Por VÍCTOR MANUEL MONCAYO C
Incertidumbres y certezas
En medio de la circunstancia histórica impuesta por la pandemia, el alud informativo impone difíciles condiciones para el análisis y la reflexión. En concreto, de alguna manera nos vemos compelidos a considerar y a discutir sobre el fenómeno, cuya naturaleza aún no está plenamente identificada, y sobre sus múltiples y aún confusos efectos de diverso orden, con todas las complejas particularidades científicas y técnicas exigidas para su comprensión. La misma dificultad experimentamos al vernos obligados a apreciar las alternativas y medidas que se vienen empleando para afrontarlo, que necesariamente nos conducen al terreno interdisciplinar epidemiológico, o al campo de las ciencias de la salud para entender las soluciones disponibles y las que se estiman posibles en un futuro no determinable, en términos de tratamientos o de vacunas eficaces, o al de las decisiones políticas sobre la protección de la vida o la conservación y restablecimiento de la organización social productiva, presentadas en términos disyuntivos o de imposible equilibrio. Se trata, sin duda, de un escenario signado por la incertidumbre, en el cual no podemos situarnos con facilidad, por cuanto navegamos sobre la cresta imprevisible del acontecimiento crítico.
Lo que sí sabemos con relativa certeza es su efecto develador de la realidad capitalista, obviamente con las particularidades de cada formación social, como lo hemos planteado en artículos precedentes. La parálisis del sistema productivo y la interrupción o alteración de los habituales comportamientos y relaciones individuales y sociales, han evidenciado los rasgos principales del orden establecido, más allá de las elaboraciones intelectuales o académicas y de las presentaciones estadísticas, que han sido precisamente recogidas en los numerosos estudios y ensayos que, con distintos propósitos, se han conocido, y cuyo contenido muestra la estructura de la organización productiva en los diferentes sectores, la participación diferencial de los distintos grupos poblacionales, las formas desiguales e inequitativas de distribución de la riqueza, y las modalidades de intervención de las organizaciones estatales.
La búsqueda de una visión prospectiva
Más allá de las soluciones inmediatas y de los recursos destinados para ese efecto, que es un terreno en el cual lo central es la definición acerca del balance sobre si los costos son asumido por los agentes capitalistas o por lo grupos poblacionales no beneficiarios del sistema, sobre el telón de fondo del gasto estatal que remite a las características desiguales y regresivas del régimen tributario actual o futuro, incluidas las consecuencias del endeudamiento acrecentado por las urgencias de la emergencia, los más significativos interrogantes se refieren a la posibilidad de plantear una visión prospectiva sobre el rumbo de la organización capitalista con posterioridad a una superación, así sea relativa o inestable, de la pandemia que se viene afrontando. Se trata, sin duda, de una dimensión mucho más compleja, pues no sólo es incierta sino imprevisible, ante la cual actuamos con mucha impaciencia obnubilados por el afán de hallar algún desciframiento.
Ante esa situación, estamos forzados a regresar a la realidad del orden capitalista, del sistema capitalista vigente, aunque viva momentos críticos. Lo que estamos experimentando no ha ocurrido en sociedades neutras, planas, insaboras e incoloras; no se trata de un acontecimiento que ha venido a interrumpir el decurso de simples agrupaciones humanas, cuya existencia transcurría con la relativa “normalidad” a la cual quieren hacernos regresar, calificándola como “nueva”. Corriendo el riesgo de la simplificación y, sobre todo, de la generalización, intentemos apreciar dos dimensiones de ese orden capitalista, en las cuales discurren singularidades con distinta significación.
El Capital y sus agentes: la defensa sistémica
En la primera dimensión, ese orden capitalista se expresa a través de agentes individuales, que siempre calificamos como agentes capitalistas, que actúan bajo muchas formas y con diferentes particularidades. Son personas de carne y hueso que obran como tales, o a través de formas jurídicas empresariales. La gama de esas unidades es muy vasta y cumplen muchas funciones, en el interior de los órdenes nacionales existentes, o en espacios inter o transnacionales. En el mundo de hoy, su identificación y denominación responde a muchos criterios y distinciones: lo sectorial cuando se hace referencia a la tipología de bienes y servicios a los cuales están asociadas; los clásicos procesos de producción inmediata, circulación o comercialización, y de financiación; el tamaño y las formas internas de organización; su grado de articulación o de relativa autonomía; la prevalencia o no del régimen salarial; su pertenencia al Estado o sus distintos vínculos con los aparatos estatales; su despliegue en redes; o su dependencia directa o indirecta respecto del sector financiero.
Son esos agentes quienes claman por no perder esa condición o, los más perspicaces, por lograr que el sistema del cual son expresión, no se desvertebre. Lloran por sus pérdidas o por la carencia de liquidez; apelan a mecanismos de liquidación o de reorganización; demandan del Estado subsidios o créditos en condiciones muy favorables, o tratamientos tributarios especiales; y cínicamente apelan a la colaboración de sus trabajadores para que acepten disminuir sus costos laborales. Cada uno hace sus cálculos demostrativos de la situación que afrontan, pero en ningún caso hacen siquiera alusión a los beneficios o ganancias obtenidos, unos más que otros, antes de la pandemia, ni muchísimo menos al destino productivo o improductivo que a ellos les han dado, y que sin duda los han materializado en otros espacios o que simplemente esconden, pues esa es la lógica de su funcionamiento. El recurso a la pretendida legitimidad de la propiedad privada les permite protegerlos con el manto de la intangibilidad, hasta el punto que de ellos nada se puede decir, ni siquiera para que concurran a palear la emergencia. Los lamentos de la “pobre viejecita” de Pombo[1] se quedan cortos, y contrastan con sus inconmensurables tribulaciones, a las cuales les es imposible resistir.
Sus intereses, necesariamente egoístas, son indiscutibles. Nadie ni nada puede desconocerlos, pero finalmente son lo que son, expresiones circunstanciales de relaciones capitalistas que están más allá de las situaciones críticas que exponen. El Capital como sistema necesita de ellos como actores en sus complejos escenarios, pero no constituyen el Capital mismo. Hoy pueden ser todos estos que se duelen y reclaman por su suerte, pero el Capital no se sacrifica plenamente por ellos, mañana seguramente serán otros. La suerte del capitalismo no está atada inexorablemente a la de sus agentes circunstanciales, pues estos pueden desaparecer, mutar, transformarse o ser sustituidos. Y es aquí donde irrumpe esa especialísima función del Estado de organizar al conjunto de los agentes capitalistas, que le permite actuar como “un capital colectivo” para utilizar la expresión de Engels. En esa misión aparece como un representante del interés general o si se quiere nacional o de la pretextada humanidad, para mantener y reproducir el sistema propiamente dicho, más allá de los intereses egoístas de sus agentes.
En esa tarea “colectiva” todo se orienta a proteger el sistema capitalista y no tanto a sus agentes; lo clave es asegurar la supervivencia sistémica y de todos los elementos naturales, materiales e inmateriales que históricamente han sido apropiados, transformados o construidos sucesivamente por los agentes y que éstos detentan, o por el propio Estado como “capital colectivo”, como es el caso de los bienes del mismo carácter o de las organizaciones de bienestar o de otro tipo que ha organizado, así sepamos que en determinados momentos hayan sido privatizados. De ese proceso de protección necesariamente surgirán agentes beneficiarios o afectados, como bien puede apreciarse en el contenido de las medidas instrumentales que se utilizan, y seguramente surgirán otros nuevos que obrarán a su turno como nuevos actores. Además, en ese proceso el Capital tiene muchas fortalezas que la emergencia no destruye: la individualización propia del sistema, el carácter societario, la legitimidad del Estado, el monopolio del conocimiento y la apropiación del común.
En esa defensa sistémica operan múltiples formas de intervención determinadas por las regiones y por las especificidades societarias. En este sentido, son muy diversas las perspectivas en espacios como el de la Unión Europa, o en el del Reino Unido, los EEUU, Rusia, China y, en general, en las formaciones de todas las latitudes. El contexto planetario vive un momento de reorganización de su gobernanza, que no reside en el regreso a la soberanía superada de los estados nacionales, ni en el abandono de la globalización, sino en otras formas que están en proceso de descubrimiento y construcción, pero que de alguna manera se edificarán sobre una constitución mixta, a partir de la situación de los Estados Unidos que, aunque todavía dominan sobre los demás estados-nación, muestran sensibles grietas en su poder monárquico. Como recientemente lo ha señalado Negri, el gobierno imperial o global se ejerce en tres ámbitos: corporaciones, estados nación dominantes e instituciones supranacionales, en cuyo interior hay una intensa competencia. En ese contexto “el tan alardeado retorno del Estado-nación, junto con la retórica nacionalista, las amenazas de guerras comerciales, y las políticas proteccionistas, no debe entenderse como una violación del sistema global, sino más bien como varias maniobras tácticas en la competencia entre poderes aristocráticos” en el mercado global.[2].
De nuevo las políticas del shock
Ahora bien; ante el acontecimiento pandémico ocurrido, pueden operar las políticas del shock, bien explicadas e ilustradas en la obra de Naomi Klein[3], mediante las cuales el capitalismo aprovecha los desastres (políticos, como la dictadura de Pinochet, o naturales, como el huracán Katrina), para inducir procesos de transformación o de reorganización del capitalismo. Se trata de la utilización de los efectos más dolorosos como el hambre y la pobreza, para que, a la manera de un chantaje, se acepten social y políticamente cambios muy sensibles en el orden social productivo. Es lo que parece estar ocurriendo cuando se plantea “una nueva normalidad”, es decir el mismo orden capitalista bajo reglas y orientaciones diferentes. Es una “estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las elites y debilitan a todos los demás. En momentos de crisis, la gente tiende a centrarse en las emergencias diarias de sobrevivir a esa crisis, sea cual sea, y tiende a confiar demasiado en los que están en el poder. Quitamos un poco los ojos de la pelota en momentos de crisis.”[4]
Klein nos ha avanzado algunas ideas preliminares sobre ese cambio.[5] Define lo que nos acecha, lo que está en ciernes, como “una Doctrina del Shock pandémico, a la que llama el nuevo pacto o New Deal de las Pantallas (Screen New Deal). Plantea el riesgo liso y llano de que esta política de las corporaciones amenace destruir al sistema educativo y de salud. El rastreo de datos, el comercio sin efectivo, la telesalud, la escuela virtual, y hasta los gimnasios y las cárceles, son parte de una propuesta “sin contacto y altamente rentable”. “Ahora, en un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia”.
Y agrega: “Este es un futuro en el que, para los privilegiados, casi todo se entrega a domicilio, ya sea virtualmente a través de la tecnología de transmisión y en la nube, o físicamente a través de un vehículo sin conductor o un avión no tripulado, y luego la pantalla «compartida» en una plataforma mediada. Es un futuro que emplea muchos menos maestros, médicos y conductores. No acepta efectivo ni tarjetas de crédito (bajo el pretexto del control del virus) y tiene transporte público esquelético y mucho menos arte en vivo. Es un futuro que afirma estar basado en la «inteligencia artificial», pero en realidad se mantiene unido por decenas de millones de trabajadores anónimos escondidos en almacenes, centros de datos, fábricas de moderación de contenidos, talleres electrónicos, minas de litio, granjas industriales, plantas de procesamiento de carne, y las cárceles, donde quedan sin protección contra la enfermedad y la hiperexplotación. Es un futuro en el que cada uno de nuestros movimientos, nuestras palabras, nuestras relaciones pueden rastrearse y extraer datos mediante acuerdos sin precedentes entre el gobierno y los gigantes tecnológicos.”
Obviamente, las posibles tendencias de una verdadera nueva fase del capitalismo no residen sólo en ese reforzamiento del vínculo con el mundo tecnológico, sino con la acentuación de las nuevas formas de extracción de valor, que prácticamente eliminarán la forma salarial clásica, y que irán acompañadas de refinados mecanismos de control social, de florecimiento de regímenes autoritarios, y de reproducción y normalización de la precariedad como condición social, sobre el sustrato permanente de la desigualdad creciente. No se trata, por consiguiente, del colapso o del apocalipsis del capitalismo, sino de un capitalismo en una era profundamente diferente, que apenas sospechamos y no podemos todavía descifrar.
Las víctimas del capitalismo: la potencia de los explotados de hoy
La situación que vive el capitalismo en este presente no proviene del sector financiero, como ocurrió en 2008, sino de una circunstancia natural que ha paralizado el conjunto de la economía, que ha provocado un freno de la producción y la distribución así como del gasto y el consumo, y un colapso financiero. Frente a ello, las alternativas son inciertas, pero de alguna manera se apoyan en las inercias del sistema en su permanente proceso de transformación.
Sin embargo, es claro que bajo esas relaciones capitalistas y sometidos a ellas, está ese vasto y abigarrado colectivo de singularidades heterogéneas, conflictivas e inestables, en el cual coexisten las formas de trabajo asalariado, de trabajo no remunerado, precarias, autónomas, domésticas, informales, de subsistencia, y marginales por fuera de los mecanismos de control social. Ese conjunto reúne a todo el trabajo vivo que existe bajo el capital, muy lejos de la figura del trabajo representado por una acumulación determinada de horas durante una jornada, en el interior de aquellos lugares cerrados propios del establecimiento fabril, claramente diferenciados y separados de los espacios del no trabajo, de la llamada vida privada, doméstica. El trabajo actual, activo o en potencia, se mueve por todos los lugares y ocupa todos los intersticios de la vida, y ya no está caracterizado exclusivamente por la salarización y por el esfuerzo sobre unos medios y una materia, sino que cada vez es más autónomo, móvil, temporal, precario, y produce no tanto transformaciones físicas sino efectos intangibles o inmateriales. En ese contexto, el trabajo social y cooperativo se ha vuelto cada vez más potente, está sumergido en un mundo de redes de comunicación y de conexiones digitales que atraviesan los grandes emplazamientos industriales, así como los sistemas agrícolas, y en realidad todas las formas de la economía, comprendidas aquellas que se considerarían hoy como las más “materiales”.
Es un mundo que ya tenía esos rasgos antes de la pandemia, pero que ahora se ha desnudado más claramente. Por él desfilan, como verdaderas víctimas del capitalismo, esas singularidades de todas las condiciones: el obrero fabril que aún subsiste, el deslocalizado, el autónomo o independiente, el precario, el informal, el ambulante, el nómade, el miserable que no puede satisfacer sus necesidades más elementales, los encarcelados, los que van a la escuela o a la universidad, el migrante …
Pues bien, como en otros momentos históricos, los explotados se expresarán en términos de protestas y revueltas, en gran medida determinadas y moldeadas por los efectos de las políticas de confinamiento, de distanciamiento social y de profundización de la precariedad y la desigualdad, para plantearse como un obstáculo a la reorganización capitalista. Para ello, no sólo reclamarán por los efectos inmediatos de las políticas antipandémicas, sino que podrán reorientar sus formas de lucha social, en sentido opuesto a la nueva normalidad que busca reeditar las condiciones de la explotación.
Todos ellos sólo en apariencia están protegidos por el Estado, aunque proclame que los representa. Más bien los controla, los vigila, los reprime. Pero, tienen formas de expresión y de resistencia, que también son multiformes y heterogéneas. En principio carecen de la unidad que antes podía provenir de esa dualidad que representaba el espacio fabril y la vivienda. Como tales, están dispersos pero históricamente pueden reencontrar la unidad como especie que los identifica, y que los reúne más allá de sus diferencias biológicas, raciales, sexuales, históricas o sociales.
No son ni serán espectadores de la nueva normalidad del capitalismo, que formalizará el distanciamiento social y los controles biométricos, en medio de la pérdida de cientos de millones de empleos en todo el planeta y de la agudización de las condiciones de pobreza y miseria lindantes con el hambre. En medio de los efectos que producirá la pandemia, aún desconocidos e imprevisibles, las dimensiones sociales y económicas sobre ese vasto conjunto del trabajo vivo, de todas maneras profundizará las condiciones inequitativas de la reproducción y de precarización de la vida social, de tal manera que el fenómeno del shock atrás planteado, pueda tornarse ambivalente y favorecer ese reencuentro político del conjunto de singularidades que son víctimas del capital, para que puedan reanudar esas múltiples experimentaciones que interrumpió y barrió la pandemia, y recuperar las reivindicaciones centrales alrededor de las formas de reproducción mercantilizadas o inexistentes, en especial en los campos de la salud y la educación; del reconocimiento del trabajo de atención y cuidado que viene reclamando el feminismo, como un elemento constitutivo de la subjetividad; del salario básico universal; de la concentración de la producción alrededor de los bienes esenciales; de resistencia y rechazo de las formas autoritarias del régimen; y de control y gestión de los bienes comunes, poniendo especial énfasis en la naturaleza y sus propiedades. Todo ello, transgrediendo la prohibición del espacio público que introdujo la pandemia, para en las calles y caminos, sin distanciamientos, reiniciar y fortalecer las experiencias ya vividas de otra posible democracia.
A este
respecto, como nos lo ha recordado recientemente Negri[6],
hay que oponer, al contrario de Gramsci, el optimismo de la razón al pesimismo
de la voluntad, lo cual significa que podemos creer, extremando nuestra
racionalidad, que la historia compleja y discontinua encierra de todas maneras
la potencia del trabajo que, en su nueva subjetividad, puede reconstruir su
organización. No podemos
repetir otros momentos de la lucha de clases, sino que tenemos que tener
capacidad para encontrar un nuevo concepto de ella, en el cual quepa todo ese
conjunto heterogéneo de singularidades, ahora develadas, en cuya potencia
tenemos que confiar para que imponga su liderazgo.
[1] Los
lectores no colombianos requieren una explicación: Rafael Pombo escribió un
poema que todos desde niños conocemos en nuestro país, “La Pobre Viejecita”,
del cual destacamos estos versos: Érase una viejecita-Sin nadita que comer-Sino carnes, frutas, dulces-Tortas, huevos, pan y pez;
Bebía caldo, chocolate, leche, vino, té y café-Y la pobre no encontraba-Qué
comer ni qué beber; Y esta vieja no tenía-Ni un ranchito en que vivir-Fuera de una casa grande-Con su huerta y su jardín; Y esta pobre viejecita-Al morir no dejó más-Que onzas, joyas, tierras, casas- Ocho gatos y un turpial;
Duerma en paz, y Dios permita-Que logremos disfrutar-Las pobrezas de esa pobre-
Y morir del mismo mal.
[2] Michael, HARDT y Antonio NEGRI. Empire, Twenty year on. New Left Review 120, nov-dic 2019.
[3] Naomi Klein.La doctrina del shock. El capitalismo del desastre.. Paidós Ediciones, 2010, y Decir No, No basta. Paidos, 2017.
[4] El desastre perfecto: Naomi Klein y el coronavirus como doctrina del shock.Entrevista del 15-03-20
[5] Naomi Klein.Distopía de alta tecnología: la receta que se gesta en Nueva York para el post-coronavirus. Por Naomi Klein.The intercept 20/95/20
[6] NEGRI, Antonio. Travail vivant contre Capital. Les editions Sociales. Paris. 2019, obra que será próximamente publicada en español por Ediciones Aurora.