COLECTIVO EURONOMADE.

 

No nos tomen por pesimistas sólo porque consideremos que hoy está activo un proceso de desintegración de la Unión Europea. Nos limitamos a constatar un hecho. Y, sin embargo, en ese proceso reconocemos también una fuerte voluntad de renovación de Europa desde el punto de vista del nuevo proletariado. Analizaremos primero los elementos de esa desintegración de la UE, presentaremos después algunas claves para su reconstrucción.

Reconozcamos así que la masacre del aeropuerto de Estambul mostró la cara más feroz de la misma desintegración de la que, unos días antes, el referéndum británico daba una imagen diferente, pero no menos significativa. Si, como parece, se confirmará la pista islamista respecto a la autoría del atentado, no podrá eludirse vincularlo al nefasto acuerdo entre la Unión Europea y el régimen de Erdogan. Ese acuerdo, de hecho, no sólo ha puesto la base para el desmoronamiento del derecho de asilo, para el cierre de la vía de acceso a Grecia a través del Egeo y para la deportación masiva de miles de migrantes. También ha legitimado en la práctica las ambiciones y la política regional de potencia del régimen turco en el conflicto sirio, con cuya ambigüedad el atentado de Estambul está claramente vinculado.

El voto británico del 23 de junio, en cualquier caso, ratifica aquello que ya se veía claramente, al menos desde el “acuerdo” impuesto al gobierno griego en el Eurogrupo en la noche del 13 de julio de2015 y desde el posterior inicio de la crisis del régimen europeo de control de fronteras, bajo la presión incontenible de cientos de miles de refugiados o migrantes: el proyecto europeo, el propio proyecto de las oligarquías dominantes, ha chocado inevitablemente con sus propias contradicciones y con sus límites internos. Ha quedado radicalmente cuestionada la idea de una “continuidad incremental” del proceso de integración (es decir, su ampliación progresiva a nuevos países, de manera simultánea a una constante profundización), que jugó un papel esencial en la misma retórica de su legitimación.

Otras veces hemos insistido en la “genealogía” de este proceso de desintegración, en particular sobre la relevancia absoluta que en esta genealogía debe atribuirse a la “gestión de la crisis” económica y financiera, en el sentido de una verdadera constitucionalización de la austeridad, al menos desde 2011. Hemos seguido y descrito sus sucesivas articulaciones, denunciando su impacto catastrófico en la vida de las poblaciones europeas (particularmente en el sur del continente) y aún más en la vida de los migrantes. Volveremos a hacerlo. Hoy, sin embargo, parece más importante resaltar que el referéndum británico intensifica aún más el proceso de desintegración y parece haber provocado una solución de continuidad, esto es, un corte o fisura. Lo dicen, cada cual a su manera, Donald Tusk, Jean-Claude Juncker, Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi: la Unión Europea, tal como la hemos conocido, está en un punto de inflexión decisivo de su historia; sin una profunda renovación su crisis se profundizará aún más, hasta llegar a la ruptura. La decisión tomada por el Tribunal Constitucional de Austria para repetir la segunda vuelta de las elecciones presidenciales nos envía un sombrío presagio.

Por lo tanto, se abre una nueva coyuntura política, en la que, paradójicamente, la misma perspectiva de una ruptura constituyente, sobre la que trabajamos desde hace años, parece hacerse más realista. ¿Quiere decir esto que haya que alegrarse del resultado del referéndum británico? No, desde luego, y nos parece que se equivocan radicalmente quienes se alegran “desde la izquierda”. La ruptura con la Unión Europea, tanto en Reino Unido como en los países que pudierán seguir esa vía, está siendo totalmente gestionada por la derecha, una derecha agresiva, racista y tendencialmente fascista. Esta derecha monopoliza estructuralmente la “opción nacional”, con todo lo que implica desde el punto de vista del endurecimiento de las relaciones y jerarquías sociales, de la limitación drástica de los espacios de libertad e igualdad, de la violencia contra migrantes y “minorías”, una violencia que, por cierto, ha aumentado en Inglaterra tras el referéndum.

Sin embargo, veamos las cosas desde otro punto de vista. Si tras la victoria del “Leave” en el referéndum británico hay un empuje proletario que no ignoramos, y si en los viejos centros industriales de Inglaterra y Gales la clase obrera, a menudo ya expulsada de la producción, votó abrumadoramente contra la UE, hay un problema. Y también es nuestro problema. ¿Cómo construir un centro de gravedad que recomponga al conjunto de la “mano de obra” en su diversidad y en sus esperanzas? Es necesario caracterizar este problema. Lo que emerge del referéndum británico es una fractura social, generacional y territorial que atraviesa transversalmente la composición de clase, no sólo en Gran Bretaña. ¿Acaso se puede hablar sensatamente del proletariado inglés sin tener en cuenta a los jóvenes y a los jóvenes precarios, a quienes trabajan en la industria cultural o en los servicios, en los grandes centros metropolitanos como Londres y Edimburgo, que al parecer se han expresado por la permanencia en la UE, testimoniando una actitud cosmopolita e invocando, más allá de las fronteras, la libertad de circulación de las personas? ¿Y qué decir de los cientos de miles de inmigrantes, procedentes especialmente de Europa oriental y meridional, que no han podido participar en el referéndum y que serán los primeros en pagar el coste del Brexit en términos de condiciones materiales de vida?

Nos enfrentamos a un rompecabezas que representa un desafío para toda política de alianzas que pretenda congregar a una constelación de fuerzas sociales capaces de oponerse eficazmente al mando capitalista en la era de su completa financiarización, como en el fondo ha comenzado a realizarse ya en las calles y plazas de Francia y dentro de las “ciudades rebeldes”, desde Nápoles hasta Barcelona. En el referéndum británico, por el contrario, estos diferentes segmentos de una composición de clase ya irreversiblemente multitudinaria se han presentado como divididos y contrapuestos. Y esa contraposición es precisamente lo que ha abierto los espacios en los que la derecha ha sido capaz de catalizar el voto y el consenso de una parte sustancial de la tradicional clase obrera industrial.

Pero procedamos al análisis. Por un lado, la victoria del “Brexit” en el referéndum ha abierto una nueva coyuntura europea que evidentemente se presenta compleja y abierta a múltiples desarrollos. Hay muchas razones para dudar de que las negociaciones abiertas en estos días puedan concluir linealmente con una simple “salida” de Gran Bretaña de la Unión Europea. La reciente historia política continental nos da muchos ejemplos de “traición” a la voluntad popular expresada en un referéndum, siendo el caso griego el que nos resulta más doloroso. La gran prensa internacional, por su parte, nos informa de diversos planes para limitar el impacto del Brexit, atribuyendo a Gran Bretaña un estatuto de “externalidad/interioridad”, lo que podría convertirse en el motor de una reorganización general de la Unión Europea en torno a combinaciones de neoliberalismo y de nacionalismo, diversas pero todas ellas nefastas y que ya se están experimentando en varios países de Europa del Este.

Por otro lado, no podemos subestimar las presiones procedentes de Escocia e Irlanda del Norte, que podrían cuestionar radicalmente la unidad del “Reino Unido”, abriendo escenarios que a su vez tendría impacto mucho más allá del Canal de la Mancha. El debate que se ha abierto en Gran Bretaña podría, de hecho, proporcionar a autonomistas y secisionistas, que también agitan el continente, una perspectiva que haga de las “independencias” un elemento crucial, pero no para la multiplicación de las soberanías nacionales dadas sino para su erosión y para la progresiva reconstrucción federativa del espacio político europeo. Reconocemos también que hay otros elementos de incertidumbre en esta compleja situación: una incertidumbre que quizá por primera vez revela la incapacidad de las oligarquías “integracionistas” hasta ahora dominantes, es decir, de las élites económicas y financieras, mediáticas y políticas, para llevar el timón de la Unión Europea, dejando a las derechas nacionalistas y racistas el espacio en el que planificar un futuro de pesadilla para Europa.

La incertidumbre implica siempre una posibilidad. Sin embargo, a la izquierda, por nuestra parte, ¿tendremos la capacidad de aprovecharla? Tenemos que admitir que, dentro del marco de esta coyuntura europea en movimiento y para quienes apoyamos esa esperada posibilidad constituyente, el resultado de las elecciones españolas representa un problema. Por supuesto, incluso con respecto a la situación “interna” -más allá de la consolidación de un nuevo campo político dentro de las instituciones-, es necesario reflexionar sobre el “revés” del proyecto de Unidos Podemos y sobre el papel que todavía puede y debe jugar en el nuevo escenario. En todo caso, en perspectiva europea el riesgo es que las elecciones españolas den nuevo impulso a la centralidad del Partido Popular como fuerza política a la que se le asigna la gestión de la coyuntura, con el corolario de una centralidad constitucional de la fórmula “gran coalición”, sea cual sea el gobierno que se forme en España.

La crisis de la socialdemocracia se profundiza y podría quedar destinada a la única función de “rueda de repuesto” subalterna de las “grandes coaliciones”. La socialdemocracia paga el precio de su pesada responsabilidad histórica, tras haber jugado un papel fundamental en la promoción de los procesos de neoliberalización de las sociedades y de las economías europeas, de lo que son último episodio la Jobs Act en Italia y la reforma laboral en Francia. Y, sin embargo, las nuevas fuerzas de “cambio” no pueden ocupar inmediatamente los espacios abiertos por esta crisis: en el horizonte se vislumbra una nueva temporada dominada -podría decir que ya “fuera de control”- por el “extremismo de centro” que inició el proceso de desintegración de la Unión Europea y que, en el caso del Brexit, ha confirmado ser hermano gemelo y principal alimento de todo populismo nacionalista de derecha.

Repitamos la pregunta: ¿cómo renovar, en medio de la desintegración de la Unión, una voluntad de reconstrucción de Europa? ¿Cómo relanzar, en el espacio europeo, una política de alianzas y de ruptura constituyente? Sabemos que esto sólo será posible manteniendo los pies sobre la tierra. Más allá del ámbito de la “política politicista”, nuestro camino debe construir una relación, nunca concluida, entre la horizontalidad de las luchas y la verticalidad de la política. No es fácil, la perspectiva del poder también empaña la vista de los mejores. Tal vez también en España haya habido nebulosas desviaciones de la perspectiva. Este no es el lugar para avanzar en una evaluación del debate que se ha abierto en el campo de la política de “cambio” en la Península Ibérica. Nos limitaremos a señalar que, como muestra en particular la experiencia de Barcelona, no puede eludirse el asunto del desarrollo necesario de los contrapoderes de lucha, ni siquiera cuando la ilusión de tomar el “poder” o de poseerlo sea algo efectivo.

Por tanto, a partir de las “ciudades rebeldes” y de un movimiento social como el francés, de campañas como la llevada contra el TTIP y de las acciones de las redes, parciales y muy diferentes entre sí, como Diem 25, Blockupy, Transnational Social Strike o las nuevas redes de activistas contra y en torno a las fronteras, el propio terreno de la política nacional debe ser abordado potentemente por una acción capaz de politizar el conflicto social y, al mismo tiempo, de contrarrestar el ascenso de la derecha, proyectando sobre el espacio europeo cada desplazamiento hacia adelante en las relaciones de fuerza que puedan producirse (tanto en una “ciudad” como en un “Estado”). Desde hace algún tiempo una multitud de sujetos sociales y políticos se están moviendo en esta dirección en Europa. En condiciones difíciles, este es el momento para la convergencia de una pluralidad de fuerzas y para organizar la ofensiva. Ya que la desintegración de la Unión Europea no ha extirpado del corazón del nuevo precariado, joven o no menos joven, la fuerza para construir otro diseño de Europa.

Traducción de Trasversales

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