Entrevista de ALBERTO AZCÁRATE a RAÚL SÁNCHEZ CEDILLO

Lo absoluto de la democracia acaba de ser publicado por la Editorial Subtextos, con prólogo de Toni Negri. Este libro analiza en profundidad el 15M, acontecimiento que conmocionó y cuestionó de raíz el llamado Régimen del 78. En esta entrevista, Raúl Sánchez Cedillo (Madrid, 1969) valora el papel de Podemos en ese episodio y su actual situación, así como las circunstancias que llevaron al hundimiento de Syriza en Grecia bajo la bota de la Troika —Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Comisión Europea—, el papel del Estado en una estrategia revolucionaria o el presente y futuro de la actual configuración del Estado español.

Se cumplen diez años del 15M, ¿qué queda de este movimiento hoy?
Una parte del libro analiza las condiciones previas, cuando se anticipaba la explosión que ese fenómeno produce. La organización en red de la producción es algo que, por más que la izquierda tradicional y los sindicatos clásicos no terminen de asumirlo, es el paradigma del capitalismo actual. No hace falta demostrar que sindicatos y partidos, en la coyuntura que se abrió con el 15M, estaban completamente vendidos. Se produce un vacío que es determinante para que “el otro monstruoso”, el “otro subversivo” de la forma de producción en red, el sistema red autopoiético, produzca propiedades nuevas a partir de esos elementos, que no estaban contenidas ni son mera deducción: son creación, propiedades cooperativas, de capacidad política, de contagio y reapropiación.

¿En qué consiste ese contagio y reapropiación?
En el libro se trata la noción de sistema red, trabajando sobre esa dimensión transindividual, en el sentido de que es un operador político que va más allá del individuo. Y para entenderlo necesitamos la noción de cuerpo-máquina, donde lo fundamental del operador en red no es el individuo con su fuerza de trabajo, sino los cuerpos, es decir, los cerebros, las emociones, los razonamientos, los usos del lenguaje, de la gestualidad…

Había una especie de despecho y expresaba la absoluta incapacidad de la izquierda y también del PSOE de entender qué estaba pasando. No es un problema de “lo viejo y lo nuevo”: el sistema red es lo adecuado a una forma de dominio y de producción que atraviesa todos los estratos del cuerpo

¿Y los deseos?
Sí, pero los deseos vigentes en el trabajo de producción y reproducción, que se basa cada vez más no solo en la presencia, sino en la atención y el cuidado a través de las redes sociales. Hay un operador que ya no es solo el sujeto obrero con su conciencia, sino el cuerpo-máquina que está sufriendo una violencia bestial que lleva a la insatisfacción generalizada. Ese es el segmento sobre el cual el 15M opera. Hay ahí dimensiones inconscientes, no de un inconsciente únicamente personal, neurótico, sino una suma de ellos. Por eso en un texto inmediatamente posterior a la irrupción del 15M hablo de “una insurrección del cuerpo-máquina”.

Se explicita entonces un cambio en la forma en que nos relacionamos con el trabajo.
Hay una dimensión inconsciente, pero no por ello oculta o insondable, que no pasa por el checking que hacemos diariamente, en plan “estoy bien, estoy bien”… hasta que reviento. Pasa por pulsiones metidas en ese mecanismo de la producción en red. Cuando ese mecanismo está alimentado por una dinámica de relativa estabilidad salarial y de rentas, o de creación artificial de tiempo a través de la deuda —la coyuntura en que estábamos antes de 2008— funciona relativamente. Va reventando gente, pero cuando se produce ese desplome de la estabilidad en la conciencia, ahí es el cuerpo-máquina el que habla.

Dices que eso supuso una ruptura con los actores clásicos, ¿cómo?
Recordemos que la izquierda de la Transición e incluso los sindicatos alternativos no tenían condiciones de entender lo que estaba pasando —personalmente recuerdo una conversación en Sol con el entonces secretario de uno de los principales sindicatos alternativos, que decía que “esta gente no quiere nada con nosotros”. Había una especie de despecho y expresaba la absoluta incapacidad de la izquierda y también del PSOE de entender qué estaba pasando. No es un problema de “lo viejo y lo nuevo”: el sistema red es lo adecuado a una forma de dominio y de producción que atraviesa todos los estratos del cuerpo.

Afirmas que en el 15M las redes arrastraron a los medios hegemónicos en la agenda informativa y en la discursividad política…
No hubo un modelo, sino la contingencia de una conjunción de circunstancias. La generación política y de edad del 15M estaba al margen de todas esas trampas de control sistémico sobre la izquierda. Y el control a través de los medios no funciona únicamente por represión o estigmatización, sino también porque es capaz de actuar sobre el funcionamiento interno de la subjetividad política: por ejemplo, tachar a los okupas de violentos es una forma de control sistémico porque tiende a dividir a los movimientos de okupación entre los que se quieren desmarcar de cualquier apariencia de violencia y los que no. El significante ETA ha funcionado durante décadas para abortar cualquier crecimiento posible de las fuerzas alternativas o extraparlamentarias y movimientos sociales; así como los calificativos de antisistema y otros.

El 15M creó un nodo originario de producción de la realidad del movimiento al que tienen que adaptarse los grandes medios. Y cuando intentaban manipular algo había una respuesta irónica e inmediata

¿Se trata, pues, de una generación sin ataduras en ese sentido?
La generación 15M no tiene resortes internos que respondan a esto, les es indiferente y opera con una inteligencia colectiva sedimentada que entiende que es una forma de control sistémico ante la cual hay que segregar anticuerpos. Es lo que llamo la política de las máscaras, que tiene un cierto pasado en los movimientos clandestinos y en los clandestino-irónicos, como los zapatistas, donde la máscara no era solo la protección personal, sino también una herramienta para impedir identificaciones proyectivas que pudiesen generar divisiones internas. Y no solo para evitar construir liderazgos que separan el cuerpo del movimiento, sino también porque no les puedes imputar nada. Es un elemento utilizado por “gente normal”, que tiene detrás de sí una multitud, pero esto no funciona con eficacia sin contar con la dimensión tecnopolítica, sin una reapropiación desde la copia máster de la realidad. La acampada acaba retransmitiendo todo, la fuente de la información es siempre endógena y se obliga a los medios a usarla…


¿De dónde surgía esa capacidad?
Se dependía de la existencia previa del sistema red y su invulnerabilidad e inmunización. La inteligencia colectiva sabía que cualquier intento de diálogo era una trampa para construir las divisiones, y que era necesario constituirse y protegerse, y proyectarse como sistema expansivo y ver hasta dónde se podía llegar. Se iban conquistando cuerpos, más que voluntades, ya que esa insurrección del cuerpo máquina llevaba a la gente más allá de un razonamiento formal, digamos habermasiano; era un contagio pasional, afectivo, pero no de cualquier tipo de pasión; no estamos hablando de afectos, de venganza, sino de algo muy cualificado que en aquel momento se definió como “indignación”. Según Spinoza, la indignación es el odio hacia aquel que hace daño a quien yo considero como mi semejante. Y por lo tanto es un odio cualitativo, singular, de una mayoría explotada, jodida y defraudada con lo que había, que en aquel momento eran “los políticos y banqueros”, como decía la consigna.

Por desgracia, creo que hemos vuelto a la dimensión tradicional, ya no solo por Podemos, sino por lo que se llamó “la nueva política”

¿Y cuándo deja de funcionar?
Eso se rompe cuando el sistema red deja de existir. Este es como un cuerpo que ya no late, muere. Yo creo que con fases de sístole y diástole, con períodos de latencia. Hasta 2013 se puede hablar de la supervivencia del sistema red, que se reensambla en una dimensión de movimiento de lo que va surgiendo: el viaje de las plazas a los barrios, luego las Mareas, el Rodea el Congreso… A nivel de todo el Estado se produce esa reconstrucción del cuerpo, que empieza a latir de nuevo. Las condiciones afectivas del sistema red son las que hacen que se rompa, porque hay una cierta acumulación de frustraciones y bloqueos, como el fracaso de la huelga de la enseñanza en Madrid. Hay una serie de golpes, pero creo que declina fundamentalmente después del Rodea el Congreso y las Marchas por la Dignidad, ante un bloqueo institucional completo.

Entonces, ¿cuando surge Podemos este proceso de pérdida de potencia del sistema red ya estaba declarado?
Sí, no creo que todas las culpas tengan que caer sobre ellos (risas). Podemos tuvo la claridad de diagnosticar una demanda política que estaba allí. Por desgracia, creo que hemos vuelto a la dimensión tradicional, ya no solo por Podemos, sino por lo que se llamó “la nueva política”, que no es el 15M, una generación que adquiere cierta experiencia y relevancia, pero que quiere jugar con las reglas del sistema electoral. Y “la nueva política”, Podemos, el carmenismo, Ada Colau, etc., primero usan modelos mixtos, integrando modelos mediáticos, gente inteligente que asume lo nuevo para recuperar el viejo dominio sobre la producción de realidad y de actualidad y relevancia. “La nueva política” implica una devastación del personal tecnopolítico, que se pone a trabajar para los partidos.

Hemos regresado a lo contrario, los movimientos, sindicato de inquilinos, PAH, como sucedía anteriormente tienen que asumir la subalternidad. Y no es una crítica moral sino un diagnóstico de las consecuencias de un fracaso, de una derrota

¿Cómo se produce esa división?
Dejan de pensar en sistema red y empiezan a pensar como una nueva capa de la comunicación, como teoría de las redes, donde no se sabe si es neuropolítica, tecnopolítica o marketing político. Nada distinto de lo que hace Lászlo Barabási, el gran teórico de la teoría de redes, que utiliza no solo para analizar los grupos sociales, sino para teorizar el éxito, la forma de vender cosas. Cuando de lo que se trataba era de destruir la comunicación dominante y construir nuevas subjetividades a través de las redes y defender la autonomía enunciativa del movimiento, que no necesitamos a los media para producir texto, imagen, streaming de lo que está pasando.

Se abandona la innovación.
Era algo que no había sucedido nunca, siempre había habido algún medio afín, cuando Zapatero era Público. Era el Movimiento contra la Guerra y parecía que tenía cierto impacto, después de los atentados, era Indymedia y eran todavía los SMS. También estaba Diagonal. Eso tenía efectos disruptivos, tácticos, pero no existía la capacidad de tener una autonomía, al menos en el aspecto final de la producción, porque si entramos a valorar la dependencia de las plataformas como Google o Facebook, WhatsApp o Twitter, habría un límite a medio-largo plazo.

Han quedado al menos como enunciaciones alternativas la PAH, el movimiento de vivienda y las mareas, etc.
Los fragmentos que compusieron el sistema red quedan en letargo o como resto y vuelven a la forma de movimiento o de sindicato social, pero volviendo a la vulnerabilidad o a cierto grado de dependencia respecto de las estructuras políticas dominantes, que pasan a ser los partidos. Hasta ahí el movimiento mandaba sobre los partidos, que se cuadraban, tenían que ganarse el respeto. Hemos regresado a lo contrario, los movimientos, sindicato de inquilinos, PAH, como sucedía anteriormente tienen que asumir la subalternidad. Y no es una crítica moral sino un diagnóstico de las consecuencias de un fracaso, de una derrota. No es solo la derrota o la incapacidad de cumplir los objetivos del 15M, que eran prácticamente los de crear una democracia radical republicana y basada en una participación masiva y no solo representativa, sino pragmática, expresiva, como dice Isabell Lorey, en su libro La democracia presentista. Y lo que se supone que tenían que hacer Podemos y el municipalismo era romper el candado, el muro, para que entrara la marea; y se han limitado a entrar en la habitación para quedarse encerradas y ya no saben cómo salir, mientras atienden por la ventana algunas demandas y tratan de sobrevivir en esa habitación.


¿Qué diferencias habría entre el “nosotros” que plantea en el nivel teórico Ernesto Laclau y el del 15M?
El “nosotros” laclausiano no habría funcionado en el 15M; solo funciona cuando no existe 15M. Primero, por el correlativo del significante vacío que “llena carencias, incompletitudes, fragmentos”, de las llamadas demandas parciales. Hay allí una idea del deseo que no desea nada, como no sea el puro acto de desear, que es carencia. Es el objeto “a” de Lacan. Entonces “desear” sería expresar ese acto de incompletitud y cuando eso entra en una lógica social son demandas insatisfechas y por lo tanto representaciones de fragmentos que necesitan ese significante vacío que permita el cemento, la cadena de equivalencias, que a su vez necesita como de una especie de imago y un símbolo. Que no puede ser cualquiera, el populismo no habría podido tener a un negro homosexual o transexual como líder; Pablo Iglesias les vino muy bien, Íñigo Errejón regular. Necesita una representación dominante, de fuerza. Y al mismo tiempo, en lo simbólico, el nombre del padre, que representa la completitud, mientras que todos los demás somos “carentes”. Eso es absolutamente ajeno a la lógica del 15M, que es deseo como producción, como agenciamiento, como expansión, como re-combinación de lo que hay, y sobre todo como intensidades políticas capacitantes de autonomía…

No como teatro, sino como fábrica.
Exacto. Una fábrica de producción de subjetividad y de transformaciones de la realidad a través de la práctica directa. Los andamiajes institucionales que se van creando, las asambleas de barrio, las mareas, los movimientos sindicales y de protesta de los que se nutre la PAH, los dispositivos de comunicación, etc. expresan una lógica de la autonomía, entendida como reapropiación de la política y no como autorreferencia o marginalidad, y como distribución generalizada de capacidades políticas, a partir de una lógica que no es puramente discursiva, sino fundamentalmente afectiva.

El 15M es que inventa nuevos afectos, que no funcionan para la construcción de un cuerpo disciplinado, militarizado, pero tampoco de un cuerpo individualizado, hedonista

¿De qué hablas cuando hablas de afectos?
Es una transformación de las maneras de afectar y de ser afectado y de invención de nuevos afectos. Los afectos no son una cosa fofa, cada afecto tiene una fecha, un lugar, un color y cada movimiento inventa nuevos afectos que se comunican, que son tan originales como una obra de arte específica. Y desde ahí mutan, devienen y transforman al sujeto. Vivimos con afectos de la Guerra Civil, de la Revolución bolchevique y no hemos sido capaces de transformarlos. Lo bueno del 15M es que inventa nuevos afectos, que no funcionan para la construcción de un cuerpo disciplinado, militarizado, estilo bolchevique. Pero tampoco de un cuerpo individualizado, hedonista, que se prestaría más a un anarcoliberalismo. Es una lógica de un cuerpo en sistema red, donde la noción de individuo es inoperativa y miserable: somos solo puntos en una nube de singularidades que va cambiando.

¿En qué sentido?
Por eso hablo de sistema transdividual. Porque somos un beat en un ritmo, en una línea de puntos que va cambiando de número, de compás, de ritmo, de relaciones numéricas. Cuando pensamos en la guerra el número es fundamental, la división, la brigada, el comando, el batallón, pero en la guerrilla pensamos en el pequeño grupo, en el enjambre. Y cuando eso lo aplicamos a formas de cooperación y de subjetivación el individuo es una ilusión nociva…

Hablas de instituciones y estamos acostumbrados a pensarlas como “la ley”, y las que enuncias estarían al margen de ella.
Sí, retomo la noción de Deleuze de la institución como una invención, un artificio, una creación para satisfacer nuevas necesidades que la estructura naturalizada en un medio social no permite. Así vemos que necesitamos un nuevo sindicato, una nueva definición de la empresa política y del partido, etc. Y en esa medida la invención institucional es siempre correlativa de un momento emancipatorio, de una nueva creación política.

“La autonomía de lo político” es una manera de decir que vas a elegir una parte sobre la totalidad del movimiento y entrar en el Estado implica asumir una escisión entre la parte que está dentro y la que se queda fuera

¿Consideras que Podemos ha dejado en evidencia el anacronismo de la hipótesis de “la autonomía de lo político”?
Está claro que Podemos no es el responsable de la cancelación del ciclo 15M, sencillamente el territorio existencial del sistema red es un dato tan inmediato como la existencia o la muerte, está o no está. El movimiento se fue convirtiendo en un organismo estratificado con una cabeza que manda y unos brazos que operan, unas piernas que corren y una tripa que traga. En esa tierra de nadie, Podemos, o la “nueva política” —el municipalismo dominante— restaura lo que Mario Tronti, el creador de la noción, llamó la autonomía de lo político. Toda la retórica de “la nueva política”, sobre todo del errejonismo, ha sido bastante mezquina: “abandonar la marginalidad, acabar con las ilusiones movimientistas, representar el interés general; que las personas no entienden los discursos difíciles…”.

Puedes tener el gobierno pero si no tienes sindicatos sociales y también de los viejos, movimientos antifas, un clima de movilización, te van a masacrarHay una tentación triste que es la de la revancha.
No haré un alegato falsamente libertario en plan “teníamos razón desde el principio, Podemos fue una traición…”. Hablemos en clave de pragmática y de resolución de problemas nuevos que ha construido la propia potencia del movimiento. Pero también de viejos problemas históricos, como el de cómo desbaratar, usar o no el Estado, el sistema electoral, etc. La idea de la autonomía de lo político, de Tronti, está vinculada al diagnóstico de que el marxismo estaba equivocado respecto a la concepción del Estado en tanto que proyección del dominio de clase. Él criticaba la noción marxiana de que el Estado es un comité de gestión de los asuntos de la burguesía y afirmaba que hay una dimensión específica del Estado moderno. Que con el fordismo, el New Deal, los estados del bienestar y la realidad geopolítica que crea Yalta, se produce en el Estado una condensación de las contradicciones que tiene temporalidades y gramáticas distintas, modos de decisión diferentes, que no pueden ser una expresión mediada pero siempre controlada de la autonomía del movimiento obrero. Y por lo tanto es necesario el partido, obviamente el PCI, pero renovado de toda esa antigualla. Con grandes operaciones políticas y alianzas con formaciones sorpresa, todo un falso maquiavelismo porque Maquiavelo no es un teórico de los políticos, sino del poder constituyente popular.

En los años de movilización del 15M la Troika acabó con la experiencia de emancipación en Grecia. Posteriormente con Syriza.
Si solo eres una punta aislada, como Grecia, y no has cultivado relaciones europeas —y esto no es culpa de Syriza— poco puedes hacer. Hay límites que tienen que ver con algo tan elemental como las relaciones de fuerza y la designación del enemigo y dónde están sus resortes de poder. El Estado Nación no es soberano en Europa ¿y en algún lado lo es?… Es importante introducir la noción de contrapoder y una renovación, de enriquecimiento de ese concepto. Quitemos la palabra soberanía y pensemos en grados de contrapoder con respecto a uno que manda más. Si no lo vemos así, acabamos como Manolo Monereo y [Jorge] Vestrynge pidiendo un proyecto de liberación nacional para España, algo muy psicodélico.

¿En eso consistiría el rojipardismo local?
Hablan de liberación nacional como si España fuera una colonia (risas). Esta lógica de la soberanía lleva al delirio de grandeza de los que tienen que asumir que solo podrían ejercer un contrapoder. En el caso de España, Podemos llega al gobierno y no está haciendo absolutamente nada al respecto, como no sea hablar con Melenchon un día, con Tsipras —que ni siquiera tenía un plan europeo, como sí lo tenía Varoufakis, aunque fuera un general sin tropa—. La cuestión es que hay que preparar una política europea que se base en una articulación de grados de contrapoder, porque puedes tener el gobierno pero si no tienes sindicatos sociales y también de los viejos, movimientos antifas, un clima de movilización, te van a masacrar.

¿En eso incluyes al independentismo?
Sí, lo mismo sucede con los nacionalismos periféricos. Para que no se les llame nacionalistas, los independentistas siempre están con la solidaridad y luego se van a casa y no piensan más en Europa hasta que aparecen los problemas. Es el problema de inventar un espacio-tiempo y una geografía y topología del poder que vaya más allá de la nación. Y esto cualquier militante que está en la calle lo concibe, porque está con inmigrantes, gente que ya ha vivido eso y que vive en barrios, en una complejidad de pertenencias, que es la que hay que asumir. Y no solo porque hay un mercado único, también por la geografía del poder, esa incapacidad de tener un enemigo único, un poder distribuido entre los Estados, una especie de poder fantasmático.

No se trata entonces de una cuestión meramente territorial.
El delirio paranoico de los soberanistas es decir “¡es Madrid!” en el caso de los independentistas de aquí, o “¡es Alemania!” en el caso de los rojipardos de aquí. Para ellos Francia es mucho mejor, porque sería “la gran nación soberana”. Hay que asumir esa geografía de contrapoderes en la que no mandan Merkel ni Macron, sino que el poder del capital se organiza a través de sistemas de poder financiero, regional, etc. Obviamente, sigue delimitado el poder de los Estados nación, el poder de matar, del sistema policial, de fronteras, pero hasta cierto punto está unificado, no podemos circular libremente sin ser vigilados. En esa medida, la necesidad de un proyecto europeo no es un ideal sino una constatación pragmática. Es practicar una emancipación real posible y no una ilusión.

No se puede ocupar el Estado, porque entendido como ente soberano es una ilusión, lo que sí puedes es llegar al Estado y expresar un contrapoder como mandato

¿Por qué no ha conseguido Podemos romper esa dinámica?
Estamos viendo los sueños de Podemos por el fango. Cada vez las aspiraciones se reducen a menos, ahora es el partido bisagra y siempre pensando que “pudimos llegar” a una habitación de luz cristalina, llamada “del mando soberano”, en la que no pudimos entrar. Es falso. Es una trampa. Cuando Pedro Sánchez llegó al gobierno se dio cuenta de que tenía que obedecer órdenes y proponer cosas para ver si las aceptaban y en eso consiste gobernar. Lo sorprendente es que estudiantes de Ciencias Políticas, que son la base de Podemos, sean tan ingenuos y se crean milongas sobre la soberanía del poder.

Entonces, ¿hay que pensar que la izquierda no habría podido tomar el poder en algún país europeo?
De hecho lo tomó, tardíamente, en Francia, con los comunistas en 1981. Nacionalizó la banca, subió los salarios y otras medidas, pero la cosa duró tres meses. Inmediatamente después se produjo un ataque financiero contra el franco que lo puso contra las cuerdas, tras lo cual Mitterand se deshizo de sus socios comunistas y empezó el social liberalismo, mucho antes de Tony Blair. Moderado, porque hablamos de Francia, pero decisivo con respecto a la lógica de conquistas crecientes del fordismo. El Estado del fordismo hoy ya no existe, hoy es el comité de administración de un capitalista colectivo.

¿Cómo se expresa esto en España?
Pensemos en el Ibex, es un accionariado múltiple con empresas corporativas y fondos soberanos que están invirtiendo. Su patriotismo o el de otras familias del franquismo es inexistente, son capaces de exterminar a su población para que el cortijo siga funcionando. En esa medida, no se puede ocupar el Estado, porque entendido como ente soberano es una ilusión, lo que sí puedes es llegar al Estado y expresar un contrapoder como mandato. Pero la fórmula no es la guerra de movimientos.

¿A qué te refieres?
Me parece importante señalar la relación entre contrapoder y guerrilla, entendida como movilidad de extrema imprevisibilidad, aparición y desaparición, que es capaz al mismo tiempo de formar un cuerpo de ejército en un momento dado, que tiene esa capacidad de enjambre. Y eso es algo que forma parte fundamental de la tecnopolítica. Se trata de aplicar ese modelo a las formas de ejercicio del contrapoder. No que todo tenga que ser guerrilla, pequeños grupos, sino tener esa capacidad de aparición y desaparición, de sorpresa, de visibilidad e invisibilidad, que permite entrar y salir. Porque el problema de construir un partido para gobernar es que el Estado te atrapa, te corta de tu movimiento.

La república no puede ser una “república de la propiedad”, no se puede construir una multitud republicana sobre aspiraciones que ya están garantizadas por la actual monarquía parlamentaria

Lejos de la promesa de alguna utopía propones un continuum, un presente alegre, activo y de lucha. ¿Cómo se podría sostener a lo largo del tiempo?
Instituciones no individuales. El gran problema antropológico, y coextensivamente capitalista, es que nos creemos individuos. Y eso es falso, es una ilusión, ningún registro de la existencia responde a la noción de individuo, ni la propia conciencia, que es falsamente “propia” ya que está habitada por todo tipo de poblaciones, ni la realidad de la capacidad de sobrevivir. La interdependencia es absoluta. Ni siquiera en términos de la propia biología; lo que existe es un organismo, que es algo bien distinto. A partir de esa dimensión transdividual se trata de cualificar éticamente la cooperación, valorar los procesos que son productores de potencia, de alegría, donde hay cuidados y no explotación, espacio para la singularidad de la creación, luego la devolución y el metabolismo de la comunidad, protección de todos para todos. Y eso pasa por una pérdida del miedo consustancial al individuo, ya que él vive en la ilusión de que si vive protegiéndose, en un momento dado podrá sobrevivir solo, aunque sea matando y comiéndose a los demás, en una última distopía.

¿Cómo pasa esa ilusión de lo social a la política representativa?
Vivimos con ese miedo, que nos convierte en miserables. Y ese es el gran resorte en el que ha caído la “nueva política”. No solo por considerar a la población como individuos miedosos en lo íntimo, de perder su trabajo, familia, proyecto de vida, carrera, juventud, y no pensar que esa es precisamente la dimensión estricta y pura del poder neoliberal. Y que el 15M hablaba de otra cosa, de masas de población amorosa y resistente, en devenir, donde nunca estabas solo, aunque cambiaras de grupos. Y todos valían lo mismo, solo que cada uno tenía su singularidad. La fuente del valor es el trabajo del común, las formas de cooperación del común; y ese dato nos lleva a paradojas como que hoy vivimos en el comunismo del capital, es decir la visión monstruosa de un modo de producción que se basa en destruir el común para perpetuar un sistema de valorización, de jerarquización y de poder sobre la base de la destrucción de posibilidades alternativas.

El Salto, junto con otros medios, hizo una encuesta muy reveladora el pasado mes de septiembre sobre los problemas de la monarquía y la posibilidad de la República.
La cuestión de la república ha cambiado en importancia, en definición y sobre todo en impacto social. De ser algo nostálgico y muy vinculado a la II República, se convierte en sinónimo de una profundización democrática, de una revolución democrática, lo que ha sido siempre la república en el contexto de la modernidad en España, tanto la primera como la segunda, respecto a la imposibilidad de hacer esa revolución democrática. De ser un elemento nostálgico se convierte en un realismo elemental, pero al mismo tiempo no puede ser una “república de la propiedad”, no se puede construir una multitud republicana sobre aspiraciones que ya están garantizadas por la actual monarquía parlamentaria.

¿En qué sentido?
Las clases medias altas propietarias, subordinadas a las oligarquías financieras y a las grandes élites de Estado, están muy bien como están. El elemento diferencial sería la encarnación de esa aspiración republicana que al mismo tiempo sea realista. Y ahí entramos en qué república, porque nuestros rojipardos también quieren una república, pero una república “soberana”, “nacionalista”, etc. Tiene que ser un proyecto inmediatamente europeo, que parte de una provincia del sur, que está sometida a un Estado monárquico que domina territorios políticos, que tiene componente nacional. No puede ser una república que se base, primero en la definición de la nación española como en 1812 o en todas las repúblicas que ha habido y, al mismo tiempo, que no se defina como embrión de una república de repúblicas europeas o mediterránea, con una geografía abierta a lo que trae el porvenir de procesos de emancipación.

¿Cuál es la definición de la república hoy?
Intentando ser lo más realista posible para el caso español, de aquí a cinco años, es obvio que tiene que ser una república confederal. No podría estar basada en Madrid; eso sería ponerle nombre a lo que ya existe, que está destruyendo los mínimos de cohesión territorial y ecosistémica del Estado español. Ser confederal y al mismo tiempo europea y comunista, porque no se puede hacer una república tras décadas de determinación capitalista del desarrollo urbano industrial de destrucción de los ecosistemas, no puede ser una república que tenga los centros ricos en Madrid, Barcelona y Bilbao, y luego los centros urbanísticos financieros delincuenciales en Málaga y compañía, esa sería una república que nacería muerta.

¿Qué tipo de República podría funcionar?
Tiene que tener un elemento de justicia redistributiva en los territorios y por lo tanto, instituciones confederales pero fuertes. Lo enfatizo porque en las formas políticas tradicionales de Estado se entiende lo confederal como un nexo débil. Una república confederal española con el derecho a la autodeterminación por supuesto, pero al mismo tiempo con instituciones transterritoriales de justicia distributiva y de igualdad de oportunidades, de transformaciones, con grandes planes de inversión. No puede contentarse con el principio formal de elección del jefe del Estado, eso es ridículo, porque ese no pinta nada, sino en el sentido de emancipación política y social de los territorios. Tiene que ser una revolución institucional y al mismo tiempo habría que crear esas agencias de justicia distributiva y de reconstrucción ecosistémica de los territorios. Y eso pasa porque los ricos den a los pobres y por extraer y sangrar a los burgueses catalanes, madrileños, andaluces y vascos. Si no se asume eso, no se conseguirá o solo vendrá cuando la cuestión sea lampedusiana, cuando la propia institucionalidad monárquica sea insostenible y haya que cambiarla sí o sí.

Texto publicado por El salto diario – Pensamiento. Foto de David F. Sabadell.

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