otra esfera pública no estatal.[16]
Como en otros momentos históricos, los explotados y dominados de todo tipo, se han expresado y continúan manifestándose en términos de protestas y revueltas, en gran medida determinadas y moldeadas por los efectos de las políticas de confinamiento, de distanciamiento social, y de profundización de la precariedad y la desigualdad, planteándose así como un obstáculo a la reorganización capitalista, a la cacareada reactivación económica.
En ese sentido, no sólo reclaman por los efectos inmediatos de las políticas anti-pandémicas, sino que definitivamente reorientan sus formas de lucha social, en sentido opuesto a la nueva normalidad que busca reeditar las condiciones de la explotación y dominación. Esta es la coyuntura en la cual nos encontramos al momento de escribir este artículo, desafortunadamente eclipsada por la trampa electoral.
Es un movimiento paradójicamente heterogéneo y unitario por ahora detenido que, como lo avizoramos en otro momento[17], tiene que “reanudar esas múltiples experimentaciones que interrumpió y barrió la pandemia, y recuperar las reivindicaciones centrales alrededor de las formas de reproducción mercantilizadas o del vacío de las inexistentes, en especial en los campos de la salud y la educación; del reconocimiento del trabajo de atención y cuidado que viene reclamando el feminismo, como un elemento constitutivo de la subjetividad explotada; del salario básico universal; de la concentración de la producción alrededor de los bienes esenciales; de la resistencia y el rechazo a las formas autoritarias del régimen; y de control y gestión de los bienes comunes, poniendo especial énfasis en la naturaleza y sus propiedades. Todo ello, transgrediendo la prohibición del espacio público que introdujo la pandemia para, en las plazas, calles y caminos, sin distanciamientos, reiniciar y fortalecer las experiencias ya vividas de otra posible democracia.
[1] MONCAYO, Vìctor Manuel. De la revuelta social a la trampa electoral. Revista Izquierda No.98
[2] Ver sobre el particular los dos volúmenes conmemorativos de los cien números de esta Revista.
[3] Ver nuestros textos en Revista Izquierda, en especial los Nos 84, 85 y 86.
[4] Coloquialmente se decía que lo importante era “cambiar las balas por los votos”.
[5] Ver al respecto principalmente los informes de CEPDIPO, CINEP-CERAC, Naciones Unidas y el Instituto Kroc
[6] Informes citados en referencia 5
[7] MONCAYO, Víctor Manuel. La paradoja de la subversión no armada, en Revista Izquierda No. 73.
[8] MONCAYO, Víctor Manuel. La Justicia del Acuerdo de Paz: un desafío sistémico. Gentes del Común y Cepdipo. Bogotá, 2021
[9] MONCAYO, Víctor Manuel. Op.cit. ibidem
[10] Ver artículos ya citados de la Revista Izquierda.
[11] Ver al respecto las numerosas publicaciones de Cepdipo.
[12] MONCAYO, Víctor Manuel. De la revuelta social a la trampa electoral. Revista Izquierda No. 98.
[13] Nos referimos a este poema de Brecht: “Estoy sentado al borde de la carretera/el conductor cambia la rueda/No me gusta el lugar de donde vengo./No me gusta el lugar adonde voy/¿Por qué miro el cambio de rueda con impaciencia?”
[14] MONCAYO, Víctor Manuel. La movilización en curso ante la impaciencia, la incertidumbre y la recuperación de la potencia de clase. Revista Izquierda No. 97 y otros artículos relacionados con la materia en la misma revista. Igualmente NEGRI, Antonio y MONCAYO, Víctor Manuel. Aprender a volar. Ediciones Autora. Bogotá 2021.
[15] Ver sobre el particular NEGRI, Antonio. Fabrique de porcelaine, Editions Stock, Paris, 2006.
[16] “La multitud no tiene el problema de tomar el poder, tiene el problema en todo caso de limitarlo y hacer decaer el Estado construyendo instituciones y una esfera pública fuera de él. ….. Es una fuga en el sentido de salir de las categorías de las instituciones estatales. …. Es un enemigo que traba, sabotea la construcción de democracia no representativa, de nuevas experiencias comunitarias.” . Ver Entrevista a Paolo VIRNO, “Crear una nueva esfera pública, sin Estado”.
[17] MONCAYO, Víctor Manuel. Perspectivas postpandémicas. Revista Izquierda No. 86, mayo 2020
Foto di copertina da Flickr.