FRANCESCO FESTA y TONI NEGRI

 

 

En tiempos de “crisis infinita” nos preguntamos de nuevo sobre la compatibilidad de la democracia y el capitalismo. Hace unos cuarenta años la derecha comprendió que había que reequilibrar la relación entre la gobernabilidad y la democracia: había que superar la democracia representativa. Para gobernar sociedades complejas había que aumentar los recursos materiales y la autoridad política de los gobiernos (hoy, el decisionismo a lo Renzi o el autoritarismo de Merkel), y debilitar el control parlamentario y judicial. A ello siguió la introducción de medidas para la reanudación de la rápida acumulación, tras el paréntesis impuesto por las luchas de los salarios del obrero-masa. Era urgente la reconfiguración de la lucha de clases en todo el mundo. La derecha comprendió que había que introducir nuevas recetas económicas. La implosión de la forma-salario debía utilizarse para reprimir las luchas obreras y eliminar gradualmente el conflicto social. Mientras tanto, debía producirse una nueva subjetividad, la del ”el individuo emprendedor de sí mismo” correspondiente a las nuevas modalidades de acumulación, es decir, a la extracción de beneficio de la cooperación social. A continuación, la receta neoliberal era repetida como un mantra, hasta devenir sentido común. Una vez que estalla la crisis, en forma de endeudamiento de las clases trabajadoras, éste ha sido narrado como el producto de conductas indisciplinadas, derrochadoras, y estilos de vida por encima de las propias posibilidades. En realidad, la crisis actual es más bien la revelación de la incontenible medida de la explotación de la cooperación social y la cronicidad de la dificultad de la “acumulación bio-económica”.

Parece que la línea del progreso humano esté recorriendo aquel “tiempo homogéneo y vacío” que el liberalismo prescribe. La “tercera vía” adoptada por la socialdemocracia europea en respuesta la iniciativa liberal ha fracasado. Y tras el ejercicio de la violencia financiera contra Grecia, parece que no existen otras vías. Sin embargo hay que tertium non datur. En la microfísica de las luchas, que se resisten al destino que el liberalismo exige, tenemos entre las manos innumerables aperturas revolucionarias. “Reconocer el signo de una parada mesiánica”, habría dicho Benjamin; o de otra manera, comprender la sucesión de momentos, eventos, o sea de experimentos y proyectos para “hacer saltar por los aires una época determinada por el curso homogéneo de la historia”: esto impone con fuerza el optimismo de la razón. Un po’ di possibile, sennò soffoco”, pedía Deleuze. Creer lo que puede ser pensado e inventado, aunque parezca imposible. Creer lo que impulsa la transformación social en la dirección definida por las aspiraciones de una multitud consciente. Hay una parte de la sociedad que no está habituada a la crisis, que no se ha acostumbrado a la pobreza y la precariedad: una clase rentista que no está afectada por la crisis, y que en la crisis se regodea.

En frente, está la nuestra, que rechaza el mito del estado y del mercado, que no se engaña con el mito de la sociedad civil, y lo tiene claro. Una parte que, con la cronificación de la crisis, está cuestionando los privilegios, la idea misma de la propiedad privada, mientras defiende las ideas de bien público y bien colectivo, paso previo a la construcción del común. ¿Qué se revela de los privilegios, la “casta”, los gastos desmedidos, en la “gente”, sino un deseo latente del común. La omnipresencia de la corrupción y el clientelismo en la metrópoli, la presión de los impuestos para los marginados y la acción violenta del Estado para cobrarse las supuestas deudas asumen en muchos territorios los contornos de una lucha por la democracia directa contra la corrupción y el “común nocivo”. Resuena en el fondo la idea zapatista: Para todos todo, para nosotros nada.

Después de todo la problemática europea ha demostrado que existe un contraste entre el marco institucional vigente y las necesidades de la multitud. Las mismas instituciones comunitarias son reconocidas como modelos inservibles; la governance europea ha superado los límites, haciendo inofensivas las citas electorales, la participación y los propios parlamentos. Lo que teme la clase capitalista es la participación. Cuanto más “directa” es, más sienten los propietarios en el cuello el aliento de las clases subalternas.

El “lugar común” europeo parece sometido a un dominio cada vez más coercitivo y violento. En cuanto a los discursos públicos de las clases dirigentes de toda Europa, éstas dan la impresión de un ejercicio hipócrita de persuasión en la recuperación económica, cuando en realidad el orden del discurso consiste en un intento de sofocar posibles disturbios sociales para anestesiar el conflicto. Un mantra repetido obsesivamente, como en el film La Haine, “Hasta ahora, todo va bien. Hasta ahora, todo va bien. Hasta ahora, todo va bien”. Y la famosa escena continúa: “El problema no es la caída sino el aterrizaje.”

Ha llegado el momento para los movimientos de organizar el aterrizaje, de pasar del terreno de la protesta al de la organización. Esto significa preguntarse cómo el deseo atraviesa las luchas y cómo los dispositivos de traducción de las pasiones en lucha pueden concatenar, en las cambiantes dinámicas de las relaciones de clase, las demandas de participación y de intervención. Lo que es más palpable en los resultados electorales es un rebullir de la participación y la atención que no toma la forma del “sujeto representado.” Cuanto más crece la demanda de participación más se cronifica la crisis del capitalismo.

Aterrizar significa paradójicamente dar verticalidad a la acción de los movimientos. Conocemos muchas propuestas. Queremos destacar aquí que los procesos de verticalización no responden a un único campo de experimentación, y que sería un error pensar que los modelos puedan ser, mutatis mutandis, aplicables a diferentes geografías. Más bien las verticalizaciones reflejan las asimetrías de los poderes y de las relaciones de de clase en los territorios. Hay múltiples experiencias en las ciudades europeas en las que, desde abajo, se construyen espacios de contrapoder, redes de solidaridad, grupos y asociaciones mutualísticas es, coaliciones sociales que contrarrestan el empobrecimiento, la precariedad y la crisis. Son experiencias de ocupación y de cooperación de espacios abandonados, parques, inmuebles; experiencias de asambleas barriales y de participación directa, que ponen en el orden del día el tema de la decisión ciudadana. También hay luchas locales que toman dimensiones europeas y se convierten en propuestas de diferentes modelos de desarrollo que atacan directamente los dispositivos de gobierno, y que, en nombre de una ansiada recuperación recuperación anhelada, quieren apropiarse del poder de los órganos de gobierno periféricos para poner en movimiento la voluntad de las poblaciones locales. Estos contextos están tomando forma de fábrica de subjetividad antagonista a las políticas neoliberales. En muchos resuena el Que se vayan todos argentino: se siente en las asambleas barriales, foros ciudadanas, manifestaciones públicas, donde no sólo se señalan problemas sino que se proponen soluciones de gubernamentales y administrativas, en un intento de poner en práctica nuevas formas de contrato social y de realizar un paradigma de democracia directa. Estos espacios de debate e iniciativa tienen credibilidad porque no provienen de las clases políticas que han abrazado el neoliberalismo y que han sido cómplices de la crisis. A menudo son “situaciones mínimas” pero que, respecto a sus contextos territoriales, son de gran importancia y construyen un sentido común “mayoritario”. Esto se lleva a cabo –tanto en forma de resistencia como en forma de coalición- en varias ciudades y áreas metropolitanas, con las demandas de la vivienda, la escuela y las universidades, la ecología de los territorios, la gestión de los bienes públicos, etc…

Repetimos la paradoja de la cual somos partícipes: para aterrizar, es decir, para devenir mayoría de manera cada vez más hegemónica, para actuar obteniendo resultados concretos, los movimientos (especialmente “mínimos”) tienen que conectarse y llevar su discurso, verticalmente, contra el poder neoliberal. Integrar la verticalidad al movimiento significa aterrizar. ¡Necesitamos una nueva opción política de los movimientos, un expreso deseo de poder! Una vez aterrizado, un avión debe prepararse para volver a salir, despegar -y así haremos también nosotros. Este movimiento desde abajo hacia arriba es el que nos interesa, y sabemos que para hacerlo tenemos que integrar la experiencia del aterrizaje, como el estilo de nuestro trabajo. También en Euronomade, nos parece que se presenta la tarea de narrar las luchas, incluyendo las “mínimas”: en definitiva, recomponer modelos de narración de luchas actuales que prefiguren la potencia de las futuras.

 

 Traducido por Nemoniente – https://n-1.cc/blog/owner/nemo

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