Por SANDRO MEZZADRA y MARIO NEUMANN.

 

Blockupy, DiEM y 2025: la posibilidad de una ofensiva transnacional
Nada ha terminado, salvo la resaca de la borrachera. Seis meses después del #thisisacoup [que denunció el chantaje a Grecia], la izquierda y los movimientos sociales europeos buscan una nueva estrategia política. La necesidad de una refundación sustancial que exceda el marco de las sublevaciones contra la política de austeridad en el sur de Europa representa bien la dimensión del reto que afrontamos. No es de extrañar, por tanto, que en este momento se multipliquen reuniones y conferencias en torno a la estrategia europea de la izquierda y a su relación con la UE. A partir de diferentes iniciativas, desde el Plan B o la iniciativa sindical “Europa neu begründen” (Refundar Europa) hasta DiEM25 y Blockupy, surge una nueva conexión entre asuntos europeos situados una vez más en el orden del día, sobre todo en torno a los conflictos relacionados con Grecia y con el “verano de las migraciones” [a partir de ahora, traducido como “verano de la vergüenza”, por su uso más habitual en España].

Si bien es indudable que las cuestiones europeas determinan el debate político, por desgracia no podemos hablar de que esté teniendo lugar una transformación de la política de izquierda en un sentido europeo o transnacional. Por el contrario, con frecuencia observamos un abandono del espacio europeo con motivaciones y causas totalmente diferentes, pero que en definitiva deja tras de sí un vacío político que debe ser llenado con urgencia.

La renacionalización y localización de la estrategia de la izquierda y de los movimientos
Del debate sobre la Grexit [la hipotética salida de Grecia de la UE] y de los nuevos nacionalismos de la vieja izquierda -que esbozan un programa en torno a la soberanía (monetaria) nacional y que, al hacerlo, facilitan los argumentos populistas de derecha- no esperamos ni una respuesta adecuada a los retos actuales ni cualquier tipo de progreso en relación a los valores y normas con que se identifica la izquierda. La soberanía nacional no es una respuesta estratégica ni normativa a las muchas crisis europeas y globales de nuestro tiempo.

Mientras este debate se lleva a cabo principalmente en el ámbito de la política profesional y de la izquierda tradicional, en los movimientos sociales vemos una adicional tendencia de alejamiento respecto al espacio europeo. Una tendencia que se ha fortalecido a través de las experiencias de solidaridad con los refugiados. De los extraordinarios movimientos de solidaridad práctica y de la inmediatez de las prácticas locales se está derivando un tendencial abandono de cualquier iniciativa política “abstracta”. Una de sus consecuencias es un efecto defensivo: esto es, una orientación estratégica hacia lo local e inmediato, en la que la cuestión del poder, que se plantea de nuevo y con urgencia en Europa, sigue sin resolverse y, por tanto, es dejada en manos de las élites. Por el contrario, nuestra tesis es que, después de #thisisacoup y del “verano de la vergüenza”, una ofensiva de la izquierda y de los movimientos sólo puede ser ultra-Europea.

En busca de una nueva ofensiva
Está claro: la imposición violenta de las políticas de austeridad y la situación actual de las luchas en torno a las migraciones abren en Europa una nueva fase del conflicto, que requiere nuevas respuestas. Sin embargo, estas respuestas no pueden ser la renuncia política o el retorno a los viejos esquemas de la política de izquierda. La pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo producir un nuevo marco de referencia europeo para la resistencia y la ofensiva?

Creemos que, hoy más que nunca, hay que refundar una estrategia transnacional que conecte recíprocamente y a la vez supere los diferentes niveles de iniciativa política. Esa estrategia puede concentrarse en torno a una rebelión democrática en Europa, que afecte tanto a la dimensión económica como a las relaciones de Europa con su “exterior”.

No tenemos respuestas definitivas y, menos que nunca, un Plan X a ofrecer. De hecho creemos que sólo en la práctica política se encontrarán respuestas reales. Preferimos mostrar un horizonte y una dirección hacia la cual debería orientarse, a nuestro entender, una exploración que se pregunte también cómo pueden forzarse los límites de las formas políticas de izquierda, tanto las del activismo como las de partido. Se trata de una investigación colectiva, de un esfuerzo común para la invención de nuevas formas, lenguajes y espacios. En estos momentos pensamos que Blockupy y DiEM son dos espacios para esta exploración. Por un lado, son proyectos realmente existentes en los que participamos de diferentes maneras; por otro, son polos ejemplares de un campo de tensiones políticamente productivas que deben desplegarse más allá de estos mismos proyectos. Las reflexiones de este artículo se mueven en este campo, en la interacción entre una nueva forma de activismo y la activación dentro de la sociedad civil de muchas mujeres y hombres que por diversas razones no quieren y no pueden ser activistas.

Vamos a partir del presente de la “primavera griega” y del “verano de la vergüenza”. Pero, en primer lugar, nos gustaría aclarar que, en contraste con otras opiniones muy generalizadas, pensamos que ambas experiencias ponen de relieve la necesidad de una ofensiva europea y no pueden en modo alguno llevar a un repliegue unilateral hacia estrategias nacionales o locales.

La Europa griega
En Grecia, así como en España, Portugal e Irlanda, hemos hecho una experiencia ejemplar sobre cómo la política europea se densifica a nivel nacional. Hemos comprendido también que es efectivamente posible hacer frente a estos procesos con una ofensiva desde abajo. En cuanto a esto, Grecia es un laboratorio de gestión de crisis, pero también un laboratorio de resistencia.

La escalada política con respecto al referéndum griego se caracterizó además por un asincronismo entre las dinámicas sociales y las relaciones de fuerza. Mientras que en Grecia, tras años de rebelión, de ocupaciones de plazas y de luchas cotidianas, el sistema de coordenadas político cambió y produjo un gobierno de izquierda (por no decir de izquierda radical), en el resto de Europa se advertía muy poco de este ambiente casi pre-revolucionario, exceptuando los peculiares procesos que han tenido lugar en la península ibérica. Al cabo de unos meses, la ofensiva nacional de la izquierda griega topó con su aislamiento institucional y con la posición defensiva de la izquierda europea. Y ese es el dilema crucial de la situación, aunque no sea irrelevante plantearse qué errores y qué pérdida de posibilidades puede haber implicado la línea de Alexis Tsipras.

En ese momento se llevó a cabo un intento, que no era el primero, de dar dimensión transnacional a la confrontación entre el gobierno griego y las instituciones de la Troika. Un ejemplo de esto fue el curso seguido por Blockupy y la movilización del 18 de marzo frente a las torres del Banco Central Europeo en Frankfurt. Mientras las luchas griegas influyeron esencialmente sobre las relaciones de fuerza nacionales y colocaron la política de memorandos de la UE en un primer plano europeo, los movimientos europeos intentaron insertarse en este choque. Sin duda, esta estrategia política estaba condicionada por las circunstancias. Pero es un hecho que el movimiento de solidaridad europea que surgió no fue capaz de romper el aislamiento institucional del gobierno griego ni de iniciar una ofensiva más allá de la geografía política griega.

Hoy en día se puede afirmar con certeza que esta constelación política ha cambiado radicalmente y que ya no es fundamento para un proceso político transnacional. Una iniciativa europea de la izquierda y de los movimientos no puede mantenerse viva si se basa exclusivamente en los conflictos sociales en la Europa del Sur.
¿Puede deducirse de esto que necesitamos una renacionalización de la izquierda política? No, nuestra respuesta a esa pregunta es negativa.

La oportunidad de la derrota
Siendo cierto que el gobierno griego subestimó las relaciones de fuerza a escala europea, es igualmente erróneo concluir que el terreno europeo no es el escenario adecuado para este conflicto. ¡Lo que dio lugar a la situación griega fueron siempre políticas y relaciones de poder a escala europea!

La derrota griega fue en realidad una derrota de la izquierda europea y por eso mismo nos remite a la necesidad de una ofensiva continental, no a la renacionalización de la estrategia de izquierda. Syriza representa las limitaciones de una ofensiva nacional y las debilidades de la izquierda europea, no los límites de Europa como campo de lucha.

Cuanto más hemos visto en los últimos meses la verdadera cara de la UE, más impensable es una ofensiva de la izquierda en torno a la soberanía europea si no tiene un carácter transnacional. Ni siquiera la constitución autoritaria de la UE es motivo suficiente para abandonar una iniciativa realmente europea, a menos que se tenga una estrecha concepción de la política limitada a lo institucional.
Una retirada estratégica del espacio europeo hacia una renovación, al fin y al cabo defensiva, de las políticas nacionales sin un horizonte europeo no da respuesta a este problema. No vamos a negar que la dimensión nacional es importante para los conflictos y las rupturas. Sin embargo, para no abordar estos conflictos y rupturas de una manera simplemente defensiva, es absolutamente necesaria una estrategia europea. Esto no depende sólo del hecho de que la organización europea del poder debe ser desafiada de manera eficaz. También tiene que ver con el hecho de que la integración de la economía y de los mercados a nivel europeo ha convertido en transnacional la acumulación de la riqueza social.

En última instancia, una lucha por la reapropiación de esta riqueza, como fundamento de toda política de izquierda, sólo puede llevarse a cabo con éxito en este ámbito. Por supuesto, los éxitos del movimiento griego en el ámbito nacional también proporcionan una indicación importante: la situación de las luchas en Europa es sumamente heterogénea y sus peculiaridades nacionales y locales requieren respuestas diferentes. Pero si estas respuestas se quedan en el ámbito nacional, no serán capaces de atacar el núcleo del proyecto neoliberal.

En este sentido, las luchas griegas no sólo han sufrido una derrota, sino que también han puesto al descubierto una nueva dimensión de la lucha abierta en Europa. Es un hecho indiscutible que la arquitectura del poder europeo se ha politizado en un grado sin precedentes. La existencia oculta y la intangibilidad del dominio europeo han sido superadas y han dado paso a un nuevo marco en el que los poderes políticos y económicos tienen nombres y direcciones más allá de los Estados nacionales. Las élites europeas han sido sacadas de los cuartos traseros donde se ocultaban en Berlín, Frankfurt y Bruselas, y han quedado expuestas a la luz del dominio público. En este sentido, se puede decir que para la izquierda europea la primavera griega no ha sido sólo una derrota, ya que también produjo una nueva oportunidad para una iniciativa política transnacional, una iniciativa que ya no puede discurrir por la ruta del Estado nacional sino que puede definirse y radicalizarse directamente en el ámbito europeo. La constitución europea, la cuestión de la democracia, se ha convertido así en un tema popular. La crisis de representación se ha extendido de manera efectiva a los mecanismos e instituciones de la UE.

Hoy, la cuestión democrática europea se plantea directamente, como prueba el gran interés despertado por la fundación de DiEM25; una cuestión que se impone en una situación caracterizada por una profunda crisis y por una mutación radical en la constelación europea del poder. Y se presenta así porque en el conflicto griego se hizo evidente que era en realidad un conflicto inmediatamente europeo. Y lo mismo puede decirse sobre las luchas y políticas en torno a las migraciones y las fronteras, que han alcanzado una nueva cima inmediatamente después de la “solución” de la crisis griega.

El movimiento de los refugiados y la política de la solidaridad
Tal como anunciamos, pasaremos ahora a este otro escenario de las luchas actuales, que muchos se obstinan en considerar completamente independiente de la crisis griega: de hecho, desde la perspectiva de los movimientos sociales podemos decir sin duda que los últimos meses no representan en modo alguno una fase de resignación o derrota. Más bien hemos conocido un movimiento de migrantes y refugiados, así como de quienes les han apoyado, un movimiento que en su punto álgido, durante el “verano de la vergüenza”, ha puesto al descubierto temporalmente la arquitectura de la clausura europea. Un movimiento que no era sólo una “movilización”, que en realidad ha conquistado y hecho posible algo para cientos de miles de personas: desde el cruce de fronteras hasta el suministro de ropa, alimentos y atención médica. Fue un verdadero éxito. Y fue una sublevación transnacional en el mejor de los sentidos, superando todas las fronteras, aunque también tuvo improntas y diferencias nacionales. Esto nos lo han enseñado los propios migrantes y refugiados, a través de sus movimientos y de sus luchas, que han desafiado al espacio europeo como tal.
Pero no fue sólo la determinación de los refugiados lo que nos sorprendió y nos dio confianza. También lo hicieron las innumerables personas que les dieron apoyo, las múltiples redes y espacios de solidaridad que surgieron inesperadamente, sin los que ya no es posible pensar nuestro sistema de coordenadas político, ya sea en Alemania, Hungría o Grecia.

La abnegación no convencional e inagotable de cientos de miles de personas es un fenómeno ciertamente espontáneo, pero no es inexplicable. Una característica distintiva de las luchas de los últimos años es que los momentos de insurgencia no se articulan en torno a programas políticos, sino a espacios de encuentro social y de solidaridad vivida.

Crear lo común, hacer posible otra subjetividad, es siempre y ante todo un asunto de relaciones sociales reales; algo que tiene lugar en la vida cotidiana y ante nuestra propia puerta, y que siempre debe tener también una forma “local”. La solidaridad, contra lo que se afirma a menudo, no tiene nada de apolítica: cuestiona el aislamiento del destino individual, así como la separación entre “nosotros” y los “otros”, y da, en el ámbito de la cotidianidad, una respuesta viva a las divisiones nacionalistas y racistas. En la solidaridad práctica y vivida hay un momento utópico concreto.

El “verano de la vergüenza” nos ha demostrado que siempre hay una alternativa si los hombres y las mujeres se unen. Sin duda, la generalización de este momento más allá de las condiciones de excepcionalidad y de los refugiados no se produce automáticamente, de forma lineal. Sin embargo, no tiene nada de casual que muchas estructuras de solidaridad en Grecia, hacia dónde venimos mirando desde hace años, tienen su propio origen en el contexto de la solidaridad con quienes buscan refugio y con las y los migrantes.

Los límites de los barrios
Así como de la “capitulación” del gobierno griego no se puede deducir que una nueva iniciativa política deba volver a estar centrada alrededor del Estado nacional, la experiencia del “verano de la vergüenza” tampoco nos debe llevar a hacer de lo local el espacio exclusivo de una estrategia del movimiento. Por el contrario, hay que preguntarse cómo generar un vínculo orgánico entre las prácticas locales (con su heterogeneidad) y una iniciativa política transnacional. Esto es necesario para aumentar su eficacia y para generalizar lo común más allá de la experiencia inmediata. No se trata de una “politización” en el sentido tradicional, más bien pensamos en la necesidad de un proceso de mutuo estímulo. ¿Cómo pueden traducirse lo “común concreto” y las nuevas relaciones sociales en una iniciativa política transnacional, en un “común abstracto”?

Sin embargo, el problema de la superación productiva del horizonte local no se plantea sólo a causa de la potencial gran eficacia de una iniciativa política que exceda el espacio de lo local. De forma provocadora y deliberadamente enfática, sostenemos que en Europa la dimensión local ya no existe. Esto es algo que las iniciativas de solidaridad con las personas refugiadas y migrantes aprenden en cada barrio de las ciudades cuando se encuentran frente a las repercusiones y a la crisis de la gestión europea de las fronteras y, por otro lado, ante movimientos migratorios que repentinamente, de forma dramática y potente, imponen desde “dentro” el problema de la relación de Europa con su “fuera”. ¡De este modo, la gran cuestión post-colonial se plantea también en Europa!

Pero lo dicho también marca la experiencia de cualquier gobierno municipal de izquierda, que se ve obligado a enfrentarse con poderes y límites que superan con creces cualquier dimensión “local”. Aunque pueda parecer extraño, tarde o temprano las luchas que surgen como locales se toparán con el problema de una estrategia europea, a menos que se diluyan en el espacio local y dejen intacta la arquitectura de gestión de la crisis y de las migraciones. Ni la derrota del gobierno griego ni el éxito de las iniciativas pueden cuestionar la necesidad de una ofensiva a escala europea. Por el contrario, hacen que esa necesidad sea más urgente que nunca.

Local, nacional, transnacional: Europa, campo de batalla
En resumen, el desarrollo de un horizonte europeo de las luchas se enfrenta a muchos desafíos. Este horizonte debe organizar políticamente el significado central del ámbito europeo, para cerrar la brecha entre la experiencia “real” de la solidaridad cotidiana y una construcción política “abstracta”, encontrando una respuesta a la heterogeneidad de las luchas sociales que sea adecuada y que, al mismo tiempo, responda a la homogeneidad de los procesos transnacionales neoliberales. ¿Cómo se pueden superar con éxito los límites objetivos de las luchas locales y nacionales? Evidentemente, la respuesta a estas preguntas no puede conducir a la homogeneización de los movimientos o a la ignorancia de la fragmentación extrema del espacio europeo.

Politizar concretamente la grieta entre la heterogeneidad de las luchas y la dimensión europea es más bien la tarea fundamental en la situación actual, que por otra parte se caracteriza por una creciente fragmentación geográfica. Precisamente ante esta heterogeneidad y fragmentación, la dimensión europea representa, como siempre, el punto esencial de cristalización para abordar adecuadamente la organización del mando que domina y estructura nuestra vida. En esta dimensión, que aparentemente se presenta como una tarea complicada y “abstracta”, encontramos las raíces de nuestros problemas concretos y cotidianos. Nuestra cotidianidad es determinada e impregnada por el sistema europeo de gestión de la crisis.

Por tanto, la dimensión europea es el ámbito en el que, como perspectiva, debemos inventar e instituir un poder colectivo capaz de transformar las condiciones materiales de nuestra vida cotidiana, junto a un nuevo sistema de contrapoderes para articular y estabilizar esa transformación. ¿Cómo podemos hacernos una idea de esa invención, en qué dirección debe orientarse la búsqueda de tal proyecto?

La rebelión democrática
Creemos que las revueltas de los últimos años, tanto en el espacio árabe como en el europeo, muestran una clara dirección sobre cuál podría ser el aspecto de una articulación política común de diferentes luchas e iniciativas sociales. Hoy, en Europa, se articula un antagonismo social en torno a la cuestión de la democracia. Pero ¿qué significa hoy democracia? ¿Puede reducirse su reivindicación a una cuestión de procedimientos formales, de garantías constitucionales y de representación política? Al hablar de una rebelión democrática, ¿puede agotarse ésta en la esperanza de una democratización de la UE? No, pensamos que no es así.

Hoy, en Europa, el vaciamiento de la democracia representativa toma formas particularmente dramáticas. Esto no quiere decir que la representación política y las elecciones ya no puedan ser un relevante campo de batalla, recibiendo así, paradójicamente, un nuevo significado político. Pero la experiencia griega, así como la experiencia de una gran ciudad como Barcelona, demuestran que la conquista de un gobierno nacional o municipal produce una situación en la que las instituciones representativas chocan inmediatamente con los límites de sus posibilidades de acción. La cuestión democrática emerge hoy en torno a estos límites y contra ellos.

Esto significa que hoy en día la democracia sólo puede ser entendida como desborde, como superación de estas instituciones, tanto desde dentro como desde fuera. Se trata de un proceso por su democratización, de compleja multiplicidad y en sí mismo conflictivo. Entendida de esta manera, la combinación de agentes y formas (institucionales y extra-institucionales) heterogéneas es la condición decisiva para plantear el problema de la democracia de una manera innovadora y eficaz. Esta necesaria peculiaridad híbrida corresponde a una condición en la que la tradicional división del trabajo entre partido, sindicato y movimientos sociales ha sido puesta en tela de juicio radicalmente por las nuevas formas de desarrollo capitalista. Lo que está cuestionado y desafiado no es sólo la representación política del “pueblo”, sino también la forma específica de representación de la “clase obrera”, que ha sostenido el desarrollo y la expansión de la democracia en la época del fordismo y del Estado social.

Democracia y lucha de clases
A través de la actual expropiación política de parte de la actividad productiva (ya sea la de las y los migrantes o la del precariado) y a través de la fragmentación de los contratos laborales y de la penetración del capital financiero en la cooperación social, la relación entre capital y trabajo se sustrae cada vez más a cualquier mediación democrática. La condición material para una “reinvención democrática” es una re-politización de esta relación. En este sentido, se puede decir que la cuestión democrática va acompañada por el problema de una nueva articulación política de la lucha de clases. Las rebeliones y luchas de los últimos años no han necesitado una teoría sofisticada para comprender intuitivamente esta conexión.

Este nexo entre democracia y lucha de clases indica la necesidad de combinar la formación de mayorías y coaliciones sociales con el conflicto y con las rupturas que son inevitables para poder crear nuevos espacios para lo común. Si se parte de ese modelo de coaliciones sociales, se puede empezar a plantear sobre otra base la cuestión de una estrategia europea de la izquierda y de los movimientos. La dimensión europea no es abstracta y la estrategia europea no puede reducirse a la organización de campañas o jornadas de acción europeas, que siguen siendo estratégicamente importantes pero deben colocarse en el contexto material de una estrategia europea que se articule en una multiplicidad de niveles.

Una campaña europea
Una estrategia europea de la izquierda y del movimiento debe ser capaz, ante todo, de dar relevancia a la dimensión europea de las experiencias y luchas locales, y de interpretarlas políticamente. La producción de resonancias, que vaya más allá de la mera creación de redes -a partir del intercambio sistemático de conocimientos y experiencias entre todas las redes de la “ciudad rebelde”-, puede construir la base para campañas europeas comunes, tras las que se encuentre la materialidad de la política cotidiana y que por eso mismo puedan ser capaces de confrontarse directa y eficazmente con las instituciones europeas. La forma política capaz de coordinar estas campañas no existe, debe ser inventada.

De igual importancia son, desde este punto de vista, las iniciativas locales y su coordinación, en tanto que esa coordinación puede ir más allá de una simple yuxtaposición. No tenemos una solución para este problema, pero queremos insistir en la necesidad de buscar una forma política renovada. Diferentes proyectos transnacionales como Blockupy y DiEM25 son espacios para esa búsqueda.
Blockupy y DiEM25, en tanto que relaciones ejemplares entre activismo y sociedad civil, marcan los polos de un campo de tensiones dentro del que puede plantearse de nuevo la cuestión democrática en Europa, en la perspectiva de una rebelión democrática en la que otros actores (locales, nacionales y europeos) tienen que desempeñar papeles esenciales.

El horizonte temporal de DiEM25, con una perspectiva para los próximos diez años, nos parece correcto, aunque debe quedar claro a la vez que no hay ningún pretexto para tomárselo con calma. La cuestión de las y los refugiados y migrantes representa, en ese sentido, el reto y la tarea esencial respecto a la que hay que medir la productividad de una iniciativa europea. En este caso nos encontramos ante un movimiento social polifónico realmente existente, que al mismo tiempo (y de una manera radical, poscolonial) plantea el problema de la nueva cualidad de la convivencia social en nuestras ciudades, así como el del rechazo a la guerra en las fronteras de Europa y más allá. De este modo, se plantea la cuestión de la justicia global, que implica también “las causas de la fuga”, el “estilo de vida imperial” o la política exterior europea, de forma inmediata en las metrópolis, donde las fronteras de Europa son superadas y día a día reconfiguradas.

Una campaña europea situada en el campo de tensión entre las prácticas radicales de las y los activistas y la protesta de la sociedad civil puede crear las condiciones sobre las que fundamentar una ofensiva política de la solidaridad y de las luchas de las y los refugiados. Sobre la base de la experiencia y de las propuestas existentes puede formularse un programa de objetivos y disposiciones concretas sobre la libertad de circulación, el derecho a la ciudad, los derechos sociales y las fronteras europeas. La formación de coaliciones ciudadanas, las jornadas de acción en las ciudades y fronteras, las movilizaciones regionales y nacionales, pueden ofrecer la oportunidad de articular la organización de la resistencia como una ofensiva que se coloque de forma inmediata en el terreno de una ruptura constituyente. Esto significa que el objetivo de una campaña de este tipo no debe ser simplemente la coordinación de la resistencia, sino que su objetivo debe ser la reproducción de los contenidos “positivos” de las luchas y de las experiencias de solidaridad existentes, su condensación en un imaginario y en las primeras institucionalizaciones de otra Europa en devenir. Organizar una jornada de acción europea en Berlín tras de una campaña de este tipo sería ciertamente una manera nada abstracta de imponer la cuestión europea en las calles.

Las múltiples crisis de la UE y el retorno de la nación
Que quede claro: se necesita urgentemente una nueva iniciativa europea de las luchas. Estamos en una situación en la que la UE, debido al encadenamiento de múltiples crisis, vive un proceso de profunda fragmentación. Se habla, no sin motivos, de una tendencia a su desintegración. Es un hecho que la UE, como la hemos conocido en las últimas décadas, se enfrenta a una crisis “existencial”. La falta de unidad y la falta de un plan de las clases dominantes se han manifestado claramente en torno a la reestructuración del régimen de control de las fronteras, pero también en torno a cuáles son los próximos pasos hacia la integración. Mientras tanto, emergen nuevas fracturas y se ensanchan las ya existentes, no sólo entre norte y sur, sino también entre el este y el oeste o en el conflicto con Gran Bretaña.

Este es el escenario en el que las nuevas y viejas derechas se hacen más fuertes en muchos países europeos y presionan sobre los poderes establecidos, nacionales o europeos. En nombre de la soberanía nacional y del “pueblo”, la cuestión democrática es tergiversada en un sentido nacionalista y neutralizada políticamente. Parecería que ha sonado de nuevo la hora de las naciones. Si se profundiza más su re-nacionalización, la UE cambiaría profundamente. Pero este proceso no pone en cuestión la esencia neoliberal de las políticas europeas. Alude más bien a la aparición de nuevas combinaciones de neoliberalismo y nacionalismo, destinadas a determinar una mayor jerarquización y un mayor empobrecimiento de las sociedades europeas, generando nuevas y violentas formas de regulación social y abriendo espacios para más racismo, más miedo, más marginación y más fragmentación.

Debemos luchar y rebelarnos contra todo esto a nivel europeo. Sin embargo, el ámbito nacional sigue siendo un importante terreno de iniciativa política, pero debe quedar claro que ningún Plan B de izquierda puede tener éxito en Europa si queda confinado al ámbito del Estado-nación. Los acontecimientos políticos nacionales pueden ser parte de una nueva estrategia de la izquierda, pero sólo si plantean inmediatamente la cuestión europea, es decir, si apuntan a producir una ruptura a nivel continental. Ni el poder transnacional del capital financiero ni las fuerzas del nacionalismo y del fascismo pueden ser erradicados de raíz desde una política nacional, ni tampoco desde una política tradicionalmente “internacionalista”. Cualquier tendencia de la izquierda hacia la re-nacionalización ayuda al crecimiento de estas fuerzas, como también lo hace la formación de una socialdemocracia nacionalista y autoritaria, como la que tenemos hoy ante nosotros, en diversas formas, en Francia y Alemania.

Bajo el cielo del interregno
Vivimos un tiempo que muchos, recuperando a Gramsci, definen como un “interregno”. El interregno se caracteriza por riesgos específicos, sino también por una apertura constitutiva. Creemos que en esta situación el terreno decisivo de lucha en Europa es la cuestión democrática, como la hemos descrito aquí. Hemos intentado demostrar que esta cuestión ya no puede ser planteada ni resuelta en el ámbito de las doctrinas y las prácticas tradicionales de la democracia representativa, y menos aún en el ámbito de una tradición política de izquierda (“radical” o “reformista”).

Al aludir a la combinación de democracia y lucha de clases hemos subrayado y calificado el necesario “lado del movimiento” de cualquier invención democrática en Europa, y también hemos demostrado que el sujeto de este movimiento no puede ser un “pueblo” ya constituido. En pocas y sencillas palabras, hoy democracia significa la formación de un poder colectivo que sea capaz de transformar nuestra vida en común en el sentido de la igualdad, la libertad y la solidaridad. Esto no es posible sin luchas y movilizaciones sociales, sin una “rebelión democrática”.

La pregunta real en torno al poder con el que hoy nos enfrentamos reside en la proyección de esta combinación de luchas sociales y de construcción y ejercicio de poder colectivo en la dimensión europea. La necesaria iniciativa europea debe desarrollarse sobre ese trasfondo, dentro y fuera de Europa, dentro y contra la UE, en los parlamentos y en las calles. Las condiciones para obtener éxitos en el ámbito europeo sólo pueden crearse a través de una multiplicidad de rupturas y alianzas y de la invención de nuevas formas políticas, en una multiplicidad de lugares de rebeliones intensificadas contra el neoliberalismo y el nacionalismo. En un tiempo de interregno el campo de tensión entre el activismo y la polarización de la sociedad civil proporciona el marco para la formación de un bloque europeo que debe necesariamente articularse en diferentes niveles de la iniciativa política. Un bloque que en sus múltiples formas de manifestación tiene un objetivo unitario: la apertura de una ofensiva contra el régimen neoliberal del miedo, de la desesperanza y del aislamiento en Europa. Sin embargo, la primera condición de semejante estrategia política sigue siendo, como siempre, la desobediencia rebelde. Sin rebelión, no hay estrategia.

Traducción de Trasversales

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