de NATASCIA TOSEL

 

Michael Hardt, hoy conocido sobre todo por los textos escritos en coautoría con Toni Negri, fue quizá el primer filósofo que estudió en Estados Unidos la obra de Deleuze, sin limitarse a citarle. De hecho, dedicó toda su tesis doctoral al autor de Diferencia y repetición (Amorrortu, Buenos Aires, 2002); esa tesis fue la primera monografía publicada en inglés y dedicada al pensamiento de Deleuze.

El texto se remonta a 1993 y su primera versión en italiano fue publicada en el año 2000 (Gilles Deleuze: un apprendistato in filosofía, A-change, 2000); ahora, en 2016, DeriveApprodi ha sacado una segunda edición, en la colección OperaViva, a cargo de Girolamo De Michele, en traducción de Cecilia Savi.

Ciertamente, no es una nueva obra, ya que fue escrita hace más de veinte años; sin embargo, nos enfrentamos a un libro totalmente actual. Esta aparente paradoja se explica fácilmente: Hardt escribió un texto profundo, que no intentaba seguir las interpretaciones del pensamiento de Deleuze más “a la moda”, ese que, dependiendo del momento, ha intentado etiquetar a Deleuze como sesentayochista, como marxista o incluso como fascista (lo que hoy parece una acusación absurda, pero los maoístas franceses de la Union des communistes de France marxiste-léniniste calificaron así a Deleuze y Guattari en 1977).

Hardt hizo una lectura política de la filosofía de Deleuze, pero lo hizo -y en eso reside su fuerza- a través de un trabajo conceptual que no se proponía asignar necesariamente una bandera política a Deleuze, sino que intentaba, más bien, resaltar la potencia de su pensamiento. Se trata de una potencia política que aún hoy, a pesar de los numerosísimos estudios sobre Deleuze existentes, sigue estando impensada y por pensar: con frecuencia se sitúa a Deleuze en ramas de la filosofía, como la estética o la ontología, y si se habla de la política de Deleuze casi siempre se toman como referencia los textos que Deleuze y Guattari han escrito juntos.

El texto de Michael Hardt, sin embargo, abre una nueva vía de interpretación, ya que intenta demostrar que Deleuze era un pensador político desde el principio. El libro muestra, de hecho, que el trabajo que Deleuze llevó a cabo en los años 60 sobre la historia de la filosofía y que dio lugar a varias monografías (sobre Hume, Nietzsche, Bergson y Spinoza), implicaba operaciones conceptuales que ya estaban orientadas hacia lo que Hardt llama un ensamblaje político, lo que, definible también como concatenación, hace referencia a la ética de Spinoza y a su teoría de la composición de los cuerpos: uno debe experimentar con el fin de saber qué cuerpos se componen conmigo y me conducen hacia afecciones positivas y cuales, en cambio, son destructivos para mí.

Esta experimentación, también llamada etología, debe conducir a una organización de los encuentros, que evite en la medida de lo posible los dañinos y fomente los alegres y útiles.

Cuando Hardt, por tanto, habla de un ensamblaje político intenta señalar la presencia en Deleuze de una tal práctica etológica, tensada hacia la constitución de un régimen político capaz de organizar los encuentros y las relaciones sociales, con el fin de evitar los destructivos y peligrosos. Este régimen político sólo puede ser, entonces, una democracia radical, ya que cualquier otra forma de gobierno establecería dispositivos de poder cuyo objetivo sería la imposición de un orden, en lugar de la creación de una organización.

En este sentido, la democracia radical es una perspectiva “anarquista”, no porque apunte a un total desorden, sino porque ofrece una organización no-jerárquica.

Es el mismo Deleuze, por otra parte, quien define como anarquía la perspectiva política de Spinoza, precisamente porque se opone a cualquier orden y jerarquía (Deleuze, G., Cosa può un corpo? Lezioni su Spinoza, Ombre Corte, 2010, p. 96). Además, la lectura de Deleuze sobre Sade, en Presentación de Sacher – Masoch. Lo frío y lo cruel (Amorrortu, Buenos Aires, 2001), podría confirmar, aunque no se mencione explícitamente por Hardt, la existencia de un ensamblaje político deleuziano, al mismo tiempo democrático y anarquista, aunque ambos términos, como es evidente, no mantengan en Deleuze su sentido clásico: la democracia para él es una organización que promueve las buenas relaciones sociales; la anarquía es la supresión de un orden en favor de una organización.

Deleuze, de hecho, encuentra en Sade la teorización de un régimen anarquista, que corresponde a un sistema político en el que hay el menor número posible de leyes (que son la expresión de un orden) y, por el contrario, un gran número de instituciones (que, de hecho, sólo disponen de un poder organizativo). La democracia, por tanto, según Hardt es sinónimo de organización y de constitución de lo que ya llama, precozmente, una multitud: el término, por supuesto, es de Spinoza, pero se convertirá en el perno de su propuesta política futura, dibujada con Toni Negri a partir de los años 2000, en Imperio (Paidós, Barcelona / Buenos Aires, 2005) y en Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio (Debate, Barcelona, 2004); signo éste de que su estudio sobre Deleuze fue realmente para Hardt un “aprendizaje de filosofía”, como dice el título de su libro.

Sin embargo, como ya he dicho, el camino abierto por Hardt ha sido recorrido por muy pocos; hoy, de hecho, es difícil oír hablar de una propuesta política concreta elaborada a partir de Deleuze. Esto refleja en gran medida las lagunas presentes en la literatura crítica que se ha ocupado de la obra de Deleuze, demasiado centrada en una interpretación de sus textos y, como mucho, en una reconstrucción del puzzle de los autores que le influenciaron, pero incapaz de asumir el alcance teórico de sus operaciones filosóficas.

Hardt, por el contrario, ha dedicado su propio texto a estas operaciones, haciendo referencia, en particular, a la lectura de Deleuze sobre Bergson, Nietzsche y Spinoza. Pero no lo hace para determinar en qué ha sido Deleuze fiel a estos autores y en qué medida se le puede considerar bergsoniano, nietzscheano o spinozista. El propósito del libro es, más bien, entender cómo Deleuze hizo uso de estos tres filósofos para construir, respectivamente, una ontología, una ética y una práctica. Hardt, de hecho, sostiene que Deleuze da vida a través de Bergson a un programa ontológico que consta de dos partes: una parsdestruens que se opone a Hegel y el falso movimiento de la dialéctica, y una pars costruens que tiene como objetivo, más bien, una lógica positiva centrada en el concepto de diferencia.

Bergson, por lo tanto, es útil para Deleuze en la formación de una nueva definición de la diferencia, que debe ser interna y cualitativa, y que se remonta al concepto de multiplicidad de Bergson; éste último, de hecho, pretendía resolver el problema de la relación entre uno y muchos de manera diferente a como lo hace Hegel con su síntesis dialéctica.

Precisamente tal síntesis, por otra parte, fundaba en Hegel la primacía del Estado y, por tanto, según Hardt, el interés de Deleuze por esta problemática indicaría ya una perspectiva política, lo que volvía a confirmarse en la lectura que Deleuze hizo de Nietzsche, en la que ya no se aborda un fundamento ontológico de la diferencia, sino que, más bien, se trata de un intento de creación de una ética de la afirmación. Al igual que Bergson sirvió a Deleuze para polemizar con Hegel, Nietzsche le sirvió, según Hardt, para criticar a Kant.

Precisamente el autor de las tres Críticas (de la razón pura, de la razón práctica y del juicio) habría hecho una crítica parcial y demasiado educada, mientras que una crítica real debe ser total, insurrecional y concreta, como el perspectivismo nietzscheano. Este último sigue luchando, en realidad, contra la dialéctica hegeliana, en particular contra la dialéctica entre el amo y el esclavo, en un esfuerzo para afirmar una voluntad de potencia, capaz de acabar con lo negativo y con la reacción.

Deleuze interpreta el eterno retorno como una ética: el lanzamiento de dados, que representa simultáneamente el azar y la necesidad, no es otra cosa que la afirmación de la voluntad.

El paso desde ahí hasta la concepción de una práctica de la alegría es corto, pero no lo suficiente corto, según Hardt, como para poder encontrar esa práctica ya en Nietzsche. Al pensador del eterno retorno le faltaban dos elementos para poder llegar a la dimensión de la praxis: por un lado, la puesta en escena de agentes corporales y deseantes, en vez de una voluntad totalmente impersonal; por otro lado, la constitución de un espacio social (no sólo temporal) donde tales agentes puedan moverse. Esas dos instancias, según Deleuze, están muy presentes en Spinoza, el filósofo al que dedicó su tesis doctoral complementaria, publicada bajo el título de Spinoza y el problema de la expresión (Muchnik editores, Barcelona, 1996).

Según Hardt, la lectura de Deleuze sobre el autor de La Ética (Editora Nacional, Madrid, 1975) es dúplice: por un lado, Deleuze lo afronta desde el punto de vista especulativo, usándolo para construir una ontología materialista (una ontología que no da ningún privilegio al atributo intelectual sobre el atributo corporal); por otro lado, la mirada de Deleuze se orienta hacia la constitución de una práctica, a través de la mediación del concepto de potencia, en el que Hardt insiste mucho, siguiendo la estela de lectura propuesta por Negri en La anomalía salvaje (Anthropos, Barcelona, 1993), cuyo foco era precisamente la distinción entre poder y potencia hecha por Deleuze (1).

Se trata de una práctica materialista de la constitución, que no puede reducirse a la teoría, como, por el contrario, ocurre en todo pensamiento dialéctico; una práctica que tiene como modelo el cuerpo. Éste, de hecho, se mueve por un conatus (2), que le lleva a experimentar la composición y el encuentro con otros cuerpos, con el fin de obtener pasiones y afecciones alegres, que aumentan su potencia.

Del mismo modo, el cuerpo social nace, en el estado de naturaleza, como multiplicidad libre y anárquica que, sin embargo, se caracteriza por un mínimo de potencia; por lo tanto, siente la necesidad de constituir un ensamblaje político, que le convierte en una multitud, capaz de llevar adelante una organización que, al mismo tiempo, aumente su potencia y mantenga la igualdad entre sus miembros, llegando así a la democracia radical, que, como hemos visto anteriormente, es el ensamblaje político propiamente deleuziano.

Hardt termina así su viaje a través del pensamiento de Deleuze, destacando en este último una línea de evolución que le habría conducido desde la ontología a una ética de la afirmación y a una práctica de la constitución orientada hacia una democracia radical, abierta, horizontal y creada desde abajo, a través de la técnica del ensamblaje. Según Hardt, éste fue el objetivo de Deleuze desde el principio y esa la razón por la que revaloró una tradición filosófica materialista y aparentemente minoritaria (Bergson, Nietzsche, Spinoza, Lucrecio), en oposición a grandes clásicos, como Platón, Kant y Hegel. Por esta razón, el título del libro, como ya he dicho, habla de un “aprendizaje en filosofía”: Hardt dice claramente, en la conclusión, que no se trata sólo del aprendizaje de Deleuze, sino también del suyo propio, ya que la escritura de este libro le ha permitido adentrarse en la historia de la filosofía. Añadamos, por último, que también está en juego un tercer aprendizaje, el del lector dispuesto a seguir a Hardt y aprender, junto con él, qué significa, en filosofía, pensar con y a través de un autor.

Natascia Tosel es doctoranda en investigación en Filosofía en la Università degli Studi di Padova, en cotutela con la Université Paris 8. Su investigación gira en torno a “La jurisprudencia como porvenir de la filosofía. El papel del derecho en el pensamiento de Gilles Deleuze”.

Traducción de Trasversales.net

Notas de traducción

1. Escribe Negri en La anomalía salvaje: “Potencia como inherencia dinámica y constitutiva de lo singular y de la multiplicidad, de la inteligencia y del cuerpo, de la libertad y de la necesidad –potencia contra poder- allí donde el poder es un proyecto para subordinar a la multiplicidad, a la inteligencia, a la libertad, a la potencia” (p. 317).

2. Según Deleuze, “El conatus en Spinoza no es pues más que el esfuerzo de perseverar en la existencia, una vez dada ésta”.

 

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