de TONI NEGRI.
Se comienza a hablar del “común” en términos sustantivos. Hasta hace algún tiempo, sólo se utilizaba en un sentido formal, como algo fuera de toda posible definición ontológica, algo a lo que sólo el modo de apropiación, sea privada o sea pública, calificaba y, por consiguiente, daba existencia. Aún ahora, en la jurisprudencia y en el derecho sólo se habla del común en ese sentido formal. Estamos saliendo de una larga historia, que quizá haya coincidido con la época moderna, y el común ya se nos manifiesta como una realidad o, mejor dicho, como una producción. Más adelante retomaré la discusión sobre esta definición, pero ahora vuelvo a nuestro tema: la apropiación privada de lo colectivo y del común. Hay una reseña crítica de la economía política del común en Vercellone y otros (2015), “Managing the commons in the knowledge economy”, Report D3.2, D-CENT (Decentralized Citizens ENgagement Technologies), European Project 2015, mayo 2015, p. 110.
En la era del neoliberalismo la apropiación privada del común se presenta bajo dos formas particularmente evidentes: la apropiación de lo público (del patrimonio del Estado, de los bienes y servicios públicos , etc.) por parte de individuos o entidades privadas y, como segunda forma, la apropiación de lo que llamamos naturaleza, esto es, los bienes de la tierra y ambientales, las potencias físicas de la vida, etc. Parece evidente que estos bienes pueden ser transferidos al ámbito privado y que, de hecho, se están transfiriendo. Son bienes materiales y naturales y parecería que su apropiación no afectaría a su sustancia, si no fuese porque es necesario considerar con más atención esa apropiación.
En primer lugar, porque tanto los bienes públicos como los naturales son inseparables de las condiciones históricas y de las formas de vida: se configuran recíprocamente. En esto hay una determinación “común”, históricamente consistente, que no podría ser suprimida; pero, ante esa imposibilidad de anulación, emerge una calificación de este “común”, a la vez “formal”, puramente extrínseca, y “vulgar”, absolutamente genérica, que se adapta a estos actos de apropiación. El discurso se vuelve más significativo en segunda instancia. Quiero decir que, aunque en la evolución de lo moderno los bienes naturales y públicos se han convertido en mercancías y se presentan, en esa condición, inmediatamente como productos del capital (precisamente mercancías), esta reducción es problemática e incluso produce repugnancia. En efecto, a pesar de que los bienes colectivos o naturales constituyen la materia misma del producir en la edad del capitalismo maduro, también éste producir es apropiado ilegítimamente por lo privado; con todo, nos parece que todo lo que es natural pertenece a una esfera que debería mantenerse intacta y liberada de las pretensiones de posesión, y también nos parece que todo lo público, en su mejor sustancia, es un poso histórico de voluntades y luchas colectivas.
Nos parece… pero hay que ceder a la evidencia y reconocer que en este tema la rutina ha aplacado la indignación y que las conveniencias industriales han anulado las reservas morales. Estos bienes constituyen el objeto privilegiado de la apropiación capitalista y el objetivo del dispositivo jurídico privado y/o público que realiza el “derecho de propiedad”. Una apropiación jurídicamente legítima que no difiere de la apropiación capitalista en general, sino que la complementa, como “apropiación” del “valor del trabajo”, como extracción de “valor” y como figura jurídica y política de la producción colectiva bajo la forma de propiedad privada y/o pública. Este dominio sobre las actividades individuales y/o colectivas que han instituido bienes públicos o naturales como deseables y utilizables en la construcción de las formas de vida, es algo propio de la producción capitalista. Este dominio se ha acentuado, en el capitalismo maduro, con la creciente superposición del modo de producción y de las formas de vida.
Desde hace algunas décadas, para algunos bienes públicos o naturales se habla de un tipo de apropiación (o de propiedad) “común”. Se ha hecho mucha retórica sobre esto, pretendiendo definir un “tercer género” de propiedad, una nueva forma de apropiación diferente a las aplicadas hasta la fecha. Sin embargo, estas definiciones no son consistentes, porque se basan ilusoriamente en una concepción expansiva del derecho de propiedad en la madurez capitalista: se concibe el común como extensión funcional de la propiedad privada o como institución participativa y democrática de la capacidad pública de apropiación. Nuestra propuesta es, más bien, no considerar el común como un tercer tipo de propiedad, sino como un modo de producción. Frente a la definición “vulgar” antes mencionada, ésta nos parece una definición “adecuada”, “científica”, del común.
Antes de abordar el tema “el común como modo de producción”, intentaremos profundizar en la definición sustantiva del común. En el presente, pareciera más bien que el común constituya un fondo ontológico, producido por la actividad laboral humana en el proceso histórico. Fundamento, fondo ontológico de la realidad social, producto del trabajo: ¿qué significa exactamente? Significa que el común es siempre una “producción”, es naturaleza regulada o transformada, o simplemente producida. Por tanto, el común es un recurso sólo en la medida en que es un producto, un producto del trabajo humano, en el marco del régimen capitalista inmediatamente atravesado por relaciones de poder.
En la edad del trabajo cognitivo, el común subsume y pone en evidencia la cualidad del trabajo cognitivo. Para evitar cualquier malentendido, reiteremos que siempre que hablamos de “trabajo cognitivo” hablamos, sea como fuere, de “trabajo” y, por consiguiente, de un gasto de energía mental y física; hablamos, en todo caso, de un trabajo constituido en la continuidad de la relación capitalista y en la forma asimétrica de esa relación. Continuidad discontinua, a saber: continuidad constreñida a un ritmo cíclico de los movimientos y de las luchas entre el mando sobre el trabajo y la resistencia de la fuerza de trabajo, siempre abiertas en el capitalismo. Relación asimétrica, debido a que la relación capitalista es siempre desigual e irreductible a identidad. El capital es productivo en virtud de esta asimetría. Asimétricas, en efecto, son las fuerzas que se confrontan en esa relación (de capital); la productividad es el resultado de un complicado entrecruzamiento (y conflicto) entre el poder del “trabajo vivo” y la acumulación de “trabajo muerto”.
Ahora, en la edad del General Intellect (es decir, de la hegemonía del trabajo cognitivo en la producción capitalista), la nueva organización social del trabajo está condicionada por una creciente eficiencia productiva del trabajo cognitivo y, por tanto, por una primacía ontológica del trabajo vivo sobre el trabajo muerto en la relación de capital. Efectivamente, en el presente y en contraste con lo que sucedió en la era industrial, la fuerza de trabajo cognitiva expresa en la relación de capital una iniciativa organizativa de la cooperación y una gestión autónoma del saber. Esto significa que el trabajo se ha ido singularizando y que la fuerza de trabajo produce en la medida de su propia subjetivación. La fuerza de trabajo no se presenta ahora, en la relación productiva capitalista, sólo como “capital variable”. Se presenta como subjetividad, como potencia singular. Entonces, la relación de capital no estará atravesada sólo por una contradicción material, objetiva, sino también (y sobre todo) por un antagonismo subjetivo. Una acción autónoma, fuertemente subjetivizada, es por tanto inmanente a la relación de capital y caracteriza su productividad.
Esto ya lo había intuido Gramsci cuando, estudiando la crisis capitalista de los años 20 del siglo XX, había considerado a los movimientos políticos y a la resistencia material de la clase obrera como motor antagonista de la transformación productiva. Y concluía que la “revolución pasiva” que acompaña al nacimiento del fordismo contiene implícitamente la construcción de la “hegemonía” del sujeto obrero sobre la producción.
Sobre esa premisa se podrá proceder a la construcción del concepto del común como “modo de producción”. El carácter “común” de la producción es sustantivado por un basamento que no es simplemente histórico, sino activo, subjetivo, cooperativo, basado sobre la organización del trabajo cooperativa y común, y precondicionado por ella. Nos encontramos así en el inicio de un proceso de definición sustantiva del común en la era del trabajo cognitivo.
Este camino es difícil, como siempre ocurre en las épocas de transición. De hecho, estamos inmersos en un proceso de transformación de la edad industrial (fordismo) hacia la edad post-industrial (la época del General Intellect). Vivimos en una fase de transición, de nuevo constreñidos a una especie de “revolución pasiva” en la que la fuerza de trabajo cognitiva construye su propio espacio de producción y pone de relieve su capacidad para prefigurar y predisponer las modalidades de la producción. Esta transición puede ser reconocida como momento de una tendencia en la que la producción muestra formas crecientemente biopolíticas. Esto es:
a) Cuando por política se entiende una vida indistinguible de la actividad productiva, abarcando todo el ámbito espacial y temporal de una determinada sociedad. Esta condición metamorfosea y reconfigura la estructura de la “jornada laboral”, superponiendo trabajo y vida.
b) Cuando por bios se entiende una tendencial totalización de la producción en todo el planeta. El mundo de la producción se convierte así en ecológico en su sentido etimológico: la producción no sólo subsume el bios, sino también la naturaleza.
Dentro de esta tendencia se está definiendo muchas otras condiciones específicas. Por ejemplo, la “ley del valor” está en crisis, como ley de la explotación basada sobre la medida temporal de los valores del trabajo y de su abstracción. Dicha ley suponía:
– una medida de la temporalidad, dentro de una “jornada de trabajo” homogénea, con la que subdividir el tiempo de “trabajo necesario” y el tiempo de “plusvalor”;
– un espacio cerrado, o bien una concentración del trabajo, una cooperación masificada y garantizada por la organización científica del trabajo en la fábrica;
– una visión restrictiva de la relación entre trabajo productivo e improductivo. Por ejemplo, el trabajo de las mujeres en el ámbito doméstico o en los cuidados no era normalmente considerado en la cuantificación del valor, en la definición misma de “fuerza de trabajo”;
– una condición ecológica ingenua, en la que se consideraba a la naturaleza como una realidad independiente, aún no atravesada por la valorización capitalista y valorizada del trabajo productivo.
Sobre esta base se construyó la clásica temática de la abstracción del valor o, mejor dicho, de los valores fijados temporalmente, determinados espacialmente, cualitativamente discriminantes, ecológicamente limitados. La apropiación capitalista del valor global de la producción social -a la que cabe el epíteto de “común vulgar”- se determinaba así a través de la explotación del trabajo y de las abstracciones, mediaciones y equiparaciones de los valores sobre esta escala. Por el contrario, ahora, en la época del trabajo cognitivo y cooperativo, del General Intellect, el “común” tiene figura biopolítica y está estructurado por la producción de subjetividad. Es “común” en el sentido “propio”, “científico”. De ello se desprende que la apropiación capitalista se presenta en una figura completamente transformada y que la apropiación del plustrabajo no se ejerce a través de la explotación directa del trabajo y su consiguiente abstracción, sino más bien a través de un nuevo mecanismo de apropiación, que se caracteriza por la extracción del común como constitución de la producción social total. Y si este común cubre todo el tiempo y el espacio de la valorización, si ya no hay un espacio “fuera” de la producción capitalista y cada función laboral está subordinada a la valorización, igualmente esta explotación extractiva se preconstituye por la organización autónoma de la cooperación por parte de las subjetividades cognitivas, una potencia independiente dentro de una feroz máquina de explotación.
Para decirlo de otro modo: este “común capitalista” está sometido, en la relación de capital y en su asimetría, a una tensión cada vez más antagónica. Cada vida se ha vuelto productiva, la extracción de valor se produce sobre la globalidad biopolítica, es decir, no sólo en los espacios y tiempos dedicados expresamente al trabajo.
Este panorama general se hace posible por el hecho de que ha cambiado la naturaleza de la fuerza de trabajo. Sin pretender reconstruir aquí toda la historia del desarrollo capitalista del siglo pasado, podemos recordar cómo, en la primera mitad del siglo XX, las luchas obreras en las metrópolis capitalistas pusieron en crisis el modo de producción industrial y cómo, en la segunda mitad del siglo, la automatización productiva y la socialización informática, implicando a toda la sociedad, han determinado la consolidación progresiva del General Intellect. La masificación fabril del trabajo ha sido sustituida por la individualización de las prestaciones laborales; la centralización del mando en la fábrica lo ha sido por la organización cooperativa del trabajo social; el esfuerzo físico del trabajo manual ha sido sustituido por la implicación intelectual de la actividad cognitiva. Para resumirlo, la masa ha sido sustituida por la multitud.
Si el nuevo modo de producción nace dentro de estas condiciones, se puede pensar (como hemos anticipado otras veces) que el “común” es previo al mercado laboral capitalista y previo a la organización social capitalista del trabajo, la llamada división social del trabajo. Si el nuevo modo de producción es un terreno de lucha, como lo han sido todos los modos de producción del capitalismo, hoy, en este espacio, la posición de la fuerza de trabajo cognitiva está relativamente privilegiada en comparación con el pasado, por tener en sus manos poder sobre la cooperación, la organización del trabajo y la organización de los conocimientos productivos. De ello se deduce que el capital tiene que adaptarse al común, lo que afecta al modo de producción, transformando las figuras de la explotación y pasando de la abstracción de los valores industriales a la extracción del valor social de la producción. Sin embargo, pierde, en esta nueva relación, su capacidad para ejercer un mando “integral”.
Al estudiar las teorías de la valorización por medio de la extracción no se puede ocultar, sin embargo, que esto no es completamente nuevo. En particular, en los capítulos de El Capital sobre la ”acumulación primitiva” Marx había hecho una amplia descripción sobre las formas en las que las tierras comunes y los derechos comunes fueron anulados y apropiados por el capitalismo naciente. A Marx le parecía que sin esta apropiación privativa del común no habría sido posible una acumulación primitiva que permitiese encaminarse hacia la época manufacturera, base de una sociedad industrial. Sin embargo, está claro que no puede hacerse ninguna analogía entre el “común” precapitalista, cuya expropiación era necesaria para la construcción del capital, y el “común” tal y como se presenta ahora a nuestra experiencia.
Una segunda formulación de la teoría de la explotación “por extracción” (a menudo reflejo de la acumulación originaria de Marx) se encuentra en el “marxismo occidental”, desde la escuela de Frankfurt al operaismo y al postcolonialismo: en ella, el trabajo y la producción se consideran a la luz de su “subsunción real “en el capital. El tránsito de la subsunción “formal” a la subsunción “real” está representado por un ciclo de sometimiento y de apropiación capitalista progresiva de los procesos de trabajo y de la misma sociedad productiva en su totalidad. En una primera fase (formal) el capital absorbe diferentes espacios y temporalidades, en la segunda fase (real) el capital impone una norma homogénea de producción, consumo, etc. Se puede decir que en este caso se pasa del “régimen de la ganancia” al “régimen de la renta”. Pero se trata de una renta muy modificada respecto a la definición de los “clásicos”.
¿En qué consiste esa modificación? Consiste en el hecho de que esta renta se extrae directamente de un común productivo. La apropiación capitalista de lo común (en la “subsunción real” de la sociedad en el capital) sólo puede ser reconocida como productora de renta cuando asumimos y verificamos que actúa sobre una sociedad prefigurada y preconstituida por una sustantiva actividad productiva del común. No hay, por lo tanto, ninguna analogía con las definiciones (tradicionales) de renta absoluta y de renta relativa.
¿Cómo se ha determinado este nuevo marco? La transformación ha acontecido sustancialmente a través de dos figuras:
a) Cuando el modo de producción se ha vuelto completamente “biopolítico”. El mando productivo capitalista ha penetrado la vida en su totalidad. De esto ya hemos hablado. Somos testigos de una totalización de la explotación, estructurada en torno al trabajo cognitivo y a su capacidad para poner en práctica, autónomamente, la cooperación. A partir de esta condición antagonista, la red de las formas de vida es capturada por el capital. Lenguajes, códigos, necesidades y consumos, así como la estructura del conocimiento y del deseo (en la riqueza de su singularización) son puestas a disposición de los procesos extractivos del capital.
b) La segunda figura en la que encarna esta nueva forma de explotación es la financiarización, que representa la forma en la que el capital mide la “extracción del común”. Esta medida se manifiesta en el mando a través de su función monetaria, es decir, como dinero. Se podría decir que el dinero es la figura perversa y la total mistificación del común. De hecho vivimos “inmersos” en el “dinero”, lo que equivale a experimentar que vivimos “subyugados” en el “común vulgar”. Prisioneros del orden productivo común que el trabajo cognitivo ha creado y sigue produciendo, del que el dinero es medida y mando. Desde este punto de vista es evidente que los procesos financieros no son parasitarios, sino inmanentes a la organización de la valoración.
En conclusión, el capital desarrolla el derecho a la apropiación privada y su mediación pública, en la construcción de un mando financiero para la explotación del común, pero de eso hablaremos en otra ocasión.
Una vez así descrita la apropiación capitalista del común, hace falta reconsiderar las transformaciones de la fuerza de trabajo y de las tecnologías, incluyendo las del mismo capital que se lanza sobre la vida y hace que ésta se lance sobre él. Como ya hemos dicho, la línea de desarrollo de la explotación capitalista es discontinua y la relación de capital es asimétrica. Cuando asumimos el común como un modo de producción, describimos el resultado de la transición de la fase industrial a la fase cognitiva del trabajo productivo. Quizá no sea necesario añadir que esta transición no es lineal ni homogénea. Más bien reproduce discontinuidades y asimetrías al llevar hasta un límite extremo su propio camino y al representarlo en la extracción del común. El capital pierde así su dignidad, que consistía en su capacidad para organizar la producción e imprimir a la sociedad un desarrollo. Ahora el capital es obligado a reorganizar y mostrar, en forma extrema, su naturaleza antagonista. Eso significa que la lucha de clases se desarrolla alrededor del común. Y por lo que hemos dicho hasta ahora, está claro que hay dos figuras del común: una es la de un común sometido a la extracción capitalista del valor, otra es la de un común que es expresión de la capacidad cognitiva y productiva de la multitud. Entre estas dos formas del común no sólo hay una contradicción objetiva, sino también un antagonismo subjetivo.
Ya hemos insistido mucho sobre los flujos que han transformado el modo de producción a lo largo del siglo XX, desde una figura industrial a una figura post-industrial, desde la “gran industria” hasta la ”industria socializada”. También hemos insistido en que estos flujos llevan en su interior la transformación de la fuerza de trabajo, desde el ”obrero masa” al “obrero social ” y, finalmente, a la “fuerza de trabajo cognitivo”. Ahora merece la pena resaltar que al decir “trabajo cognitivo” no sólo se dice intelectualización del trabajo y profundización de la cooperación ampliada en la producción, sino también producción de subjetividades, o bien subjetivización del producir como expresión del trabajo cognitivo y aumento de la cuota del trabajo vivo dentro de la relación productiva. Así crece la valorización, tanto por unidad de valor como en lo que se refiere al conjunto de la producción. La relación entre capital constante (mando, trabajo muerto) y capital variable (trabajo vivo) se transforma radicalmente. La fuerza de trabajo cognitiva se ha afirmado en los hechos como más productiva, y es subjetivamente más fuerte de lo que era la fuerza de trabajo industrial.
Por lo tanto, esto impone una radical mutación en el mismo capital, no sólo en el tránsito desde la abstracción hasta la extracción, sino también, como hemos visto, en su estructura técnica. Tomemos como ejemplo, entre mil que se podrían tomar, las tecnologías y la composición técnica del biocapital. En ellas encontramos el saqueo de la naturaleza y de los cuerpos, pero también la rica circulación de los conocimientos médicos, encontramos la concentración monopolista de la investigación y la subordinación a ella de la organización pública de las prestaciones sanitarias, pero también el aumento continuo de la “esperanza de vida ” (y muchas otras composiciones antagonistas del biopoder), constituyendo en última instancia una máquina predispuesta al desarrollo de un “proyecto biomédico de gobernabilidad de la salud”. Eso es, simultáneamente, despotismo capitalista sobre la naturaleza y los bienes naturales y apropiación de los bienes culturales y públicos, pero también producción de dispositivos subjetivos de producción de un común biopolítico (Sandro Chignola, Vita lavoro linguaggi. Biopoliticaa e biocapitalismo, EuroNomade 12/10/2015). Lo mismo puede decirse de las tecnologías del capital informático. En ellas cada algoritmo extrae valor del trabajo cognitivo monopolizado por las grandes estructuras mediáticas, pero, al mismo tiempo, se confronta con la potencia irreductible del saber de los operadores, que son los verdaderos ensambladores y constructores de los algoritmos (Accélérations, bajo la dirección de Laurent de Sutter, París, PUF, 2016). El problema político se plantea precisamente en este nivel. ¿Cómo puede ser contestado, resistido y bloqueado el proceso de extracción? Recordemos siempre que las categorías legales de la propiedad (privada y pública) son figuras de legitimación de la apropiación capitalista del común. Y, sin embargo, no podemos dejar de tener en cuenta que los procesos de privatización de lo común son extremadamente frágiles, ya que se han modificado las relaciones de fuerza en el “modo de producción” del común. Frente a un capital forzado a una relación productiva, discontinua y antagonista, la potencia del trabajo cognitivo y cooperativo produce continuas alternativas.
La primera fragilidad del mando capitalista deriva de la afirmación de la potencia autónoma de la cooperación productiva, es decir, de la hegemonía “virtual” del trabajo colectivo respecto al mando. Téngase en cuenta que el trabajo cooperativo y cognitivo es hoy una masa verdaderamente singular ante la que vacila el mando capitalista: una masa constituida por una multitud de singularidades. Si el mando capitalista sobre la masa se había consolidado en el proceso industrial de producción, el dominio sobre la multitud y el seguimiento de las singularidades que lo constituyen representan un horizonte indefinido y, en ocasiones, un problema irresoluble para el capital. La paradoja reside en el hecho de que la producción, en el capitalismo cognitivo, exige una multitud de singularidades, ya que en ello reside la productividad. Singularización, subjetivación y productividad constituyen el “dentro/contra” que hoy en día, contra el “capital constante”, contra el patrón”, establece la clase obrera, no sólo como “capital variable” sino también como multitud, como conjunto de singularidades, red lingüística y cooperativa. De ahí derivan la continua fragmentación del proceso y las dificultades radicales para el mando. De ahí la crisis de las instituciones de la democracia representativa, que nació en una constitución material aún determinada por mecanismos de abstracción de los valores y de control en la sociedad industrial.
Una segunda fragilidad reside en que el trabajo vivo cognitivo se reapropia incesantemente del “capital fijo”, de los instrumentos de trabajo y del saber productivo. De esta manera, la composición técnica del trabajo vivo cognitivo está en continuo crecimiento y desequilibra en su favor, cada vez más, la relación de capital. Trataremos este asunto, la apropiación del capital fijo por el trabajo vivo, en un trabajo de próxima publicación: Assembly.
Dentro del marco de esas fragilidades se dan nuevas resistencias a la apropiación capitalista del común. Obviamente, no podemos detenernos en todos ellos, pero podemos enumerar algunos dispositivos de acción que han comenzado a desarrollarse:
a) En primer lugar, prácticas democráticas de apropiación y de gestión de los “bienes comunes”;
b) La insistencia puesta en la negociación sindical, fiscal y política sobre el reconocimiento del común como base de la reproducción social del trabajo, así como la insistencia en las capacidades emprendedoras de las singularidades activas. Las luchas en torno al welfare, al bienestar social, van en esta dirección y los comportamientos de resistencia asumen en este caso cualidades emprendedoras y alternativas.
c) Se comienzan a proponer nuevas medidas del común a través de la búsqueda de “nuevas monedas” cuyo valor no se establezca en referencia al mando del capital, sino como medida de las necesidades sociales. La demanda de un “ingreso garantizado” y el desarrollo de monedas alternativas se colocan frecuentemente en esta perspectiva.
Para concluir diré que cuando el común sea substraído a la acumulación/valorización capitalista, entonces se presentará abierto al uso de la multitud y podrá ser custodiado por una regulación administrativa democrática y participativa. Lo importante es reconocer el común como un modo de producción en nuestra sociedad y como producto fundamental del trabajo de todos. La apropiación privada del común no es, en este punto, deseable para la comuna de los ciudadanos-trabajadores.
Traducción de Trasversales.net
Nota de Trasversales
1. Toni Negri recurre en este texto a algunos de los conceptos utilizados por Marx en El Capital. Dado que pueden no ser conocidos, en esta nota, responsabilidad exclusiva de Trasversales, intentamos dar una idea de su significado.
Capital constante y capital variable
El circuito del capital es un circuito de valorización, en el que, salvo fracaso, dinero se convierte en más dinero. Para Marx ese circuito comienza en dinero (D1), con el cual el capitalista compra medios de producción (máquinas, materia prima, edificios, etc.) y compra capacidad de trabajo (retribuida mediante el salario). La puesta en marcha y desarrollo del proceso productivo por medio de la utilización de esos medios de producción y de esa capacidad de trabajo genera un conjunto de mercancías (bienes materiales o servicios) que deben ser vendidas, cerrándose el circuito con dinero D2, fruto de esa venta. Obviamente, el objetivo del capitalista es que D2 sea mayor que D1. Sin duda este circuito así explicado es una simplificación, porque constantemente se superponen varios circuitos de ese tipo, pero el objetivo de Marx era mostrar los rasgos esenciales de la valoración capitalista. En particular, explicar por qué D2 era mayor que D1, es decir, ¿de dónde sale ese plusvalor D2-D1?
En principio D1 es dinero. Pero el dinero no se convierte en capital –en el sentido que da Marx a ese término- sin la compra de medios de producción y fuerza de trabajo; al hacerlo, provisionalmente el capital pierde su forma inicial como dinero, que debe recobrar al final del proceso tras la venta de las mercancías producidas. D1 pierde su forma dinero porque una parte de él (K, por ejemplo) se utilizada en comprar medios de producción y otra parte de él (L, por ejemplo) se utiliza en comprar fuerza de trabajo, esto es, en pagar salarios. En consecuencia, D1 = K + L.
A L, al capital invertido en fuerza de trabajo, Marx lo llama capital variable; a K, al capital invertido en medios de producción, Marx lo llama capital constante. ¿Por qué?
Para Marx, por medio de la actividad productiva el valor de los medios de producción gastados (materias primas, desgaste de máquinas o herramientas, etc.) en producir unas mercancías se transmite “tal cual” al valor de éstas. El término constante para calificar a esta parte del capital en esa fase se refiere simplemente a eso, a que el valor aportado por esa parte a las mercancías producidas no es mayor ni menor, sino igual, al valor de los medios de producción utilizados (total o parcialmente). De hecho, la idea subyacente a las habituales técnicas contables de amortización es muy similar.
Por el contrario, Marx considera que la fuerza de trabajo adquirida (pagada mediante salario) tiene la característica de que su uso genera “valor”, una parte del cual repone el capital utilizado en comprar la fuerza de trabajo pero quedando otra parte que da lugar a un plusvalor, del que derivaría el hecho de que D2 sea mayor de D1 si el proceso se desarrolla con “normalidad” y las nuevas mercancías pueden venderse. Por ello, a L, al capital en su fase “fuerza de trabajo”, le denomina capital variable, porque el uso de esa fuerza de trabajo no sólo repondría L sino que generaría más valor. Quiero aclarar antes de seguir que para algunos teóricos marxistas las mercancías tienen un valor propio, cuya suma determina el valor a tal o cual escala, mientras que otros piensan que las mercancías sólo adquieren valor en relación con las otras mercancías y en un marco social, de forma que el valor sería, ante todo, una magnitud global de la que deriva el valor de cada mercancía teniendo en cuenta la inversión realizada y la eficiencia (capitalista) de las inversiones realizadas (aclaro que para muchos teóricos marxistas eso que he descrito no sería el valor de una mercancía sino su “precio de producción”, pero prefiero utilizar menos conceptos).
Por descontando, todo esto es mucho más complejo, pero el único propósito de esta aclaración es dar cierta idea de a que se refiere Negri al hablar de “capital constante” y “capital variable”.
Las expresiones “trabajo muerto” y “trabajo vivo” se refieren a esa misma dualidad, pero desde otro enfoque, desde el trabajo, no desde el capital. Las máquinas o la materia prima que compra un capitalista serían “trabajo muerto”, en la medida en que son fruto de un trabajo pasado, objetivado ya, mientras que la fuerza de trabajo efectiva, en acto, sería “trabajo vivo”. Hay que entender que si bien el trabajo socialmente necesario es, para Marx, la sustancia del valor global de las mercancías en la producción capitalista, su distribución entre los diferentes capitalistas se hace según la regla tendencial de que “a inversiones iguales y con igual productividad, igual ganancia”. Las mercancías son productos del trabajo mediado por la naturaleza y por otros productos del trabajo, pero se venden en tanto que productos del capital. El “fetichismo de la mercancía” no es una ilusión ideológica sino el funcionamiento real y material del capitalismo.
Capital circulante y capital fijo
Pensemos en un fabricante de ollas. Parte de su capital constante puede estar invertido en acero y otra parte en máquinas. El valor del acero utilizado en fabricar unas ollas se transmite a ellas, así como ocurre con el valor “por desgaste” de la máquina. Sin embargo, el acero utilizado ha dejado de existir en cuanto tal y ahora forma materialmente parte de las ollas, mientras que la máquina no ha “cedido” un cacho de ella a las ollas, sigue ahí, completa, tal y como era, pero “algo desgastada” (físicamente o respecto a máquinas más eficaces ya existentes). Por eso, el acero sería parte del capital circulante, que se consume inmediatamente en la producción de mercancías, mientras que las máquinas, herramientas, edificios, locales o vehículos son capital fijo, se van desgastando hasta que dejan de funcionar o son sustituidos. El capital fijo es parte del capital constante, pero no todo el capital constante es fijo. El capital circulante incluye a todo el capital variable, pero también a parte del capital constante.
Si bien está distinción no tiene en la teoría de Marx la relevancia que tiene la de capital constante/capital variable en cuanto a la constitución de valor, si debe tenerse en cuenta a la hora de su distribución. Además, varios autores atribuyen bastante relevancia al papel del capital fijo en las crisis.