Por VERONICA GAGO y SANDRO MEZZADRA.*
1. Más allá de la transición
Hace ya cuatro décadas que la discusión crítica sobre el capitalismo se mueve al interior de la narrativa de una transición. El desacople del dólar respecto del patrón oro en 1971 y la crisis del petróleo de 1973 marcan las fechas paradigmáticas de ese inicio del fin de una época que en Occidente ha sido celebrada como “los treinta años gloriosos” –la época del llamado fordismo (y de la compleja geopolítica de conflictos, guerras frías y calientes, revoluciones, insurgencia y contrainsurgencia que la acompañó a nivel mundial). Pensando en América Latina tal calendario puede conectarse con otro: el golpe contra Allende, también en 1973, así como la secuencia iniciada con las diversas dictaduras y las reformas financieras que remodelaron el continente. Un segundo momento en esa serie puede fecharse en 1989. Año que para muchos marcaba un primer fin de la transición y, al mismo tiempo, inauguraba otro cierre: el llamado fin de la historia. El Consenso de Washington se difundía como síntesis de reescritura de una época. La aparente estabilización conseguida en la década de los 90, sin embargo, fue breve: los primeros años del siglo XXI se vieron conmovidos a escala planetaria por guerras, turbulencias e insurrecciones. El derrumbe financiero de 2007-8 corona una serie de crisis y reabre dramáticamente la pregunta por la dirección de la transición.
Para nosotros, esta pregunta está vinculada prioritariamente con un intento de entender las condiciones de vida y de lucha que hacen de la crisis una situación de inestabilidad y de apertura de perspectivas en un sentido profundo. Es a partir de estas premisas que nos orientan y organizan, tanto metodológica como políticamente, que abordamos temas claves que están en el centro de la discusión crítica sobre la transición, aun actual, del capitalismo. En particular, desplegando la cuestión de una transformación radical de la lógica del régimen de acumulación más allá del paradigma industrial y planteando el problema de la organización global de esta nueva fase.
El neoliberalismo se convirtió en una de las narrativas más difundidas para dar cuenta de estos procesos. Desde hace más de una década, en América Latina se lo discute, se lo combate y, en los últimos años, aparece en la retórica de varios gobiernos como una rémora arcaica, como parte de un pasado ya superado. La crisis global de 2007-8 fue vista como una oportunidad para el continente, frente a la evidencia del declive de Estados Unidos y Europa. Las imágenes asociadas al BRIC se popularizaron como una alternativa en el mapa mundial, suscitando expectativas de todo tipo para una suerte de nuevo desarrollo en la región. Sin embargo, el continente no estuvo blindado frente a la crisis. Brasil y Argentina muestran por diferentes vías las consecuencias de ese impacto que no es sólo económico, sino también político en la medida que cuestiona la fuente de la propia legitimidad de los gobiernos “progresistas”.
Al mismo tiempo, se evidencia el modo restringido bajo el cual se caracterizó al neoliberalismo: básicamente como una serie de medidas inspiradas en la ideología de los organismos internacionales de crédito y como un conjunto de políticas macro-económicas de privatización y ajuste bajo la consigna de un retroceso del Estado. Más allá de la crisis de legitimidad política del neoliberalismo puesta en evidencia por las insurgencias populares que lo cuestionaron y abrieron un espacio de posibilidad para otro tipo de gubernamentalidad, queda aun pendiente su caracterización en términos de producción de subjetividades vinculadas a las modificaciones estructurales ya acontecidas en las décadas pasadas. Esto es algo que permanece impensado cuando se nombra al momento actual como neodesarrollismo, contraponiéndolo de modo lineal con el neoliberalismo.
En la actual coyuntura, se vuelve necesario desplegar una perspectiva crítica capaz de identificar los rasgos constitutivos del momento capitalista actual en América Latina y a nivel global para poner de relieve la importancia de nuevas conflictividades sociales así como las dinámicas políticas que abren el debate sobre qué sería un verdadero más allá del neoliberalismo.
Uno de los diagnósticos más difundidos sobre la etapa presente a nivel del continente se expresa en la idea de un neo-extractivismo que pondría a la región frente a una remozada forma de dependencia y primarización de su economía. La novedad, frente a otros momentos históricos, provendría de la forma en que el Estado es capaz de utilizar y direccionar cierta parte de la renta extraordinaria de los recursos naturales. Una fórmula con que se sintetiza esta escena regional es la que habla de un pasaje: del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities (Svampa y Viale, 2014). Una serie de explotaciones vinculadas a recursos primarios generalmente no renovables que van de la megaminería al agrobusinnes, pasando por reservas hidrocarburíferas y la frontera forestal y pesquera (con las infraestructuras logísticas correlacionadas), recolocan a las economías latinoamericanas en su clásico papel de proveedoras de materias primas, sólo que esta vez dirigidas principalmente a China.
Uno de los referentes de los gobiernos progresistas, Álvaro García Linera (2012), defiende este modelo justamente haciendo referencia a una supuesta rigidez absoluta del mercado mundial y de la división internacional del trabajo que limitaría estructuralmente las posibilidades de los países latinoamericanos. Pero también marcando un realismo sobre la región: el neoextractivismo funcionaría como vía posible de superación de la hegemonía financiera tal como se desarrolló durante la década del 90. Sin embargo, a pesar de ser contrapuestas (una crítica y otra celebratoria del momento actual) ambas argumentaciones comparten un supuesto: el extractivismo aparece diferenciado del momento financiero. Nos interesa, en cambio, radicalizar la noción misma de extractivismo para, por un lado, señalar su relación orgánica con las finanzas y, por otro, ir más allá de su sectorización en las materias primas. Estamos convencidos de que una ampliación del concepto de extracción puede ayudarnos a definir de una manera más sistémica rasgos fundamentales de la lógica de funcionamiento del capitalismo actual, más allá de la recurrente definición negativa (lo que ya no es), pero también de su inacabada transición (un infinito post).
Mientras que la crítica del neoextractivismo es muy eficaz en subrayar continuidades en el patrón de desarrollo, y por tanto en obligarnos a abrir un espacio para la búsqueda de alternativas, nos resulta problemática su perspectiva política inmediata. Por una parte, porque tiende a dejar de lado las complejas economías políticas de los territorios periféricos suburbanos, enfocándose en los sitios literales de las actividades extractivas, de modo tal que termina por desconectar ambos espacios y ambas economías. Por otra parte, al enfocar como único conector entre ellas a los subsidios estatales, la crítica del neoextractivismo contribuye a una pasivización de las poblaciones pobres urbanas que funciona en paralelo con una tendencia a la victimización de las poblaciones rurales afectadas. En esta modalidad de análisis, donde conceptos como desposesión y despojo se vuelven centrales, se opaca por un lado la categoría misma de explotación y, por otro, se desconoce la producción de valor de esas poblaciones que las propias finanzas ya evalúan como no marginales. En este sentido, hay que agregar que nuestro proyecto de ampliación del concepto de extracción se conecta metodológica y políticamente con una larga historia de luchas y elaboraciones teóricas que ampliaron el concepto mismo de explotación.
2. Operaciones extractivas
Hay algunas imágenes-conceptuales que podemos tomar como punto de partida para abrir el concepto de extracción. Dicho de otro modo: ampliarlo en el sentido de proyectarlo, ensancharlo, complejizarlo. La primera es, a simple vista, más clásicamente asociada a una variante neo-extractiva: la nueva semilla de Monsanto Intacta RR2 Pro, propagandizada como parte de una nueva generación de semillas cuya misión es permitir expandirse a las oleaginosas incluso en áreas “cada vez más marginales” (Cáceres 2014:9). Esa expansión que busca colonizar nuevos territorios está vehiculizada por un complejo juego entre patentes intelectuales, insumos tecnológicos, instrumentos financieros y una dinámica concreta de producción y apropiación de conocimiento. Al mismo tiempo, ese avance territorial es imposible sin unas formas específicas de violencia política sobre las tierras para volverlas “disponibles”, una condición que no es para nada natural. De modo tal, que la extracción aquí se basa en una dinámica que antecede a la semilla a la vez que la presupone: la producción del territorio mismo y, por tanto, del proceso de valorización en el que se inscribe. Esta imagen, puesta en estos términos, puede también funcionar como metáfora de un proceso más amplio en el cual el capital ocupa espacios marginales para convertirlos en suelo de sus operaciones. La dinámica vinculada a las finanzas que desarrollaremos en el próximo punto es un buen ejemplo de esta misma operatoria.
La segunda imagen nos lleva al mundo de la minería pero en un sentido no tradicional: a lo que se podría llamar una forma de minería digital. En algunas regiones de China, pero también en otras partes del mundo, miles de jóvenes migrantes trabajan jugando. Pasan horas y horas en talleres-galpones frente a computadoras y bajo control de sus patrones. Se especializan en diferentes juegos donde se trata de recolectar puntos o recompensas en su interior, por eso se denomina a esta actividad Gold Farming: sus trabajadores-jugadores son una suerte de granjeros recolectores que le dedican tiempo a estos juegos generalmente de multijugadores. Un tiempo que los jugadores de otras latitudes, especialmente en Estados Unidos, no tienen pero por el cual están dispuestos a pagar (Dyer-Witheford 2009 y Altenried 2014). Esta imagen nos parece especialmente importante porque pone de relieve la cuestión del trabajo, de su organización y explotación. Además, el tema de la minería digital exhibe de modo directo el papel clave que juegan las operaciones extractivas en el llamado capitalismo digital. Lo que se conoce como data mining (minería de datos) es, otra vez, un suelo, una condición preliminar necesaria, para la valorización del capital en espacios empresariales que todos usamos cotidianamente, tales como Google o Facebook. La manera en que se instrumenta esa extracción es a través de algoritmos cada vez más sofisticados, no tan distintos de aquellos que arman la producción de perfiles (de consumo, de salud, de conductas) y de aquellos que organizan las operaciones financieras en el tiempo de la high-frequency trading (Pasquinelli 2014).
Por último, en los cordones de la periferia de Buenos Aires, están las financieras que se montan en los mismos locales en los que se vende ropa deportiva o electrodomésticos. A distancia de una escalera, se ofrecen los créditos para el consumo que se van a destinar a comprar en ese mismo espacio físico. A su vez, esos créditos de dinero efectivo inmediato se consiguen por medio de una acreditación muy precisa: el número de beneficiario que se tiene al recibir un plan social o subsidio. De modo tal que la extracción financiera se organiza sobre sectores que no tienen una capacidad de solvencia dada por el mercado de trabajo tradicional y que, sin embargo, al ser reconocidos como población subsidiada, el Estado acredita su inscripción bancaria. Así, las financieras extraen literalmente valor de un conjunto de actividades, formas de cooperación y de obligaciones de laboriosidad a futuro, con garantía del Estado.
Empezamos a ver cómo la extracción, tomada en un sentido amplio, delinea unos rasgos preponderantes de las operaciones del capital en sectores estratégicos de su desarrollo actual –de lo territorial a lo digital pasando por lo financiero. La primera imagen nos habla en particular de la importancia que toma, tanto literal como simbólicamente, la expansión de las fronteras del capital hacia espacios y sujetos construidos como marginales y periféricos (Mezzadra-Neilson, 2013). Como veremos en el punto 4, esta dinámica expansiva caracteriza el concepto mismo del capital, y nos lleva en particular hacia una discusión del tema de la llamada acumulación originaria. No es por azar que este tema ha sido retomado intensamente en la discusión crítica sobre el momento actual del capitalismo (cf. Mezzadra 2011). Por el momento podemos singularizar tres rasgos salientes del concepto ampliado de extracción que nos parece estar en juego en las imágenes que acabamos de presentar.
1. En primer lugar, la extracción no puede reducirse a operaciones vinculadas a materias primas devenidas commodities a nivel global. Por un lado, porque la dinámica de lo digital y de lo financiero tiene un papel fundamental incluso en las operaciones de extracción de materias primas, en la organización de la logística de su circulación y hasta en la determinación de alzas y bajas de precios en las bolsas internacionales. Esto implica complejizar la imagen misma de América Latina y de su posición en la llamada división internacional del trabajo. Por otro lado, porque la extracción no puede ser confinada a materias inertes. La extracción tiene también que ver con la extracción de fuerza de trabajo, en un sentido tal que permite ampliar y complementar, como ya lo señalamos, la noción misma de explotación. Si la extracción es un rasgo constitutivo de las operaciones actuales del capital, hace falta plantear el tema de cómo el capital mismo se relaciona con lo que en términos tradicionales se puede llamar trabajo, y que sin embargo –como se observa en los ejemplos de lo digital y de lo financiero– toma cada vez más la forma de una cooperación social compleja y altamente heterogénea.
2. Desde este punto de vista, el concepto de extracción supone cierta exterioridad del capital frente al trabajo vivo, a la cooperación social. La relación extractiva se presenta bastante distinta de la relación de explotación que se conforma en una fábrica a partir de la estipulación de un contrato de trabajo asalariado. Mientras que el contrato introduce al trabajador en un espacio que está directamente organizado por el capital, en casos tan distintos como las finanzas populares (vía créditos al consumo) o de Facebook (por medio de una empresa que extrae valor de las interacciones de datos) nos encontramos con actores capitalistas que no organizan directamente la cooperación social que explotan. En este sentido hablamos de cierta exterioridad. Pero es inmediatamente necesario complejizar y cuestionar la idea de exterioridad, por lo menos en dos sentidos. Por un lado, si bien los actores capitalistas de los que hablamos no organizan directamente la cooperación de los sujetos, esta cooperación está lejos de ser libre: en el caso de Facebook está permeada por las operaciones del algoritmo, en el caso de las finanzas populares se desarrolla bajo el signo de la deuda. Por otro lado, en esta cooperación actúan otros actores capitalistas, entre los cuales se encuentran también los más clásicos empresarios industriales. De todas maneras, es justamente esta coordenada compleja entre afuera-adentro la que abre un campo de batalla en el sentido de una disputa por apropiaciones, codificaciones y posibilidades de liberación.
3. En tercer lugar, lo extractivo no puede asociarse unilateralmente al paisaje rural o no urbano. Por los puntos anteriores –porque no se trata sólo de materias primas ni porque no estamos frente a una exterioridad total–, lo que es necesario subrayar son los circuitos en los cuales las operaciones extractivas toman forma y velocidad, desarmando el binarismo campo-ciudad. Hasta ahora, cuando se hace notar ese vínculo se lo hace criticando al populismo como momento político que se adosa a un modelo económico de tipo extractivo. Como intentamos marcar, esta división despolitiza otras formas extractivas en las que, de modos precisos, se activa la extracción de valor de una vitalidad popular crecientemente endeudada pero nunca totalmente sumisa. Esta ciudad, que aparece formateada por el dinamismo urbano de las periferias, es también diferente a la ciudad gentrificada con la que, otras veces, se vincula la renta extractiva hablando de “extractivismo urbano” (Massuh 2014, 55-60). Las lógicas extractivas cruzan en este sentido el gobierno de la pobreza, produciendo violencia e hibridándose con las mismas lógicas y retóricas de inclusión planteadas por el discurso de la ciudadanía. Bajo esta perspectiva, creemos, se logra también una lectura de las nuevas conflictividades sociales que permiten mapear la trama del agrobusiness, las finanzas, las economías ilegales (del narco al contrabando) y los subsidios estatales según lógicas a la vez complementarias y en competencia. Son estas lógicas, al mismo tiempo, las que permiten correrse de la imagen victimista que la narración del despojo tiende a enfatizar.
3. Extractivismo financiero y finanzas populares
En la discusión crítica sobre el momento actual del capitalismo el tema de las finanzas y la relevancia de los procesos de financierización han sido clave en las últimas décadas. Sin embargo, hay que subrayar, en la línea de los trabajos históricos de Fernand Braudel y de autores vinculados a la llamada teoría del sistema-mundo como Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi, que la financierización no es para nada una novedad en la historia del capitalismo. Lo que estos autores analizan como ciclos hegemónicos de acumulación a nivel mundial, han estado marcados –desde el principio de la modernidad pero especialmente en su momento de declive– como momentos de desplazamiento de las actividades económicas hacia las finanzas. Bajo esta perspectiva, los procesos contemporáneos de financierización se podrían entender como síntoma del ocaso de la hegemonía estadounidense a nivel global (cf. Arrighi 2007). En este sentido, el veloz ascenso de China como poder a escala planetaria suele completar el diagnóstico. Desde cierta mirada latinoamericana, hay posiciones que valoran positivamente este desplazamiento del poder global hacia Asia argumentando que emerge una posibilidad de autonomía frente a la dominación de Occidente (cf. Mignolo 2012).
Sin embargo, y sin negar que la situación global contemporánea esté caracterizada por nuevas dinámicas y nuevos espacios, lo que nos parece más importante subrayar respecto del momento actual es una posición de lo financiero extremadamente singular en su aspecto tanto de escala como de intensidad. Desde el punto de vista de la pregunta que planteamos al principio sobre la persistencia o no del paradigma industrial en el capitalismo actual, es necesario resaltar que justamente las mismas actividades industriales aparecen subordinadas a la lógica y a la racionalidad financiera. Nos encontramos entonces en una situación radicalmente distinta de la descripta en los debates clásicos sobre el imperialismo del principio del siglo XX, como son las posiciones, por ejemplo, de Hilferding y Lenin. En análisis recientes propuestos por autores como Christian Marazzi (2014) y Randy Martin (2002), aun desde distintas perspectivas teóricas, lo financiero emerge como momento de mando y de articulación unitaria del capitalismo contemporáneo. Por un lado, la interdependencia a nivel global, con las turbulencias, las tensiones y los conflictos que la atraviesan, es regulada principalmente a través de los mercados financieros. Por otro lado, lo financiero es caracterizado hoy por una tendencia hacia la penetración intensiva en la vida social de las poblaciones, convirtiéndose en la mediación cotidiana tanto del consumo como de las múltiples formas de empleo. Como muchos análisis señalan, en las últimas décadas se produjo un proceso de desplazamiento de las condiciones bajo las cuales se implementa aquello que se había afirmado en el marco de los llamados derechos sociales –de las jubilaciones a la vivienda– hacia los mercados financieros (cf. por ejemplo Crouch 2009).
Ya mencionamos la importancia de las innovaciones tecnológicas en la actividad financiera, hablando de high frequency trading. Hay que agregar por lo menos algo sobre el tema de los derivados, que jugaron un papel sobresaliente en la reorganización de las finanzas, sea en su dimensión extensiva (en la articulación de la interdependencia global), sea en su dimensión intensiva (en la penetración de lo social). Como señala Randy Martin, la difusión y la sofisticación cada vez mayor de estos instrumentos financieros produjeron una profunda alteración en la naturaleza misma de la mercancía. Otra vez, el contraste con lo industrial es llamativo: donde la línea de montaje junta todos los elementos en un lugar para construir una mercancía integrada, la ingeniería financiera invierte el procedimiento, “desmontando la mercancía en sus elementos variables y constituyentes y dispersando sus atributos para ser conectados con elementos de otras mercancías de interés para un mercado global orientado por el intercambio bajo la lógica del riesgo” (Martin 2013, 89). Hay que subrayar que esta lógica puede ilustrar la dinámica de los commodities asociados al extractivismo, remarcando su vinculación íntima con las lógicas de las finanzas. Es precisamente el procedimiento de desmontaje y reconexión el que nos permite también pensar las formas de ampliación del extractivismo como lógica de valorización.
Desde otro ángulo, analizando la crisis de las hipotecas subprime en EE.UU., Saskia Sassen pone de relieve la tendencia de las finanzas a incorporar economías no financierizadas. Lo que nos parece relevante remarcar es que, en esta expansión continua de las fronteras de la valorización financiera a través de la “colonización” de territorios sociales ajenos a su mando, aparece paulatinamente una dimensión extractiva de las operaciones financieras. Saskia Sassen (2010, 27) toma este punto hablando de la relación entre finanzas y acumulación originaria y de la persistencia de su lógica extractiva en los procesos más avanzados de financierización. Haciendo hincapié en la ola de ejecuciones hipotecarias y desalojos que siguieron a la crisis del 2007-8, Sassen (2014) destaca el momento de la expulsión como rasgo distintivo del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, en su argumento subraya la difusión a nivel global de instrumentos financieros como los subprime, que tienen como objetivo la incorporación de la economía vital de poblaciones pobres o empobrecidas, bajo un patrón que parece reproducir lo que vimos en el caso de la nueva generación de semillas Monsanto: conquistar nuevos territorios, especialmente aquellos que parecían periféricos o marginales desde el punto de vista de la valorización financiera. Mientras que Sassen plantea una oposición binaria entra expulsión e incorporación (cf. Sassen 2014, 211), nos parece más productivo trabajar la hipótesis según la cual lo que está en juego en la expansión de las operaciones extractivas de las finanzas es el desplazamiento y el continuo replanteo de la propia frontera entre incorporación y expulsión (cf. Mezzadra-Neilson, 2015).
¿Cómo afectan estos procesos de financierización a la región latinoamericana? Una hipótesis es que esta financierización aparece bajo una paradojal doble negación. Por un lado, porque desde los llamados gobiernos progresistas, como ya señalamos, la hegemonía de las finanzas parece ser una cuestión limitada a la década del 90. Sin embargo, en el actual momento de desaceleración del crecimiento en países como Argentina y Brasil, las formas en que se vuelve a pensar la relación especialmente con el crédito externo pero en forma más general con el desarrollo mismo, repone varias de aquellas premisas que parecían del pasado (Cepal 2014). Por otro, porque la combinación entre finanzas e inclusión social, bajo la fórmula de una financierización de los derechos sociales, remarca especialmente en las retóricas oficialistas su dimensión inclusiva y deja en las sombras los instrumentos financieros con los que ésta se operativiza.
Las finanzas, sin embargo, no dejan de desocultarse y evidenciarse por abajo. Un escenario en el que estos desplazamientos exhiben una velocidad y una movilidad sorprendente es el mercado inmobiliario informal, producido por secuencias que van de la ocupación de tierras (expansión horizontal) al crecimiento vertical de las villas, favelas o slums (ocupación intensiva del espacio). En Buenos Aires, en particular, esta dinámica popular no es ajena a la lógica financiera y lo hace de un modo que nos obliga a pensar cómo las finanzas se sumergen y no sólo capturan desde arriba las economías vitales. Se abre así un terreno más promiscuo que conjuga de manera variable incorporaciones, expulsiones, pero también formas diferenciales de acceso a la vivienda y disputa por la tierra en contextos urbanos. El mercado inmobiliario informal, además, expresa una combinación que no es tenida en cuenta por la lógica exclusión/inclusión en términos absolutos: la vinculación orgánica entre progreso económico y crecimiento de las villas, favelas o slums y asentamientos, clásicamente pensados como lo otro del desarrollo. La mixtura de temporalidades, que desbordan el progreso en su sentido lineal pero que no dejan de tener en cuenta esa noción y de disputarla, también puede verse en el mundo del trabajo. El crecimiento de modalidades de empleo formal es inescindible de una proliferación y multiplicación de espacios informales, ilegales, que no funcionan como un mundo aparte sino conectándose, también de maneras variadas, con el llamado “crecimiento económico” (Gago, 2014 y 2015).
Es en este terreno promiscuo donde las finanzas se concretizan, tocan el piso, y aparecen de manera a la vez violenta y seductora, abriendo una serie de disputas y tensiones. Las lógicas de consumo a través del endeudamiento de los sectores populares pone de relieve no sólo su dimensión de sometimiento (Lazzarato 2013), sino que nos obliga a pensar cómo promueven formas de inclusión que ponen en cuestión el término mismo. Pero sobre todo, nos exigen analizar las articulaciones concretas entre territorios y finanzas y el papel del Estado en dicha trama. Una tríada que está redefiniendo, en su accionar, la frontera misma de lo que entendemos por neoliberalismo. Es el “polimorfismo” que caracteriza al neoliberalismo el que desplaza esas fronteras y avanza sobre el modo en que son incorporadas economías clásicamente consideradas periféricas o marginales a una dinámica de valorización financiera en la medida en que se evalúan como rentables una serie de actividades (de la autogestión a ciertas estrategias comunitarias), de flujos (de favores, migraciones e intercambios) y espacios (como el mercado inmobiliario informal que ya mencionamos). El extractivismo ampliado es una fórmula que debe poder dar cuenta, desde nuestro punto de vista, de las maneras en que múltiples dispositivos financieros actúan en estos territorios extrayendo valor de una cooperación y una vitalidad social que no contribuyen a organizar.
4. ¿Afuera del capital?
Lo que acabamos de argumentar sobre la relación que el capital financiero despliega con la cooperación social que explota nos lleva a retomar y a desarrollar de una manera más fina la cuestión de la exterioridad que parece pertenecer al concepto mismo de extracción. Nos encontramos así con un problema clásico en el análisis del capitalismo: ¿qué constituye el afuera del capital si es que podemos sostener que existe? Dicho de otra manera, ¿el capital logra y hasta necesita totalizar el conjunto de las relaciones sociales? Desde distintas perspectivas, tanto Rosa Luxemburgo [1913] como Karl Polanyi [1944] plantearon estos interrogantes y concluyeron que el capitalismo necesita algo así como un afuera constitutivo, capaz de proveer recursos de renovación permanente. En el caso de Luxemburgo, el afuera se define en términos espaciales y geográficos, tomando en primer lugar la forma de territorios todavía no capitalistas que podían ser subsumidos a través de una continua repetición de los procesos descritos por Marx en su análisis de la llamada acumulación originaria. En el caso de Polanyi, se incorporan recursos y relaciones no mercantiles, que constituyen los presupuestos sociales y culturales del propio capitalismo. Las dinámicas de mercantilización, involucrando mercancías “ficticias” como tierra, dinero y trabajo, desafían estos presupuestos y dan lugar a un contra-movimiento de defensa de la sociedad.
Estos temas están al centro de la discusión crítica contemporánea, en la cual reaparecen por ejemplo las controversias sobre imperio e imperialismo así como los múltiples intentos de replantear la distinción entre capital y capitalismo. En un ensayo reciente, Nancy Fraser, proponiéndose “una concepción ampliada del capitalismo”, argumenta como base de su idea de ampliación que la mercantilización y monetarización de las relaciones sociales nunca ha sido ni es completa. Más bien, por el contrario, el capital dependería “para su misma existencia de zonas no mercantilizadas” (Fraser 2014, 70). Emerge así lo que ella llama “enfrentamientos por los límites”: o sea, un conjunto de conflictos que surgen en las fronteras entre “zonas” mercantilizadas y no mercantilizadas. Hay que agregar que para Fraser estas últimas no dan “un punto de observación completamente externo que permita una forma de crítica absolutamente pura y plenamente radical” (74). En otros términos: no se plantea una idealización de espacios incontaminados por la lógica del capital. Esto nos parece sumamente relevante desde el punto de vista de las premisas de una política anticapitalista.
Aun si este planteo resulta sugerente e interesante, nosotros queremos proponer otra vía de entrada en la discusión sobre el tema del “afuera” del capital. Justamente retomando el análisis marxiano de la acumulación originaria, hay que subrayar que planteando la hipótesis de su continuidad a lo largo y a lo ancho del desarrollo del capitalismo es difícil considerar la existencia de zonas no mercantilizadas en el presente. Mientras que el análisis de Marx se concentraba en el momento de la transición hacia el capitalismo, el uso contemporáneo de la categoría misma de acumulación originaria se refiere a transiciones al interior del capitalismo y, más en general, a momentos constitutivos del actuar del capital. Si por esta razón detectar las fronteras de valorización se vuelve un punto clave, que ellas se muevan al interior del capitalismo implica también dejar abierta la pregunta sobre un potencial desborde, lo que quiere decir un más allá del propio capitalismo.
Cercamientos, violencia extra-económica, apertura del mercado mundial: estos procesos destacados por Marx como característicos de la acumulación originaria se representan de forma distinta en el momento en que el problema ya no es la “colonización” de espacios geográficos y sociales no capitalistas, sino la violenta reorganización de espacios y sociedades ya sumidos a la lógica de la valorización capitalista. En un pasaje de los Grundrisse, Marx escribe que “la tendencia a crear el mercado mundial está dada directamente en la idea misma del capital. Todo límite se le presenta como una barrera a superar” (Marx 1989, II, 360). Si bien en este pasaje Marx subraya la dimensión extensiva de la expansión de las fronteras del capital, nos parece que la dialéctica entre “límite” y “barrera” es extremadamente sugerente también para analizar la dimensión intensiva de la misma expansión. Es la combinación precisa entre las dos dimensiones lo que permite al capital reproducirse aun cuando se haya completado su expansión geográfica. Al mismo tiempo, si bien hay una tendencia totalizante que pertenece al “concepto mismo de capital” en cuanto modo de producción, el encuentro con el “límite” sigue siendo un recurso fundamental para su desarrollo. Y en el momento en que no hay más límites en un sentido literal, los límites son producidos por el propio capital a través de dinámicas que recuerdan de una manera muy similar las dinámicas de la acumulación originaria (Mezzadra 2014).
Entre estas dinámicas juegan un papel sobresaliente los procesos de desposesión vinculados a operaciones extractivas. En este sentido, el concepto de “acumulación por desposesión” propuesto por David Harvey (2004) es un avance importante, porque permite desprender a la acumulación originaria de su vinculación únicamente con el “origen” del capitalismo para reconectarla con cada momento de crisis y relanzamiento de la acumulación y, de manera particular, con nuestra época. Es notable la difusión particular que este concepto alcanzó en América Latina durante los últimos años, como idea capaz de explicar las dinámicas neo-extractivas. La desposesión o el despojo se convirtieron así en un vocabulario también disponible para muchas experiencias de resistencia que parecían ser aquellas que emergían tras “el fin del trabajo” y las luchas asociadas a aquel ciclo. Nuevamente, nos resulta una transición problemática: ya que ese pasaje del conflicto ligado al empleo y, más precisamente, al desempleo hacia lo que se ha denominado “giro eco-territorial” de las luchas (Svampa-Viale, 2014), deja de lado –en su argumento secuencial– las formas en que la explotación se reconfigura justamente en paralelo a las formas desposesivas. El propio Harvey ha contribuido a este énfasis: mientras que su concepto de desposesión resulta novedoso y atractivo, su concepto de explotación queda relegado en una definición tradicional, convirtiéndose en el otro de la desposesión y quedando vinculado con la realidad del trabajo asalariado definida por una esfera de la producción pensada bajo el paradigma industrial.
En vez de aislar el momento de la desposesión del momento de la explotación nos resulta fundamental destacar que en el análisis de Marx de la acumulación originaria hay un enfoque muy fuerte sobre lo que hoy podemos llamar producción de subjetividad. La desposesión, en este análisis, es justamente la separación de los productores de los medios de producción, el presupuesto de la posibilidad misma de la explotación. Lo que hay que agregar es que el propio Marx trabajaba con la hipótesis de que esta explotación, en el capitalismo plenamente desplegado, habría operado bajo la norma del trabajo asalariado “libre”. Esta hipótesis se tornó insostenible frente al desarrollo de los estudios históricos (por ejemplo de la llamada historia global del trabajo), y también de luchas que cuestionaron categorías binarias como trabajo productivo e improductivo, manual e intelectual, así como la frontera entre producción y reproducción. Es esta ampliación de las categorías mismas de trabajo y explotación que vuelve a poner en el centro la cuestión la subjetividad ya no únicamente bajo el canon de la interpretación de la proletarización como impulso hacia el trabajo asalariado “libre”. El hecho de que, como señalan muchas investigaciones en distintas partes del mundo (cf. por ejemplo Sanyal 2007), los procesos contemporáneos de acumulación originaria no desembocan en una absorción de los “desposeídos” en las fábricas nos pone frente a la necesidad de abrir el concepto de explotación a las maneras en que el trabajo se multiplica bajo modalidades informales, ilegales, serviles, incluso en momentos que no dejan de ser caracterizados como de progreso y desarrollo. Esta ampliación incluye dispositivos de explotación financiera que operan bajo modalidades extractivas como las que mencionamos más arriba.
5. Lo común en disputa
La propuesta de ampliación de las categorías de extracción y extractivismo que desarrollamos en este artículo apunta a delinear unos rasgos fundamentales de la lógica que caracteriza los procesos de valorización y acumulación en el capitalismo contemporáneo. Extracción y extractivismo no son sinónimos pero están íntimamente ligados. Por un lado, el extractivismo está referido a un tipo de actividad que hemos intentado descentrar de sus imágenes más usuales, tomando especialmente en cuenta la discusión latinoamericana. Por otro, la extracción, en nuestro argumento, refiere a una operatoria abstracta que usualmente se vincula a la hegemonía de las finanzas y que, sin embargo, aquí intentamos describir desde sus aterrizajes territoriales. Este planteo permite combinar ambos niveles de análisis, con el objetivo de ampliar, como venimos diciendo, tanto la noción misma de extractivismo (en términos de recursos, modalidades y conflictos), como de finanzas (en términos de su capilaridad pero también de sus sentidos más allá del sometimiento unilateral).
Esta ampliación no se propone reducir el capitalismo contemporáneo al extractivismo o a lo financiero (releído a través de la categoría de extracción), sino que más bien apunta a subrayar la relevancia de un conjunto de operaciones extractivas dentro del capitalismo entendido como campo heterogéneo de articulaciones. Ese campo heterogéneo implica comprender la ampliación que proponemos no en términos puramente abstractos, sino más bien enraizar las dinámicas del capitalismo global en coordenadas espaciales y temporales cada vez más diferenciadas. Las operaciones que llamamos extractivas son articuladas, por un lado, con otras operaciones del capital, que se desarrollan bajo una lógica distinta de la extractiva; mientras que, por otro lado, tienen que articularse con un tejido complejo de actividad y trabajo, de formas de vida y de cooperación.
Lo que nos parece importante subrayar es que el conjunto de estas operaciones extractivas configuran un patrón de valorización muy distinto de aquel que era hegemónico en las condiciones del capitalismo industrial, reproduciendo una suerte de prototipo que se multiplica en distintas escalas y bajo diversas modalidades, y en tanto tal juega un papel sobresaliente en la organización del marco global del desarrollo capitalista actual. La importancia estratégica del momento articulatorio exige, entonces, la versatilidad de los dispositivos de financierización que funcionan como formas de traducción de realidades crecientemente heterogéneas, intentando sincronizarlas hacia la valorización y al mismo tiempo planteando una relación novedosa y peculiar con lo social en general, bajo distintas modalidades de explotación de lo vital. Lo novedoso es que el prototipo financiero permite una relación directa entre el capital y la extracción de valor, produciendo la imagen de un fin de las mediaciones y hasta de una producción de dinero a través del dinero que no necesitaría pasar por una relación social con el otro del capital: es decir, para retomar una categoría de Marx, con el “trabajo vivo”.
Nuestra insistencia en la importancia de las operaciones extractivas del capital dialoga con otras perspectivas críticas que, en el marco de las teorías del llamado capitalismo cognitivo por ejemplo, plantean que la renta (uno de los elementos de lo que Marx definía como la “formula trinitaria” del capital) deviene el elemento central en tanto dispositivo de valorización y acumulación, redefiniendo el sentido mismo de la “ganancia” (cf. Míguez 2013). Hay que recordar que el propio Marx, hablando de la renta del suelo, argumentaba que el capital desarrolla en este caso un poder de “apropiarse” y aprovecharse de “valores creados sin su intervención” (Marx 1981: 822). Esta definición de la renta como dispositivo de captura nos permite plantear de otra manera la pregunta sobre la naturaleza de lo que es explotado por las operaciones extractivas del capital. El “trabajo vivo”, en el caso de las finanzas populares, se presenta como conjunto irreductible de prácticas heterogéneas de cooperación (donde la informalidad aparece como espacio particularmente propicio para esa vitalidad social cuando la forma asalariada tradicional ya no es hegemónica), mientras que las operaciones literalmente extractivas movilizan un conjunto de saberes y tecnologías que redefinen el aspecto estrechamente “natural” de lo que se denomina recursos naturales.
Queda claro que nuestro trabajo sobre extracción y extractivismo nos conduce a abrir otra perspectiva sobre un problema clave del debate contemporáneo: ¿cómo pensar lo común? En América latina, esta discusión está directamente asociada a la discusión sobre el extractivismo y, aún antes, a la emergencia de los movimientos indígenas y los diversos planteos políticos y epistémicos que se coagularon en la fórmula para nada cerrada del Buen Vivir (Acosta y Martínez 2009). Como contrafigura, aun si reforzando los estereotipos de la división internacional del trabajo, la imagen es confinar el debate de Europa y Estados Unidos a lo común como especialmente referido a los derechos de propiedad intelectual y lo digital. Nos parece que ambas imágenes exigen ser complejizadas. Por un lado, para no cristalizar en América Latina lo común como sinónimo de bienes naturales ni como prácticas solidarias incontaminadas. Por otro, para no caricaturizar al Norte como el continente sin cuerpo, de trabajo puramente inmaterial. Del mismo modo, se trata de evitar ubicar las tramas que se despliegan por abajo sólo en América latina, como el revés de una topología eurocéntrica.
Creemos que la manera en que lo común emerge del análisis conceptual del cruce entre extractivismo literal y finanzas populares que propusimos arriba permite abrir a otras nociones de lo común. Por un lado, porque permite ver el dinamismo y las temporalidades disímiles asociadas a esa sincronización que producen las finanzas, también en la organización de los ritmos de la extracción y apropiación de “recursos naturales”; por otro, porque lo común aparece como un campo cruzado por subjetividades en disputa, más allá de las formas de clasificarlas entre incluidas y excluidas. Hay una dimensión productiva y creativa de lo común que exige no ser idealizada pero que, sin embargo, es en ella donde se plantean “principios operativos” (Gutiérrez Aguilar 2008) de organización de la cooperación social. En esos principios se operativizan formas de construcción de autoridad, de organización territorial y de producción de la riqueza que actualizan la dimensión colectiva más allá de las fórmulas del socialismo estatal. Son estos principios operativos los que compiten y colaboran, aun si no de manera esquemática, con las operaciones extractivas del capital de las cuales venimos hablando. Y también los que vinculan la cuestión de la comunidad hacia lo común, descentrando sus atributos rurales y étnicos pretéritos hacia los dilemas de las metrópolis y de las áreas rurales actuales, pero también volviendo a poner en el centro la cuestión misma de un horizonte de liberación.
El enfrentamiento con estas operaciones requiere el desarrollo de un realismo político de lo común, capaz de asumir las dimensiones múltiples de la extracción y de producir otras normas e instituciones de organización de la cooperación social, que incluyen desde formas de autodefensa hasta imágenes controversiales de “progreso” y “desarrollo”. Los antagonismos que emergen por las variadas formas de extracción y que, como vimos, conectan de manera profunda las vidas en las periferias suburbanas y las resistencias directas frente a la violencia del extractivismo literal, requieren ser mapeados y vinculados de manera precisa, destacando su interdependencia. Sólo poniendo énfasis en esta interdependencia, como trama compleja de conexiones y campo de articulaciones, es posible pensar en un conjunto de luchas capaces de reabrir la disputa misma sobre el patrón de desarrollo que se afirmó en América Latina en el marco de un nuevo régimen de acumulación capitalista a nivel global.
En este sentido lo común es para nosotros el campo de potencialidades en cuyo interior la disputa sobre el patrón de desarrollo se hace posible. Y, sobre todo, exige evitar el binarismo entre las retóricas neo-desarrollistas de los gobiernos “progresistas” y la crítica únicamente enfocada en el “otro” (o el revés oculto) de estas retóricas entendido como la violencia de las actividades literalmente extractivas. Lo común, pensado en su versatilidad y tomando en cuenta sus dimensiones productivas y creativas, puede ofrecer una referencia fundamental para articular este mapeo “desde abajo”.
*Versione più ampia dell’articolo pubblicato con il titolo Para una crítica de las operaciones extractivas del capital. Patrón de acumulación y luchas sociales en el tiempo de la financiarización, in “Nueva sociedad”, 255 [enero-febrero 2015], pp. 38-52.
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