Por VÍCTOR MANUEL MONCAYO C
En medio de los efectos de la pandemia, que aún siguen siendo inciertos en cuanto a su magnitud y alcance, y a las reacciones socio-económicas y sociales que suscite, la sociedad colombiana se ha visto sorprendida por el anuncio de hace algunas semanas hecho por la Embajada Americana en Bogotá, de que haría presencia en Colombia, por primera vez en América Latina, una misión de la SFAB (Security Force Assistance Brigade), durante cuatro meses, integrada por aproximadamente medio centenar de militares, con el propósito de “mostrar nuestro compromiso mutuo contra el narcotráfico y el apoyo a la paz regional, el respeto de la soberanía y a la promesa duradera de defender los ideales y valores compartidos”, según las voces del almirante Craig Faller, comandante en jefe del Comando Sur de los Estados Unidos.
La misión que ya se encuentra en territorio colombiano desde el inicio del mes de junio, tiene como antecedente inmediato “las experiencias en Irak y Afganistán” y seis meses de “información, sincronización y soporte logístico”, como lo ha indicado el teniente coronel Mike Barrimon, comandante del tercer escuadrón de SFAB, quien lidera la misión. No hay duda que su tarea está asociada a la política antidrogas soportada por la erradicación forzada y la próxima fumigación de los cultivos con glifosato que prepara el gobierno Duque, en unas áreas geográficas denominadas “zonas futuro” coincidentes con los espacios de los Planes de Desarrollo Territorial, que son parte esencial del Acuerdo Final de Paz con las FARC-EP, y que se contrapone a la política de sustitución voluntaria de los cultivos ilícitos contemplada en el mismo Acuerdo. Es la estrategia represiva gubernamental que viene escenificándose en tiempos recientes, y que se materializa en enfrentamientos armados con las comunidades campesinas vinculadas a dichos cultivos, con las obvias consecuencias letales, lesivas y de desplazamiento poblacional.
Pero, es también indudable que la misión está asociada a la llamada “paz regional”, lo cual no significa nada distinto del Plan dirigido contra Venezuela para lograr el derrocamiento del Presidente Maduro que, como se sabe, se viene orquestando con mucho énfasis desde los inicios de 2019 con el fracasado proyecto de “ayuda humanitaria”, y una de cuyas manifestaciones más recientes ha sido el frustrado plan Gedeón que intentó ingresar con cuerpos armados al territorio venezolano.[1] Se trata, como lo ha revelado Bolton[2], de la resurrección de la estrategia de la doctrina Monroe de “América para los americanos” que quisieron enterrar Obama y Kerry, según la cual Trump le dijo: “Llévelo a cabo”, para indicar la urgencia de deshacerse de Maduro: “Esta es la quinta vez que he pedido eso” [….] “Trump insistió que quería opciones militares para Venezuela y luego quedarse con ella porque ‘es realmente parte de los Estados Unidos’. Tinglado del cual forma parte la anécdota verdadera de que Trump le preguntó “si deberíamos mandar cinco mil soldados a Colombia en caso de que se necesitaran, lo que yo anoté obedientemente en mi libreta de notas, diciendo que chequearía con el Pentágono”, a lo cual aludió el Canciller colombiano Carlos Holmes Trujillo cuando, con cierto cinismo, le “regaló un paquete de libretas amarillas como la que tenía en esa rueda de prensa, para que no se me acabaran”[3].
Ante tales circunstancias, obviamente la reacción política ha estado centrada en el respeto de la soberanía colombiana y en la violación de las normas constitucionales que exigen, para el tránsito de tropas extranjeras, permiso previo del Senado de la República y del Consejo de Estado, formalidades que, en efecto, no se cumplieron. Pero, más allá de ello, las características de esa intervención han rememorado la interminable lista de las injerencias de los Estados Unidos en estos países considerados como su patio trasero, trayendo de nuevo el debate sobre la subsistencia del imperialismo norteamericano en estos tiempos del siglo XXI.
Al respecto es importante, por consiguiente, considerar cómo pueden ocurrir esas prácticas del más rancio imperialismo, en un estadio del capitalismo como el que vivimos desde hace varios decenios. Los aportes teórico-políticos en esa materia son múltiples. Wallerstein[4], por ejemplo, nos ha mostrado como, después de haber ascendido a la cumbre la hegemonía norteamericana entre 1945 y 1970, que se impuso a los múltiples estados “soberanos” (como ocurrió con los países Bajos a mediados del siglo XVII o el Reino Unido a mediados del siglo XX), hemos entrado en un mundo verdaderamente multilateral, en el cual al lado de los Estados Unidos hay otros emplazamientos del Norte, como el conjunto de Europa del Oeste de la Unión Europea y Japón y, adicionalmente, Rusia, China, India, Irán, Brasil y Sudáfrica.
Son muchas las descripciones de la situación de los Estados Unidos al inicio del presente siglo. A la altura de 2008 produce menos del 30% de la producción mundial; es apenas uno entre múltiples actores económicos, algunos de mayor tamaño; es deudor mundial; se empieza a abandonar el dólar como moneda de reserva; su comercio exterior representa más de la tercera parte de su economía; se ha vuelto enteramente interdependiente; ha perdido su hegemonía cultural; y aun cuando conserva su poder militar ya no puede ejercerlo como antes.[5]
Situación que llevó a Wallerstein a plantear que ese país es “una superpotencia solitaria que carece de verdadero poder, un dirigente mundial al que nadie sigue ni respeta y una nación peligrosamente a la deriva en medio de un caos global que ella no puede controlar”. “Los Estados Unidos han perdido legitimidad, y es por eso que ya no se les puede seguir llamando hegemónicos”.[6]
Como bien se ha observado, ese “ha sido un proceso que empezó a hacerse visible a principios de los años 1970 y se proyecta hasta el presente. El medidor clave para analizar el futuro de una economía es el crecimiento de la productividad, y en EEUU, la caída de tal crecimiento es la más grave de los últimos treinta años: en 2015 solo creció un 0,3% y en 2016 un 0,2%. En la posguerra la productividad crecía a un ritmo del 3% anual, pero entre los años 70s y los 90s cayó a la mitad y ahora se licuó. También tiene impacto estructural el desplazamiento de las fuerzas del trabajo por la automatización, el avance de la computación y las tecnologías de la información que ahora impacta, además, a las capas medias y los sectores de servicios.”, sin que ello signifique que no continúe siendo el Estado con mayor influencia en el sistema internacional, aunque con una capacidad reducida de imponer su voluntad.[7] De otro lado, su balanza comercial se ha desequilibrado como consecuencia de la penetración de mercancías y capitales extranjeros en su mercado, teniendo que abastecerse masivamente en el extranjero de lo que ya no produce nacionalmente, debido a la expansión de las corporaciones transnacionales a expensas de los intereses nacionales.
Es en ese contexto, que el gobierno Trump orienta unilateralmente sus políticas hacia la modificación de las reglas de comercio mundial establecidas por el orden global neoliberal, desconociendo los organismos e instancias internacionales (como el FMI y la OMC,) y, por consiguiente, a quienes como estados nacionales han sido sus aliados.
Ahora bien; todo ello ocurre en medio de un mercado global innegable, en el cual las reglas de relación son diferentes, sin que los estados nacionales tengan ya los atributos de soberanía propios de otra fase histórica. En este nuevo espacio ya no hay lugar para la clásica figura colonial o imperialista que permitía la expansión de un Estado-nación más allá de sus fronteras para controlar otros estados y sus pueblos. Bajo estas circunstancias, los Estados Unidos disminuidos en su hegemonía ni cualquier otro estado-nación, pueden controlar unilateralmente el orden global, ni imponer su voluntad a otros estados nacionales, lo cual no es un signo de desorden o caos, sino la manifestación de un nuevo orden global, con otra estructura de poder, con una constitución mixta de lo que Negri denominó Imperio hace ya veinte años, concepto que no significa un estado global ni una estructura de gobierno centralizada, sino un nuevo orden planetario, en medio de procesos de homogeneización y heterogeneidad complejos[8]. Los Estados Unidos con la debilidad o disminución de su capacidad hegemónica en todos los órdenes (político, financiero, militar, cultural), tiene que enfrentarse a otros estados-nación dominantes, a las corporaciones y las instituciones supranacionales en términos de una intensa competencia, aunque todos esos actores respondan finalmente al mantenimiento del orden global.
No estamos, por lo tanto, frente a lo que algunos han llamado el nuevo imperialismo norteamericano posterior a la caída del Muro de Berlín, sino del nuevo orden del Imperio, que responde al “capital colectivo global”, que es esencialmente capitalista, y ya no exclusivamente norteamericano, en el cual participan en feroz competencia los estados nacionales dominantes, es decir los capitalistas estadounidenses al igual que sus homólogos europeos o asiáticos, en el entramado complejo de corporaciones e instituciones transnacionales.
Tal y como lo sintetizan bien Zusman y Quintar, “A diferencia del Imperialismo -al que los autores ( se refieren a Hardt y Negri) definen como una extensión de la soberanía de los estados-naciones europeos más allá de sus fronteras- el Imperio que hoy gobierna el mundo, está compuesto por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos bajo una sola lógica de dominio. Esta nueva forma del poder soberano se caracteriza por ser un aparato de gobierno descentrado y desterritorializado que, en forma progresiva, incorpora dentro de sus fronteras abiertas y en expansión a la totalidad del reino global transformando la cartografía imperialista que caracterizó a la modernidad.”[9]
En ese escenario de competencias, puede surgir, por ejemplo, una reivindicación de lo que en otro momento significó el estado-nación, para plantear guerras comerciales o políticas proteccionistas, o pueden erigirse pronunciamientos o políticas contra corporaciones o instituciones supranacionales, como las ya conocidas contra el Fondo Monetario, la OMC, la OTAN, la Corte Penal Internacional, los pactos contra el cambio climático, la Unesco o, más recientemente, contra la OMS, para citar algunas de la planteadas por el gobierno Trump, que en el fondo no significan sino maniobras tácticas para posicionarse y adquirir una situación dominante entre los actores en competencia en el nuevo orden político del Imperio, sin desconocer lo que significa para el mantenimiento real del orden capitalista a nivel global.
Es por ello que, en esta era
en la cual la hegemonía estadounidense parece estar llegando a su fin,
reaparecen explicaciones nacionales de supremacía, como la presencia de tropas
norteamericanas en Colombia, que rememoran los momentos cumbres de su
imperialismo, como el regreso a la doctrina Monroe para controlar los gobiernos
latinoamericanos, tanto en sus políticas internas como las del narcotráfico,
como en las externas frente a Venezuela para poder alcanzar posiciones
geopolíticas dominantes y permitir la apropiación del petróleo y de otros
bienes comunes de la naturaleza, aunque sea necesario degradar sus regímenes
políticos hacia forma autoritarias o represivas. Se trata, en pocas palabras de
una paradójica presencia del imperialismo dentro del imperio.
[1] Plan confiado a una empresa de mercenarios norteamericanos y venezolanos contratada por Juan Guaidó
[2] Bolton, John R. The Room Where It Happened’ (La habitación donde sucedió). Ver el capítulo publicado por medios de comunicación colombianos. Portal La Silla Vacía. Junio 2020.
[3] Bolton comenta: “Pero yo estaba convencido que era mejor tragarse unos sapos para tumbar el régimen y liberar a los venezolanos, que pararse en unos “principios” que los mantenía oprimidos, y con Cuba y Rusia mandando adentro. Fue por eso que, jugando juegos mentales con el régimen, yo triné deseándole a Maduro un retiro tranquilo y largo en una playa linda en algún sitio (como Cuba). No me gustaba pero era preferible a que se quedara en el poder”.
[4] WALLERSTEIN, Immanuel. Crisis, cual crisis?, en Estados Unidos: la crisis sistémica y las nuevas condiciones de legitimación. CLACSO, Buenos Aires, 2010, que reproduce como prólogo al mismo ese texto que fue su Conferencia Magistral en la reunión Anual sobre Economía Política de la Sección Sistema-Mundo de la Asociación Americana de Sociología, Universidad de San Diego de abril de 2009: “Análisis de los sistemas-mundo y los retos del siglo XXI”.
[5] Datos y consideraciones tomados de ESTEVA, Gustavo. Agenda y sentido de los movimientos antisistémicos. Polis. Revista Latinoamericana No. 19/2008. México.
[6] WALLERSTEIN, Immanuel. La decadencia del poder estadounidense (Estados Unidos en un mundo caótico). Ed Le Monde Diplomatique. Buenos Aires, 2006.
[7] GARCIA BIELSA, Fernando M. Estados Unidos: hegemonía y declinación. 02/10/2018. Revista Rebelión.
[8] Michael, HARDT y Antonio NEGRI. Empire, Twenty year on. New Left Review No. 120, nov-dic 2019. Su traducción será incluida en Negri, Antonio. Travail vivant contre Capital. París, Les editions Sociales. 2019, obra que será próximamente publicada en español por Ediciones Aurora, Bogotá.
[9]ZUSMAN, Perla y QUINTAR, Aida. Exodo y Ciudadanía Global en la construcción del Contra-Imperio., a propósito de Exodus and Global Citizenship in the Contraempire. Migrants role in the creation of a “new place” in “the non place”, by Antonio Negri and Michael Hardt (Abstract). Revista Scripta Nova. Vol 5 (2001. Universitat de Barcelona